- ¿Tú crees que se deben remover las cosas de los muertos, Puri?
- Define cosas, Vani, porque muertos ya sé que son los que estiraron la pata.
- Me refiero, no a las perras, las joyas y zarandajas que buscan con afán desmedido los que ven solucionado su futuro incierto cuando alguien cercano, con posibles, abandona este mundo cruel, si no a “todo lo otro” que formaba parte de su mismidad escondida de ojos maliciosos…
- Bueno, tía, si me lo preguntas a bocajarro, digo yo que habrá que dejarlos descansar una vez que han abandonado este mundo imperfecto de juergas y padecimientos. Ya habrán tenido lo suyo para andarlos removiendo con mandangas…
- Pero, insisto, ¿y si se han llevado secretos a la tumba, jugosos, para conocer datos que nos hagan cambiar la percepción que de ellos tuvimos cuando estaban vivitos y coleando? ¿Y si convivimos con personas de las que apenas sabíamos nada porque guardaban celosamente sus tejemanejes y secretitos? ¿Y si fueron héroes que lucharon para salvar el mundo y se mostraban como villanos para que no sospecháramos? ¿Si o qué, tía…?
- Visto de este modo y manera, habría que darle una vuelta… Imagínate que los descendientes de Luis Mariñelarena y Harriet Iragi -dos etarras no arrepentidos- que disfrutan de estar más vivos que los que asesinaron, han dejado confesiones en algún cuadernillo quejándose de dónde les llevaron las malas compañías, las locas ilusiones de ser héroes salvadores de su patria, de pasar a la posteridad por sus hazañas contra el “enemigo”… y afirman en la postdata que rezan cada día por sus víctimas y que no descansarán hasta obtener el perdón de las familias y la sociedad por provocar tanto dolor… un suponer…
- Tía, no jodas, en un caso como este, habría que airearlo para que todos se percataran de que hasta los malos tienen buen corazón, pero te cargabas de un plumazo su fama de gudaris duros y despiadados y los suyos ya no los querrían por arrepentidos y vendidos. Todo tiene un precio, colega.
- Pues vamos con otros más antiguos y fenecidos, Vani, porque algunos vivos todavía dan grima, por ejemplo, el tío Joseph Stalin y su Gran Purga del terror, el mayor asesino que ha conocido la historia. Imagina que su querida hijita Svetlana encontró una carta de su amado padre en la que confesaba que sus crímenes solo tuvieron por objetivo ser un buen alumno superando a su maestro Lenin, del que aprendió “horrores” cuando fue comisario político en el Ejército Rojo, comisario del Pueblo de Asuntos Nacionales y secretario general del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética… Tía, ¡afán de superación! ¿Se puede culpar a alguien por querer progresar más que su antecesor? Pues eso, lo veríamos más humano si aireáramos sus anhelos de superación…
- Si es lo que tiene la vida, que no conocemos a la gente en profundidad y sólo nos fijamos en lo que quieren aparentar sin llegar a la esencia de los sujetos y sujetas. Vamos a poner más empeño en llegar al meollo de los desaparecidos para hacerles justicia, Puri. Y luego se lo vendemos a las teles del quore y a vivir de las miserias escondidas de nuestros semejantes.
- Pues hala, soñemos con descubrimientos que dejen patidifusa a la humanidad y cambien el rumbo de la historia. Se me ocurre algo de La pantera rosa, apodo por el que se conocía a uno de los gobernantes más sangrientos de América, el malnacido Jorge Rafael Videla, que parecía una mosquita muerta dando el pego a Ernesto Sábato cuando lo calificó de hombre culto, inteligente, sencillo y de criterio amplio. Un criterio tan amplio como la mar océana a la que tiraban desde los aviones a todo opositor que se atreviera a levantar la voz contra él y su camarilla, y aún sin levantarla. Sin hablar del tráfico de los bebés que robaban a los pobres que detenían y las torturas y humillaciones a las que sometieron a miles de personas. Este cabrón que rezaba el rosario todas las tardes y comulgaba todos los domingos, se me ocurre que estaba sentado en el trono -entiéndase inodoro- escribiendo una carta a Strassera, el fiscal que logró condenar a las Juntas militares, delante del que no mostró arrepentimiento, pesaroso y con retortijones horribles confesando que él sólo quería limpiar el mundo de ”irrecuperables” para lograr el orden en todos los estamentos y que el país viviera feliz y comieran perdices y que “Nunca más” volverían a hacer cosas tan terribles…
- Sí, tía, tan pesaroso viendo que llegaba el final de su vida que, jiñando, la jiñó sin limpiarse siquiera el trasero… ¡No te jode! Eso no se lo cree nadie.
- ¿Sí o qué, Vani? A este paso no cambiamos la historia fabulando de sujetos horribles… Vámonos a tocar otro gremio que éste se me atraganta. ¿Te he contado alguna vez que Paul Newman dejó escrita una carta en la que decía que pasó un finde en Ávila y que la gastronomía de la ciudad amurallada cambió su percepción de la buena alimentación? Él decía que para qué ir a buscar hamburguesas fuera cuando tenía ternera en casa… pero tras la visita, afirmó que lo mejor de lo mejor era zamparse un chuletón de avileña negra ibérica en compañía de una abulense…
- ¡No jodas, Puri! Eso se lo tragan menos que lo de los arrepentidos…
- Bueno, pero sería bonito encontrar tesoros de este tipo rebuscando en el baúl de los recuerdos cuando alguien se va… Detalles que humanicen a los crueles, que nos acerquen a lo que sintieron y amaron de verdad, que justifiquen los errores o torpezas que cometieron, que sepamos si sufrieron, si lloraron, si rieron… las ilusiones que dejaron por el camino sin cumplir, los amores a los que renunciaron, la gente que les decepcionó y a la que decepcionaron…
- Entonces, ¿vas a dejar tú cositas para que te conozcan los que te trataron y no fueron capaces de entenderte?
- Ni de coña, tía. Y no se te ocurra rebuscar, ni preguntar… Mis errores son míos y trataré de redimirme cuando aún colee, después, ¿a quién le importa lo que yo hice?
- ¡Ahí me has dao, Puri! ¡Ahí me has dao!