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Testamento de Resistencia

Reseña del libro “Los últimos pieles rojas”, de Juan José Téllez. Ed. Renacimiento, Colección Calle del aire (Sevilla, 2025)
lunes 10 de marzo de 2025, 17:16h
Los último pieles rojas
Los último pieles rojas

“Toda la noche oímos volar incertidumbres” es uno de los muchos y magníficos alejandrinos que jalonan este poemario que, a modo de testamento de la resistencia, nos entrega el poeta algecireño, Juan José Téllez.

Hasta casa han llegado cabalgando estos últimos pieles rojas que habitan en el hueco de las palabras de este extraordinario poemario que habla, más que de la derrota, de la dignidad de aquellos que frente a lo establecido o frente a la amnesia social, se niegan a deponer las armas, rebeldes como los valientes héroes de Numancia o de Masada: “Tanto tiempo después busco mi furia en los desguaces”.

"Uno de los grandes errores de mi generación ha sido la falta de pedagogía, creíamos que la libertad era contagiosa", ha manifestado el propio Téllez, quien erige esta ciclópea sinfonía lírica, abisal y emocional, sobre el abatimiento de la utopía, en cualquiera de sus manifestaciones; un canto, a veces épico, a veces caliginoso sobre lo que considera extinción de lo conocido, de una época o civilización, bellísimamente descrito en el poema “Tatuajes”: Habíamos nacido para revolucionar el infierno …/… El planeta moría pero mucho antes nosotros”.

Con un dominio perfecto de la construcción métrica: elegantes heptasílabos, plásticos endecasílabos o nobles alejandrinos y haciendo alarde de un lenguaje poético profundo, a la vez que sencillo, cercano, de corte civil, sin estridencias ni sobresaltos, el poeta dialoga, narra, propone una crónica de su tiempo, de este tiempo liminal, una dialéctica de la incertidumbre frente a la distopía tecnológica en la que se ha instalado la contemporaneidad que solo aspira al entretenimiento y al ocio, bajo el discurso de la inmediatez, del usar y tirar, que irremediablemente conlleva una capitulación del espíritu crítico y la reflexión intelectual que caracterizó las décadas pasadas, magníficamente metaforizado en el poema “Europa”, aspiración de un espacio de progreso social y cultural, un proyecto de y para los pueblos, basamentado en las personas, en su historia y valores, que se enfrenta desigualmente a la deshumanización de la oligarquía neocom (“Mirad como llega ahora la estación de los contables”), que pretende hacer desaparecer el proyecto de emancipación humano destinado a constituir la identidad de un sujeto incardinado en su historia que nace y habita en la poesía y con la cultura.

La vocación de todo poeta, de todo verdadero poeta, está al servicio del establecimiento de la educación sentimental de su tiempo, de la construcción de una subjetividad encaminada a la reconquista permanente del ser, recuperando de la historia las corrientes de pensamiento que aúnan lo individual y lo colectivo en un mismo sentimiento, contribuyendo decididamente en elevar la capacidad transformadora de pensar, de reflexionar, sin dejarse vencer por una sociedad volcada en el cartón piedra, en el consumismo desbordado o en el pasatiempo circunstancial. Y a ese llamado, a esa vocación es a la que destina Téllez este poemario, a contracorriente, frente a las modas transitorias y pasajeras, a modo ónfalos, de manual de indomabilidad e insurrección ética y moral. “Somos los que se resisten a entrar en una reserva y buscan las praderas libres y a los viejos bisontes de los sueños perdidos”, ha dicho el propio poeta.

Juan José Téllez se acomoda junto a Gerónimo, Nube Roja o Toro Sentado, negándose, con la fuerza o el valor que imprime la poesía, a deponer las armas, a pesar de intuir que, posiblemente, esta sea, también, una guerra perdida: “que seguimos siendo los últimos pieles rojas/ cuya sangre aún galopa sobre esta era extraña/ donde murió hace mucho el valor de los salvajes”.

La vocación vital de Téllez, su posición intelectual y su integridad lírica se posicionan del lado de la decencia, de la dignidad humana, de la ética, de la honradez, frente a una época que hace apuesta y alarde por el más atroz de los individualismos, por un egocentrismo sin límites, por la insolidaridad, la vanidad y la vulgaridad. Y es por ello que esta aparente derrota se amuralla de dignidad, tal y como nos enseñó Borges: “La derrota tiene una dignidad que la ruidosa victoria no conoce”, esa dignidad que hace posible el milagro de seguir manteniendo la vista frente al espejo, tal y como describe magistralmente el poeta Mario Benedetti en su poema “Dignidades”: “Está …/… la dignidad que siempre sale ilesa/ del tumulto la trampa y su cortejo/ y está la dignidad de la pobreza/ la que se lleva inscripta en el pellejo/ y permite enfrentar sin más señales/ la entrañable mirada del espejo”.

Es esa misma dignidad que germina, fundante, tras los versos inscritos en los gallardetes de este acendrado poemario que nos entrega Juan José Téllez o Caballo Loco, como ustedes prefieran: “que aún quedan palabras y canciones,/ y seguimos siendo potros salvajes/ aunque hayamos olvidado las praderas”.

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