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"Las mujeres y las relaciones de género en la Antigua Roma", de Irene Mañas Romero

Ed. Síntesis. 2019
martes 07 de enero de 2025, 21:20h
Las mujeres y las relaciones de género en la Antigua Roma
Las mujeres y las relaciones de género en la Antigua Roma

Reitero la delicadeza intelectual de los libros de Síntesis, y lo conspicuo de sus temas, por lo menos en lo que me interesa, exclusivamente, que es la Historia Antigua y Medieval. Los romanos glosaron, con tintes heroicos, las hazañas de sus varones más preclaros, eran seguidores sin ambages de sus hechos de armas, y de sus triunfos o fracasos políticos; pero dejaron, aunque no absolutamente, en una neblina a algunas de sus mujeres, pero no a todas, ya que sí aparecen con luz propia muchas de sus féminas de la aristocracia. Los niños nunca están, y tampoco los esclavos. Pero, sí nominan a sus enemigos, sean del sexo que sean. Mujeres como Cleopatra VII, Livia Drusila, Antonia “la Mayor” o “la Menor”, Fulvia, Julia “la Mayor”, Agripina “la Menor”, Cornelia, Mesalina, Julia Domna, etc. Estas mujeres desempeñaron, por lo tanto, roles sobresalientes en la política imperial de Roma.

Por otro lado, se privilegió el estudio de la figura de la mujer en el marco relacional del derecho, a través del complejo entramado jurídico e institucional familiar (patria potestas, matrimonio, divorcio, tutela de los hijos)”. Los estudios de género no se dedican exclusivamente al estudio sobre las mujeres de Roma, sino sobre varones y féminas en el conjunto de sus relaciones sociales, así como todo el entramado social, político, institucional y económico. En términos jurídicos, una matrona era una mujer romana libre que contraía matrimonio con un ciudadano romano, y por lo tanto estaba capacitada para tener ciudadanos romanos como hijos. La matrona tiene unos roles definitivos en la sociedad romano, que son el matrimonio y la maternidad, que se eleva a modelo de feminidad ideal entre los patricios y la aristocracia de la República de Roma. El ámbito de actuación de la matrona es la casa familiar, donde está sujeta a la potestad del esposo, poseedor de la patria potestad. Plutarco indica taxativamente que: “Una esposa no debe tener emociones propias, sino que debe compartir la seriedad, la alegría y la melancolía de su marido”. Por lo tanto, las mujeres de Roma deben tener una conducta y una reputación moral intachables. La virtud de la mujer romana por antonomasia es la de la castidad sexual, que según Séneca ejemplifica la propia grandeza de Roma.

«Las voces femeninas están ausentes en la práctica totalidad de las fuentes escritas romanas, por lo que las características y experiencias de la feminidad se encuentran casi siempre definidas desde visiones y relatos masculinos de las élites sociales urbanas y centradas en las mujeres de las clases privilegiadas. Este libro constituye un acercamiento de síntesis a la historia de las mujeres en época romana, en particular durante la República y el Alto Imperio. La perspectiva de género se hace presente para desentrañar los mecanismos de la relevante participación pública femenina en los ámbitos cívico y religioso, así como para definir sus propios límites, instaurados desde los discursos del poder. El mismo ángulo permite volver a mirar desde perspectivas críticas temas clásicos como la construcción del ideal femenino de virtud, el matrimonio o la educación, así como aquellos que la moderna investigación ha puesto sobre la mesa, tales como la maternidad y la crianza, la ginecología, la sexualidad y la violencia, la vejez o las condiciones particulares de la pobreza y dependencia femeninas».

Existen mujeres ejemplificadoras para la sociedad de la Roma Antigua. El primer caso sería el de Lucrecia, cuyo relato de una violación sería narrado por Tito Livio, y cuyo drama sería lo que esclarecería la corrupción moral de los reyes etruscos de Roma, sobre todo del último llamado Tarquinio el Soberbio, este hecho amoral conllevo la caída de la monarquía de los tirsenos en Roma. “Según el relato de Tito Livio, Lucrecia era una honorable matrona romana que debido a su belleza despertó la lujuria del último de los monarcas etruscos, el soberbio Tarquinio. Tras ser violada por él, la joven narró su desventura a su marido y a su padre y se suicidó clavándose una espada, mientras que pronunciaba estas palabras: ‘¡Ninguna mujer quedará autorizada con el ejemplo de Lucrecia para sobrevivir a su propio deshonor!’ La enseñanza resulta evidente: una esposa debe morir antes de ser infiel a su esposo. Las jóvenes romanas aprendían esta historia como parte de su educación desde su primera infancia”.

Este hecho sí demuestra la inmoralidad del aserto, ya que Lucrecia fue inocente de la aberración de la violación, y pagó con su autoinmolación el hecho aberrante de la agresión regia; cuando el monarca etrusco solamente perdió, más que merecidamente, el trono de Roma. El segundo caso femenino referido, es el relativo al caso de Cornelia, hija del matrimonio patricio entre Publio Cornelio Escipión “el Viejo” y Emilia Tercia. La inteligente y virtuosa Cornelia se matrimoniaría con Tiberio Sempronio Graco, romano de una más que acrisolada ética; hasta tal punto el hecho es así, que los pueblos ibéricos que luchaban, denodadamente contra Roma, solo aceptaban firmar tratados con T. Sempronio Graco, ya que el procónsul romano cumplía al pie de la letra lo que firmaba. Solo tres hijos sobrevivieron a la mortalidad infantil. Sus dos varones serían los tribunos de la plebe, asesinados por la oligarquía, Tiberio Sempronio Graco y Gayo Sempronio Graco. Sería, tras su viudedad, el primer caso de UNIVIRA, al no aceptar un nuevo matrimonio, aunque el candidato fuese el rey Ptolomeo VIII de Egipto. Sería la primera mujer de Roma a la que se le realizó una estatua pública, con un pedestal que decía: CORNELIA AFRICANI F. GRACCHORUM. Plutarco la define, sin ambages, como la razón y causa de ser de sus excepcionales hijos: “(…) (a sus hijos) a los que dio tan esmerada crianza, que, con ser, según confesión de todos, los mejores entre los romanos, aun parece que se debió más su virtud a la educación (que Cornelia les dio) que a la Naturaleza (…)”.

Otras mujeres romanas serían enaltecidas, con todo merecimiento, tales como Aurelia, la madre de Gayo Julio César; o Acia, la madre del Emperador César Augusto, a las que Tácito califica como grandes matronas romanas. Marcia, la esposa de Catón de Útica, o Porcia la mujer de Marco Junio Bruto, son modelos de piedad y entrega conyugales. Estamos, por lo tanto, ante un estupendo libro sobre las mujeres en Roma, al que se le puede perdonar algún tópico. No obstante, también existen féminas romanas de una importante negatividad, destacaremos entre otras de mayor o menor enjundia a: Agripina “la Menor”, esposa del emperador Claudio y madre recalcitrante del emperador Nerón. La esposa de Augusto, y primera mujer divinizada en Roma, Livia Drusila era considerada en su época como la esposa fiel y la madre protectora. Esta sí es una obra destacada. «Romani ueteres peregrinum regem aspernabantur».

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