Apoyando su argumentación en los males del capitalismo, el autor nos dice “la historia del capitalismo tiene dos caras, ya que, aunque significó un inmenso progreso material, también ha causado miseria social, hábitos de consumo poco saludables y ha destruído el medio ambiente” Y pone un ejemplo concreto: “si todo el mundo consumiera la misma cantidad de azúcar que los europeos (40 kg. anuales) ello provocaría una devastación de tierras el doble que la actual, ya que hoy en día es casi imposible aumentar la productividad por Ha. Y hay que tener en cuenta que cada vez se dedica más tierra al cultivo de la caña para producir etanol, que se utiliza como biocombustible”.
En ocasiones, es cierto, habría que ser consciente de lo que supone el bien de una actividad agrícola y otra los efectos nocivos que produce en la explotación de la superficie de la tierra. Un tema de recurrente actualidad.
A mayores de tal consideración, podemos informarnos en este texto ameno y documentado, que el azúcar granulado no tiene más de 2500 años de antigüedad y el azúcar blanco inició su carrera hace unos 1500 años en Asia, “como puro lujo, signo de poder y riqueza”.
Al parecer, al principio el azúcar se empleaba en banquetes y ceremonias reales o en pequeñas dosis medicinales. En el siglo XIII, la técnica azucarera se desarrolla tanto como para que el azúcar se convierta en un importante producto comercial en toda Eurasia. Dígase, también, que hacia finales del s.XIX (Marx, El capital) la mitad del azúcar consumido por el proletariado industrial de Europa y Norteamérica estaba producido por el trabajo de los esclavos.
Todo ello, entiéndase, hace referencia a la trágica significación de cómo un consumo determinado convulsionó la historia social a nivel global. Y el cómo políticas expansionistas, colonialismo e intereses económicos definen una realidad donde el hombre ha de resultar, tantas veces, víctima del enriquecimiento ilícito, cuando no criminal, de sus propios congéneres.
El libro equivale a una minuciosa descripción del ‘estado de la cuestión’ en una actividad determinada, y por ello ha de considerarse más como informe histórico-social-económico dentro de las actividades del hombre, de lo cual debe deducirse que no es este libro una lectura al uso; antes bien, resulta la definición de un estado de conciencia a partir del rigor de las cifras y los datos estadísticos que el autor, con generosidad y acercamiento a una realidad, va exponiendo con sobrio lenguaje y conciencia social.
Sirva, si acaso, como ejemplo, este párrafo bien revelador: “Cuando el economista Elliott Cairnes (1823-75) afirmó que las economías basadas en la esclavitud –ligazón inexcusable entre el hombre esclavizado y la producción de azúcar- eran incapaces de aumentar la productividad laboral, lo atribuyó erróneamente a las condiciones coercitivas y no a las limitadas opciones para mecanizar el trabajo en los campos de caña y algodón” Y concluye, ‘con negrura, “pero tenía razón al advertir que, para que las economías basadas en la esclavitud crecieran, necesitarían esclavizar a cada vez más gente”.
Historia sí, pues, pero historia de dulces sabores envueltos en amargos resultados para el devenir de la humanidad. ‘Una mirada exhaustiva y alarmante de cómo una mercancía cambió el mundo’, según el Publishers Weekly.
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