Este título, Nunca supe nada, le permite a Marín adentrarse en su existencia cotidiana con los sentidos bien dispuestos para desentrañar esta madeja de la vida. Y poco a poco va desmenuzando su sentido de la misma, y nos ofrece, a través de un axis permanente que está presente en cada una de las tres partes del mismo, una idea sobre esta realidad estudiada con ojos críticos unas veces, otras sarcásticos, otras amorosos y siempre reflexivo, vertical, consciente, teniendo los principios del humanismo y su resistencia a la pérdida del mismo como eje fundamental.
Cuando nos vamos acercando al final del libro percibimos que subyace un pensamiento ordenado, lúcido, que pretende envolvernos, pero nunca dogmático, nunca ortodoxo, nunca irrefutable, porque incluso en sus certezas tiene dudas. Así nos dirá en el poema “Quizá el mundo”: “Quizá el mundo/ no sea/ como yo lo cuento”. Y concluye al final: “Quizá la historia/ sea otra”.
De no saber nada como principio que nos permite adentrarnos en la existencia, nos ha conducido por su propio mundo, por sus principios personales, por su visión de la realidad pero siempre, como los filósofos sutiles, con la duda permanente: ¿Estaré equivocado y me engañan los sentidos? Es la pregunta que a todos los filósofos de todos los tiempos más les ha tentado. Y sobre la que han estado permanentemente divagando. Entre los más cercanos, Wittgenstein y su Tratado lógico-filosófico y Heidegger con su obra Ser y tiempo. El primero abordando la idea de que el mundo es una totalidad de hechos y no de cosas, y la trascendencia de la relación entre ese mundo que nos preocupa y el lenguaje. Y el segundo, sobre el significado de ser y existir.
A su modo, Marín entra en estas disquisiciones, de ahí la importancia que le da al propio vivir cuando en el último poema de libro nos plantea la relación en el ser entre la mortalidad y la inmortalidad jugando a la paradoja con tintes irónicos. Dice en los primeros versos: “Un solo día dejaré de ser inmortal”, y añade en los versos finales: “Voy a ser inmortal toda la vida,/ salvo esa fecha”.
El libro está conformado en tres apartados “Sobre el existir” (31 poemas); “Sobre el amar” (26) y “Sobre el morir” (21); muy en la línea del poema de Miguel Hernández “Llegó con tres heridas/ la del amor,/ la de la muerte,/ la de la vida”. Como decíamos, con anterioridad, a pesar de esta estructura que le permite adentrarse en temáticas precisas, que ahora analizaremos, observamos una lírica plena de realidad (como muestra del perito en leyes que conoce el día a día de la existencia, a través de lo que esta puede mostrar en su vida cotidiana o en los juzgados) y en la que aborda permanentes estados de ánimo diversos que va desde una sensación de permanente análisis crítico sobre la realidad que le ha tocado vivir (más presente en el tercer apartado) y siempre llevado de la amplitud del horizonte vital, siendo la imagen (su descripción y visualización como elemento simbólico) un mecanismo de primera mano en cuanto lo descriptivo de esta le permite adentrarse en la reflexión sobre su punto de vista en torno a lo que somos o es, siempre con claridad y sentido.
“Sobre el existir”, la primera parte, se centra en poemas agrupados en la naturaleza, muy presente, y tiende a lo descriptivo-simbólico sobre el valor de las cosas, la definición de sí, la inmersión en un paraíso terrenal que buscamos denodados, a veces a través de un bestiario, como “El búho” o ironizando sobre la evolución del ser humano (“Si Darwin lo viera/ lo metería en un frasco de cristal”. Ocasionalmente son sensaciones vitales sobre estados de ánimo o definiciones de sí mismo como en el poema “La casa”, donde empleando la anáfora y la estructura paralelística aborda una reflexión sobre el abandono, las apariencias, los tópicos… enlazándolo con las cosas de la cotidianidad: una almohada, la nevera, la naftalina… Hay una toma de conciencia de sí y del mundo que le rodea pero siempre asoma como una sombra: “el dolor de la existencia” , “la congoja del vivo”, “la tempestad cotidiana”. Y un permanente análisis de esta desde diversas perspectivas, paradojas, contrarios. Siendo muy crítico, como en el poema “Nativo digital”, con la pérdida de identidad que nos han traído las redes sociales, con la existencia virtual y los avatares que sustituyen a los seres humanos convirtiendo todo en una mentira. Una idea sobre la que vuelve con más fuerza todavía en la tercera parte del libro, en el poema “Influencer”. Ante este mundo Marín propone la lectura serena, la observación, la patria del territorio y el asentamiento en lo que merece la pena y así propone ser “nativo de una charca”, frente al nativo digital “donde la primavera no finge,/ de una poza al abrigo de la fronda/ donde flotan versos y saltan las ranas”; en un idealismo vital que se persigue.
Sus preguntas sobre el sentido de la existencia son permanentes y también su definición. Así sabemos que, para él, vivir es un escueto viaje, un peregrinaje, un laberinto, una peripecia; y la felicidad nunca se da entera, “con suerte te toca un pedacito”. Lo que le lleva a construir una lírica que está preguntándose permanentemente por el sentido de ser y mirar con melancolía el tiempo pasado: “Lejos queda el azul rugiente de las olas”.
En “Sobre amar” hay un buen número de versos donde la sensualidad y el erotismo están presentes, es un canto a la vida, en donde la mujer, como elemento discursivo sobre la que se permite un diálogo, se convierte en el centro de sus versos: “Aunque no vivo en la cima/ de mojar mis labios/ con tu saliva”. A veces es una amada también ausente, sobre la que pretende el poeta un merecimiento y una mujer-cuerpo, cuya evolución está marcada por un ritmo que determina el paralelismo con su monocorde ritmo y la anáfora como un juego a la reiteración y la persistencia vital. Son poemas breves, directos, que nos hablan del dios del amor con no poca ironía, pero también de la distancia y el juego de amor: “Ahora soy rastrojo,/ un solar de nostalgia,/ un completo despojo/ que solo te ve de lejos”. A veces son reproches, otras búsquedas, cuando el poeta se halla varado y necesita el encuentro, otras un canto a la coincidencia: “Del amor no sabía nada/ hasta que llegaste a mi vega”. Una poesía amorosa que nunca es exaltación vital sino encarna dudas y distanciamientos.
“Sobre el morir” es la parte más crítica e insurrecta de todo el poemario. En la partida de ajedrez de la existencia admite que no es su tiempo (así lo dice a través de la voz de mujer) en “A ratos”, y siempre denuncia el magma de la impostura, la máscara que todos llevamos “en ese jardín sin verde ni esperanza/ donde se vegeta muy a gusto”. Son sus versos más categóricos, como en el poema “Ciudad fantasma”, donde critica el conformismo, el letargo, la mentira y concluye: “Tierra encallecida y huera,/ aunque preñada de leales historias./ Es un barrio de ninguna parte/ donde la yerta existencia/circula en cintra transportadora/ de almazara funesta”. Es su poesía más crítica con el mundo autista que estamos creando, donde hay tiranos rampantes y disfraces mesiánicos, donde todo se viene abajo y los seres humanos han construido fronteras arbitrarias que formalizan y crean el odio, o erigimos una masa amorfa en la redes sociales “de gasificaciones y de bazofia con pala,/ de doctrina borrega y oratoria comanche (…) Va el asunto de convertir zombis a porrillo,/ y de ser muy populares en entornos digitales./ Todo vacío y hueco, desde luego,/ pero aplaudido a rabiar”.
Una lírica lúcida, clara, veraz, con la que plenamente coincidimos que nos ofrece esa visión de la cotidianidad con tintes fustigadores y comprometidos, más si cabe cuando la vida de los seres humanos está en peligro o la muerte los arrebata, como en el poema “La chalupa”: “Aquel barquito de infancia quebrada/ casi flotaba en la ribera africana (…)// Las aguas ya no te dan miedo;/ ahora que el mar es un desierto/ de expectativas”.
En definitiva, una lírica que no puede permanecer ajena al sentido de nuestra existencia, que nos plantea una visión sobre ella con ojos acusadores, directos, minuciosos y trascendentes.
Finalmente, decir también que el libro está ilustrado con tres magníficas pinturas de gran calidad del profesor y pintor Antonio Hervás Amezcua.
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