El año 2000, tan lejano entonces, dejaba de ser un horizonte promisorio. Y el 2025 que acabamos de inaugurar, poco menos que el umbral de aquel crescendo que avanzaba de milenio en milenio, y de entropía en entropía, hasta el puro Armagedón, tal con lo cantaban Zager & Evans. Ciertamente, con muchas profecías llamadas a cumplirse al pie de la letra. “Todo lo que piensas haces y dices, está en la píldora que tomaste hoy”. Matrix en 1969. “Elegirás a tu hijo o a tu hija en el fondo de un tubo de cristal”. Restaban diez años para el nacimiento del primer bebé probeta. “El hombre ha tomado todo lo que esta vieja tierra puede dar, y no ha devuelto nada”. Buen himno para esas Cumbres del Clima que, en 1969, no existían.
La pregunta es ésta: ¿de dónde nos viene el miedo al futuro? ¿Por qué cada fin de año y por más dulces que las compremos, tenemos la sensación de estar masticando las uvas de la ira? Le sucedió a aquel niño que fui yo, mientras veía el alunizaje de la nave Apollo al compás de ‘In the year 2525’. Una mirada irreversible. La banda sonora de un estado de conciencia.
También la ambivalencia que sustancia el hecho de existir y confrontarse al paso del tiempo. Acuciante en noches como las que acabamos de vivir, una vez más. Entramos en el año 2025. A sólo un guarismo de 2525. Tan lejos y tan cerca de aquel 1969 en el que David Bowie les dio la réplica con su no menos sombría ‘Space Oddity’. Tan lejos y tan cerca de ese mismo año en que los Beatles sorprendían con su ‘Get Back’, sugiriendo la tentación de retroceder en lugar de avanzar.
“El presente pasa muy rápido”, escribió Flaubert, “pero a partir de cierta edad sólo es el pasado el que nos devora”. Volverá a sucedernos a muchos esta noche. Al niño que fui y al adulto que contempla el futuro con la mirada en el retrovisor. ¿Qué misterio será el tiempo? ‘In the year 2525’: “El centelleo de la luz de las estrellas, tal vez sea sólo ayer”.
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