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Mariano Antolín Rato
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Mariano Antolín Rato, la resistencia literaria del penúltimo beat

viernes 21 de marzo de 2025, 09:56h
La generación beat no es solo un movimiento literario demodé en tiempos del thriller, el tiktok y del capítulo corto con plot twist; lo beat es una actitud, un modo de ver el mundo, un rechazo al conformismo que nació hace setenta y cinco años, que barnizó la literatura norteamericana de los sesenta y setenta y que, así como llegó, desapareció dando lugar a otro tipo de historias quizás más comerciales y encorsetadas en responder al gusto de los lectores más que a la pulsión rebelde de los autores.

No, no voy a escribir que el movimiento beat está vivo y que los jóvenes de hoy en día son herederos de aquellos delos sesenta y setenta: sin embargo, hay algo en común entre aquellos chavales y los de nuestro tiempo: su individualismo. Aunque se quiera cambiar el mundo todo empieza con uno mismo. Los beats no fundaron un movimiento político ni asociativo. Reivindicaron su lugar en el mundo desde su literatura y como seres ávidos de experiencias propias. Hoy en día la juventud, en general, pasa de asociacionismos, agrupaciones y federaciones. Todo eso suena a casposo, a reuniones en vieja Escuela de Minas con asientos de madera. El hedonismo, setenta y cinco años después se viste de revolución propia, revolución desde una pantalla de móvil bajo el calor de la calefacción de papá y mamá; pero eso es otra historia. Hablemos de la generación beat, de la que cumple en este año setenta y cinco años.

Si escribo este artículo es, sobre todo por alguien que en España encarnó ese espíritu libre hasta el final. Hablo de Mariano Antolín Rato (1943-2025). Filólogo, traductor, novelista y, sobre todo, contrabandista de palabras, Rato fue el gran introductor de los beats en nuestro idioma y el último eslabón de una cadena de resistencia literaria que espera nuevas voces que se enganchen a ella.

A finales de febrero, en la librería Matadero 1 de Oviedo, se le rindió un homenaje a su legado. Escritores, su último editor, familiares y lectores nos reunimos entre libros para hablar de su obra, de su mirada diferente y de su huella en la literatura española como autor y traductor. Entre anécdotas y fragmentos leídos, surgió una gran noticia: Mariano Antolín Rato terminó una novela inédita pocos días antes de su fallecimiento y parece ser que, seguramente, verá la luz en este mismo año bajo el sello de la editorial Pez de Plata.

Antolín Rato no solo tradujo a los beats; puede decirse que él mismo fue uno. Su narrativa está impregnada de esa visión trashumante, desencantada y siempre crítica con la sociedad que mira hacia otro lado después de una guerra y en ciernes de otra. En novelas como la marcianada Cuando 900 mil mach aprox, Abril blues, donde se retrata la oscuridad del alma de un poeta que visita un Madrid con puerto con evocaciones a la historia de Pat Garrett y Billy el Niño, o Mar desterrado. Mariano exploró la fragmentación del yo, el viaje como evasión y la alienación del individuo en un mundo cada vez más mecanizado del que fue partícipe en sus comienzos siguiendo la moda de lo espiritual y de la ciencia ficción. En sus textos encontramos la fiebre del movimiento, personajes que buscan algo que no saben definir y una escritura que no se rinde a la complacencia. Mariano escuchó al Dylan de los inicios y a los Doors del comienzo; yo les pregunto a mis padres por el rock americano de la época y me juran y perjuran que aquí eso no se escuchaba y que, como mucho, la gente conocía a Los Módulos y poco más.

Mariano decía que necesitaba calor y mucha cerveza para escribir. Lo contó en 2013, cuando lo conocí en una charla en la que terminó hablando tanto o más de la vida que de la literatura. Hablaba de escribir como un oficio físico, casi visceral, en el que había que implicarse entero. También me dio un consejo cuando coincidimos en el patio del restaurante en el que cenamos fumando un cigarro: “No te preocupes tanto por el estilo. Si tienes algo que decir, saldrá solo”. Por aquel entonces me debatía entre diferents voces para una novela que todavía no he escrito. El consejo de Mariano sigue presente para cuando me ponga a ello.

España llega tarde a todo, pero llega. Así fue con el movimiento beat. Mientras en Estados Unidos Kerouac publicaba On the Road en 1957 y Ginsberg recitaba Howl en los cafés de Nueva York, aquí seguíamos con la enciclopedia Álvarez y los tochazos de Gironella. La literatura oficial apostaba por un realismo de posguerra, y la experimentación, la irreverencia y la rebeldía beat simplemente no tenían espacio.

Pero la semilla germinó más tarde. La poesía de los novísimos en los setenta, con autores como Leopoldo María Panero o Gimferrer, tenía algo del espíritu beat en su ruptura con lo establecido y en su devoción por la cultura popular. Y en los ochenta y noventa, escritores como Mañas o Loriga recogieron parte de esa herencia, incorporando la inmediatez, el desencanto y el tono confesional a su literatura, aunque, en realidad, estas obras de los noventa destilan un nihilismo despreocupado con todo aquello que se encuentre más allá del propio yo, no con un ansia de comenzar la revolución por uno mismo.

Rato no solo trajo a los beats al español, sino que amplió el concepto. Su trabajo como traductor no se limitó a Kerouac, Burroughs o Ginsberg, sino que también nos dio acceso a Raymond Carver, Bret Easton Ellis, Douglas Coupland y otros herederos de la literatura contracultural. Incluso firmó algunas traducciones bajo el seudónimo de Martín Laínez, como si jugar con las identidades fuera también un acto de resistencia.

En una entrevista afirmó: "La traducción es un arte de resistencia, un acto de traición y fidelidad al mismo tiempo". Y así lo vivió: como un acto de contrabando literario, un puente entre mundos.

Los beats surgieron en un mundo que, aunque parezca lejano, se parece demasiado al nuestro. Un mundo donde la guerra fría alimentaba el miedo, donde el capitalismo se imponía como única forma de vida y donde los medios de comunicación dictaban lo que se debía pensar, ¿les suena? Frente a eso, los beats proponían la rebelión: viajes sin destino, literatura visceral, exploración de estados alterados de conciencia y una actitud de resistencia contra lo establecido.

Ser beat en el siglo XXI no es repetir lo que hicieron Kerouac o Ginsberg, sino aplicar su actitud al mundo actual. Es escribir sin miedo al margen de la industria, es recuperar el viaje como experiencia vital más allá del turismo de Instagram, es rechazar la homogeneización del pensamiento. Es entender, como lo entendió Antolín Rato, que la literatura no es solo un producto, sino un territorio donde aún se puede ser libre.

Preguntémonos lo siguiente, tal como se lo pregunta Ginsberg al inicio del segundo capítulo de Aullido:

“¿Qué esfinge de cemento y aluminio abrió sus cráneos y devoró sus cerebros y su imaginación?”

Pensemos en ello. Si Mariano Antolín Rato fue el último beat, quizá sea hora de demostrar que no estaba solo, que quizás, en realidad, fuera el penúltimo.

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