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"23", de Alfredo Lemon

Ed. Mora Barnacle
lunes 24 de marzo de 2025, 08:07h
23
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En su propia inmersión el poemario "23" va en su composición con enunciados encadenados a un saber de palabras bendecidas en la riqueza, el dolor, la exaltación, la tristeza, el abandono en un universo de horas jubilosas, en la lucidez de un espíritu o fantasma blanco que escribe un libro que no termina. Así se suceden pasiones, alegría, tristezas, dolor, placer, amor- odio, expansión o temor.

La vida como un libro que se abre de par en par, con sus contrapuestos y oposiciones, como “lo fatal es el gozo de sentirse bien” o “lo verosímil es el plagio de la mentira”, saberes del destino o de un mundo cambalache. Enuncian adivinanzas y respuestas, anécdotas contundentes, lacónicas, como que en el cielo descansa el alma del mundo o la poesía fue solo intuición, un acto de fe. Brillan los significantes y significados, reinan los oxímoron, entre el concupiscible y el irascible, donde cada lagrima enseña una verdad.

En esa performance se maneja el poemario, en esas relaciones de fuerza o flujo de una cosa o la otra, no dos a la vez, en esa danza del caos y de complejidad no todo vale. Un encontrar verdades en los lapsus, aporías, contrasentidos, entre un bloque de petrificación y otro de ruptura de sentido, esa es la lucha de las pasiones, como quien no conoce la cólera no vivió. “Dar la vida por una frase”, vencer deseos y aversiones, sabiendo que la poesía es un arma potente. Van con el escritor los poetas románticos ingleses Shelley, Byron, Wordsworth, en consentir que una cosa bella es bella por siempre, porque “la máscara dice la verdad y el rostro miente” “donde brilla el bienestar aparente, fiestas sin feeling”. Y es la vida la que dibuja nuestros rasgos. Demasiado jóvenes morimos en la esperanza, desesperanza, audacia, en todos los movimientos del alma para conseguir lo que deseamos en un museo del porvenir escrito en agua y todo es demasiado rápido para el alma que busca vivir, hacer su experiencia.

Escucho contrapuntos como en Piazzola, un “adiós nonino” o “libertango”, o en el bar del cuadro de Hooper entre el letargo y la melancolía, espectros arrullando poemas o canciones que son conciencia de un consuelo de un humo que será olvido. El ánimo sacudido con dudas o con el tiempo que nos suspende del patíbulo o con demasiadas preguntas que la mente no puede contestar, porque la verdad y la sabiduría es puro maquillaje. Lo único cierto es la ficción que construyes y la historia que sostienes, como en una charla de café que no se olvida en esta pena eterna porque es “lo único en la vida que se pareció a mi vieja” y aunque no filosofo ejercita las enseñanzas de la felicidad de lo que permanece: encontrar un saber. Para exorcizar sombras y castigos de la biografía, el balazo de lo inconsciente que se instala en la memoria.

Un libro que es saber, memoria y queja de cafetín, de vivir sin vivir. El dolor de un amor herido donde se acumularon versos… Ironías y verdades y denuncias del sentimiento equivocado que daña y mata la poesía que hay en cada uno, bajo una mirada psico-socio poética que busca su verdad y canta sin llanto, y sabe bajar una estrella que olvide un recuerdo amargo. “La poesía- en la frase de Lezama Lima- como un caballo que pasa al galope y deja una polvareda y de ese polvo utiliza cada partícula el poeta para hacer sus poemas” ese el oficio del poeta su trabajo y no de quien va a buscar sus certificados como quien aprobó sus últimas materias”, “como juntando figuritas”. Sino sentirse pleno y vivir del gozo y la alegría esencia de la poesía como arma transformadora.

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