Con acierto, Salvago subraya la modernidad del libro, su innovación, iniciando un nuevo de modo de entender la lírica “incorporando, frente al retoricismos hueco, el lenguaje callejero y el tono urbano, irónico y coloquial. En efecto, El mal poema encierra esencias, aromas, pensamientos, emociones y, sobre todo, a tenor de las revisiones y modificaciones del poeta Manuel Machado, indica un permanente proceso de indagación, una conciencia y método poéticos, que además de absorber todas las experiencias de su estancia en Paris, el parnasianismo, el simbolismo, el decadentismo y en buena lógica la vida bohemia, la modernidad poética de Manuel Machado es un nuevo vehículo de rebeldía romántica contra un mundo tan hipócrita que a la vez le ofrecía la palabra desafiante. La inclusión de términos franceses se adhieren a su propia poética (chic, déclasée, souteneur, maquereau, argot, le mot de Cambronne-maravilloso eufemismo para decir “mierda” y hasta un poema lleva título en francés “Chouette” con ese doble sentido; búho y estupendo). Una puesta en escena ética y estética de léxico sumamente expresivo, de uso elegante y de sorprendentes contrastes, en la que alguna parte de nuestra poesía podría sino inspirarse, al menos documentarse. En su poema “Retrato” nos expresa ese mundo contradictorio con toda nitidez: “Esta es mi cara y ésta es mi alma. Leed:/Unos ojos de hastío y una boca de sed...Medio gitano y medio parisien- dice el vulgo-/con Montmartre y con la Macarena comulgo../Y, antes que un tal poeta, mi deseo primero/hubiera sido ser un buen banderillero./Es tarde...Voy de prisa por la vida. Y mi risa/es alegre, aunque no niego que llego prisa”.
Garbo, precisión, autenticidad, ironía, elegancia (lo afirma el poeta “Mi elegancia es buscada, rebuscada) y un saber estar e identificarse con lo oral. Una ironía que corre en paralelo al proceso de desenmascaramiento, al desengaño de los círculos literarios, una técnica si se quiere que se enfatiza con una suerte de diálogo que recorre todo el poemario.
Un equilibrio poético que será correspondido por la aportación de Salvago que registra unas notas sobre la edición, unos datos biográficos absolutamente indispensables y una certera guía de lectura para el libro. Juan Miguel Gras apuntará la excepcional contribución del pintor Roberto Terreros que se distingue a todos luces, por un magistral uso de los colores, especialmente “los azules luminosos y los rojos sangre”, su aplicación psicológica a la disciplina literaria que viene reforzada por “un gran trabajo de introspección sobre la figura literaria”. De cualquier modo, recordamos que el pintor también participó en aquella otra colección dedicada a Sevilla, es decir, que su capacidad por la ilustración de libros está sobradamente cotejada. Por consiguiente, es un artista de recursos sobresalientes, siendo por ejemplo la orfebrería su especialidad. Incluso, se adentró en el mundo del mobiliario de metal y metacrilato, fraguando por otro lado, algo tan singular como la tarjeta postal antigua. Por ello, sus imágenes transmiten serenidad y fuerza evocadora, calma y luces cautivadoras, con una particular mezcolanza de paisajismo clásico y abstracto con una constructiva presencia de lo humano. A veces, desde mi humilde opinión, su pintura cuajada de símbolos y referencias nos muestra algunas resonancias constructivistas que nos permiten percibir las imágenes con el dinamismo propio del pop art. En cualquier caso, en cada trabajo se reajusta a las condiciones que exigen los nuevos desafíos. Cualquiera de las imágenes, que aquí podemos contemplar, podían haber sido portadas de libros de Manuel Machado a principios del siglo 20.
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