Dudo, lo confieso, si lo sagrado tenga odisea o relato sin más, pero lo cierto es que pocos temas de estudio y consideración tengan (incluso hayan de tener) la relevancia y significación que merece la especulación acerca de lo religioso, de la religión. Es, constituye, la misma y viva historia del hombre, indisolubles. Se trata aquí, en efecto de un viaje por la evolución de las creencias espirituales humanas, y como tal viaje “Nuestras sociedades –transcribe el autor un pasaje de la periodista Sonia Mabrouk- necesitan recuperar el gusto por la trascendencia, la energía de la verticalidad, la conciencia de las imágenes filosóficas, la marca del misterio, la belleza de la contemplación, la gracia de una vida interior, la permanencia de los ritos y la búsqueda de la verdad. Realmente ha llegado el momento de reconquistar lo sagrado”. A tal tarea, consciente del valor de tal empeño por vigencia viva y no por aludir a pretéritos imaginarios, el autor lo toma por la palabra y nos lleva por un viaje esencialmente vital que nos ayuda a conocer no lo que haya de ser o signifique lo exterior sino, sin eludir este contenido, lo interior, el espejo anímico con el que miramos y, por extensión, vivimos. “El acceso a la felicidad individual depende también de la calidad de nuestra vida interior y espiritual. De la atención que prestemos a nuestras emociones, de nuestra capacidad de aceptar el silencio, la soledad, lo inesperado, y de apreciarlos. De nuestra relación con el instante presente y con cada pequeño placer de la existencia”. Tal vez nos venga a indicar el discurso tan expresivo y crédulo del autor que el hecho de la vida y su ser interior no suponga tanto, para el hombre solo, la necesidad de una explicación, sino de una implicación. En un momento dado, “entre el 800 y el 200 a.n.e., el mundo experimenta el mayor trastorno espiritual de su historia a través del nacimiento de las religiones universalistas y de la filosofía. A decir del historiador Marcel Gauchet, con el Estado y su imperativo de expansión, la dimensión y el horizonte de lo universal hacen irrupción en el campo de la experiencia humana” (entiéndase, sí, experiencia humana, esto es, lo propio del hombre en la realidad) Lo que viene a suponer “una inmensa sacudida, y quizá la más formidable onda expansiva espiritual de la historia”. Nada nos exige vivir, y, al tiempo, todo nos alude para conformar nuestra identidad, interior y exterior, con lo vivo, con el vivir. Es un empeño y un destino. Es el valor de lo imaginado y la alegoría fecunda del sueño como camino a un horizonte que siempre se prolonga más allá de sí. Hasta que el viaje llega a su fin. A su modo, a su manera, a su significación trascendente. Soledad y prolongación, intimidad y vida nueva. Es cierto que como en todo viaje, el camino se sucede y distingue de sí propio: “La búsqueda de sentido se transforma en búsqueda de certidumbre, con el riesgo de bascular hacia el fundamentalismo. Todos los sentimientos identitarios abogan por el ‘retorno de Dios’, pero algunos polos ultraconservadores expresan de manera más radical esta pretensión de encarnar la verdad. Es entonces cuando, “para evitar lo que consideran como posibles deslices de la fe, los fundamentalistas se remiten al texto sagrado con el fin de definir las normas y codificar no solamente la práctica religiosa, sino también cada instante de la vida’. A veces pareciera que, en la actualidad, hay una cierta tendencia en tal sentido, ética y política, pero la crítica de lo establecido, el valor de la verdad, revive con la controversia, con la defensa de un valor distinto. Y entonces, aludido desde dentro el concepto de la calidad de nuestra vida inteiror y espiritual, llegamos a convenir, con sentido de presente que tal vida depende, en una concepción menos rigorista, más posibilista, también “de la alegría que se pueda sentir al contemplar un paisaje o la luz de una mirada, al meditar en un pensamiento profundo o poético (Y aquí podríamos advertir un vínculo cada vez más serio con la naturaleza) Depende de nuestra capacidad de ver en cada acontecimiento, incluso irritante o doloroso, una ocasión de ampliar nuestra mirada o de abrir más nuestro corazón; de comprender, como Séneca, que ‘vivir no es esperar que pase la tormenta, sino aprender a bailar bajo la lluvia’; o decir, como Nietzsche, ‘un gran sí a la vida’. Vivir en la gratitud en lugar de en el lamento. Vivir como implicación, como sentimiento universal en el marco que la vida, la naturaleza, nos otorga. ¿Un hombre nuevo? Un hombre con vinculos interiores (religiosos) renovados. Puedes comprar el libro en:
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