Entre 1949 y 1952, la primera oleada de represión comunista sumió a Rumanía en el horror. En nombre de la «dictadura del proletariado», miles de personas sufrieron encarcelamientos, torturas y asesinatos. Un lugar especialmente siniestro en el mapa del gulag rumano es el centro penitenciario de Piteşti, donde los reclusos fueron víctimas de un monstruoso experimento de «reeducación» que incluía la «autocrítica radical» y la tortura recíproca.
La meta consistía en transformarlos en una masa amorfa e infrahumana, con el fin de moldear al «hombre nuevo», un clon poshistórico destinado a servir a la distopía comunista. Uno de los testimonios más impactantes proviene de una de las víctimas de Piteşti, quien narra una historia desgarradora de supervivencia que también actúa como un llamado a la reflexión y a la memoria: un recordatorio eterno de las atrocidades que la humanidad puede perpetrar cuando se deja llevar por dogmas totalitarios.
El terror que se presenta en este volumen, activado por un sistema diabólico, tiene sus raíces en un pasado distante que nos remonta a las prisiones de Rusia, específicamente en los años iniciales posteriores a la revolución bolchevique. Sin duda alguna, lo ocurrido en el penal de Piteşti representa una reencarnación, tres décadas después, de la "reeducación" mediante el terror que implementó la Unión Soviética; es decir, una versión aún más inhumana y perfeccionada del terror, destinada a destruir la identidad del individuo. Todo indica que los eventos en Piteşti podrían haberse replicado en otros centros penitenciarios. Afortunadamente, cuando el terror había alcanzado niveles extremos y Piteşti se había transformado en un verdadero infierno, una orden logró poner fin a esa situación. Sin embargo, surge la pregunta: ¿de dónde provino esa orden y cuál fue su motivación? La respuesta resulta ser más compleja de lo que podría parecer.
Grigore Dumitrescu nació en 1924 en Cepari, un pueblo de la provincia rumana de Argeş. Tras concluir los estudios de Derecho en Bucarest, se conviertió en miembro directivo de las Juventudes del Partido Nacional Agrario de la federación de Argeş. En octubre de 1948 fue detenido y posteriormente juzgado junto a su hermano por un delito de omisión de denuncia. Recibió una condena de dos años de cárcel. Tras una estancia en la tristemente conocida celda 8 del penal de Jilava, fue trasladado al centro penitenciario de Pitești en diciembre de 1949. Allí fue testigo de escenas atroces y vivió en primera persona el proyecto de «reeducación» que el régimen comunista puso en marcha durante los primeros años de sovietización de Rumanía. Tras su excarcelación, logró huir a Alemania acompañado de su mujer, escondidos los dos en un vagón que transportaba madera. En 1978 Grigore Dumitrescu escribirá El hombre nuevo, un sobrecogedor testimonio de su paso por el penal de Pitești, Rumania.
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