Parece un spin-off de otra de sus publicaciones clave, ‘La estetización del mundo’. Pero en este abordaje va más allá de la estética. El kitsch que nos invade también incluye una ética -blanda, falsaria y empalagosa- como la que impregna la cultura woke. Y un pensamiento basura: el que confunde lo candente con lo conveniente y lo suple por “ce qui plait”, lo que agrada.
En ‘La insoportable levedad del ser’ Kundera profetizaba un futuro tiranizado por ese híbrido de vulgaridad y banalidad, el mal gusto elevado a categoría existencial. El neo-kitsch que abre el siglo acredita la virulencia de una pandemia global presidida por tres coronas: el consumo excesivo, el espectáculo y el simulacro.
No sólo elevan lo superficial a la categoría de lo esencial. Primero esa ética indolora a la medida del crepúsculo del deber. Luego, una perversa inversión de valores. La suplantación del juicio ético o estético por un sentimentalismo pret-à-porter, sea en su versión lacrimógena o en la happy-flower.
Podemos verlo en el imperio de lo cool salpimentado de buenismo publicitario, en las redes sociales, en la cultura mediática y en lo que respira. “No existe periodismo más peligroso que el destinado a complacer al lector”, decía Karl Kraus. ¿Qué decir de películas como ‘Barbie’, erigida en icono del feminismo neokistch? Lipovetsky establece un salto de escala: de Warhol a Jeff Koons pasando por Almodóvar. Su denominador común: el imperativo de seducir a la audiencia ofreciendo a sus ojos la misma mercancía barata que degluten sus estómagos. Un discurso carente de verdadero valor al servicio de la ética y la estética dominantes, pero presentado a la manera del kitsch ecológico bajo en carbono, el plástico como rey.
Plastificación del mundo, hiperkitsch global. Nada es verdad, todo está permitido. Siempre que halague a las rectas conciencias de la hipermodernidad. Lo que nos reafirme en lo que debemos vestir y pensar. Una mutación histórica pautada por el exceso. De vulgaridad y de grasas saturadas. De azúcar y sensiblería. De chabacanería y valores decorativos, cercanos a lo pornográfico.
¿Hay vida más allá del kitsch? La respuesta, después de la publicidad.
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