Nació como un desbordamiento de lo racional asaltado por lo irracional, el triunfo del caos sobre el orden. Nada queda de todo eso. Orden en los desfiles, racionalidad municipal, un pasacalle pueril, una fiesta de disfraces en un parvulario para adultos. ¿Qué más queremos? Es lo que somos.
Lo cuenta mejor Eugene Thacker en ‘Resignación Infinita’. Por más que nos abrume la melancolía que segrega la fiesta permanente, queda una solución. Zambullirse en el ‘pesimismo cósmico’, como lo llama. Pero desde ese cruce de ironía y sarcasmo que inauguró Nietzsche en ‘La gaya ciencia’. Si el carnaval obliga a la risa, riámonos del carnaval antes y después del carnaval. ¿Se puede ser pesimista en un mundo de optimistas delirantes?
Thacker lo ve pasar como un tren que descarrila mientras los pasajeros siguen brindando. Su hoja de ruta: ya que no podemos hacernos con los mandos, riamos filosóficamente. “Nacer, el fracaso total. Vivir la coartada” -escribe -: “El hombre, un espectáculo destinado al desastre”.
¿Por qué? Por su estupidez esencial, más insondable que el universo, como dijo Einstein, validando la tesis de Nietzsche en ‘Humano, demasiado humano’. Así como él, Thacker escribe en aforismos. Una fórmula más eficaz que el axioma, pues se limita a disparar verdades paradójicas. Balas de plata que dan en la diana del sinsentido de la vida, o de la isla moral en la que subsiste cada cual, firme en sus convicciones y en su máscara. Como el credo que sólo predica la categoría de lo no binario en cuestiones de género. Para todo lo demás, pensamiento binario extremo, lo que vale por decir sectario: conmigo o contra mí. Y que siga la fiesta.
El verdadero carnaval está ahí: en nuestra desopilante filosofía de la desesperación, en el nihilismo festivo que nos arrebata, sobre todo de nosotros mismos. A este paso acabaremos recuperando la celebración de la Cuaresma como la gran kermés por descubrir. Sólo para singularizarnos. Como dijo Kundera, no hay nada más pesado que la insoportable levedad del ser.
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