Y es que uno se desploma enamorándose de una frase, posteriormente de una página, posteriormente del autor ¿Y bueno, por qué no? es un hermoso y lindo proceso. Así creo, la humanidad, en el umbral de la literatura, se enamoró de sí misma, de un libro, y de su supuesto autor, con las mejores ficciones nunca antes vistas: un dios ubicuo, omnipresente, hecho a nuestra imagen y semejanza; con una existencia eterna en un edén solo para los elegidos, con felicidad plena y perdón por doquier. Tengo que aceptarlo, es una hermosa ficción. Y el proceso se repite. Uno se rinde ante una línea, después ante una página, después ante un autor y después, ante varios autores. Es un divino y bello proceso ¿No?
Por lo tanto, si sigues este camino, estarás invariablemente confinado al terrible placer de conocer muchas historias, narraciones extraordinarias y leyendas de otras épocas. Conocerás acontecimientos fastos y nefastos de los días antiguos, y así, solo así, dirás que las derrotas son más favorables, que las mismas victorias, al menos para la poesía. Como aquella donde egipcios cantaban que Hefesto, el olímpico cojo engañado por la más hermosa de las deidades, llevó la filosofía por primera vez a los humanos y a las imponentes pirámides, bajándola del etéreo Urano para enseñarla a sacerdotes y profetas.
Y que desde los magos que enseñaban los aprendizajes de Hefesto o Vulcano, como usted guste llamarlo, hasta que Paris destruyera su ciudad amurallada, pasaron 5 milenos. Que el primero de todos los magos fue Zoroastro, el persa. Sabio como pocos, con el que el ateo germánico conversaba, al menos en su mente, al menos, anacrónicamente.
Saberse también entre los mortales, por otro lado, que Ateniense fue Museo y tebano Lino. El segundo, celebérrimo músico otrora épocas. Poeta, rey de las elegías con lira e hijo de Hermes, el dios de los pies alados y el comercio. Algunos dicen que escribió en hexámetros oh divinos poemas la formación de la madre Gea, los mares, los Hecatónquiros y los animales: “Hubo un tiempo en que todo fue criado (no creado) unidamente” fueron sus primeros cantos de estos eternos tonos. Queda claro, pues, que a pesar de que el dios herrero llevó la virtud del éter a la tierra de Egipto, fue de los griegos, que tomamos la filosofía, puesto que hasta en el nombre “amor al conocimiento- philos sophia” se aniquila todo génesis bárbaro…
Y así, de esta manera, podemos continuar y escribir tres mil líneas más de panegíricos e infinitas bifurcaciones, pero, el anterior compendio es suficiente para concluir con lo inevitable: Las gentes del occidente, más allá de los azares de la sangre y del color de lo demás, son, o, mejor dicho, somos griegos. Cada uno de nosotros lleva consigo la herencia de Sócrates, Zeus o Platón; nuestras sociedades no se entenderían sin el átomo democrático o sin el río heráclito; sin el philos o la sophia; sin Hefesto, Orfeo o su simil Lino. Porque, si bien, las letras pasadas son una antología de Diógenes, Tolkien y Borges; hay, al final, en ese púrpura atardecer, una verdad absoluta: de los helenos y hebreos; de cada uno de sus libros, de cada una de sus mitologías, de cada poema; nacimos, crecimos, heredamos todo e, inexorablemente, como algún día pasará incluso con Helios, las estrellas y el universo, con ellos también, moriremos.