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Mario Palacios Jiménez
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Mario Palacios Jiménez (Foto: cedida por el autor)

DE LA TOLERANCIA A LA ACEPTACIÓN EN LA DIFERENCIA RESIDE NUESTRA GRANDEZA

jueves 12 de diciembre de 2024, 22:35h
Aunque hemos llegado a niveles relevantes de tolerancia en muchos sectores de la sociedad, la convivencia en armonía parece, cada día, un sueño más lejano.

En un mundo sacudido por las guerras, el hambre, el miedo, la vertiginosa revolución tecnológica, la inteligencia artificial, cada vez somos más inconscientes de nosotros mismos. La indiferencia al sufrimiento de nuestros congéneres crece a pasos agigantados. Nos enfrentamos a desafíos profundos, que van desde crisis globales hasta conflictos internos como el rechazo, la agresión y el miedo.

A pesar de la globalización y las redes sociales, continuamos abordando las diferencias (raciales, sociales, religiosas, sexuales, filosóficas, etc.) como un espectro en el que nos sentimos obligados a escoger y a apartar o atacar aquello con lo que no nos identificamos. O es blanco o es negro. Como si no existiesen los grises.

Me parece que las tendencias más generalizadas apuntan hacia la tolerancia que no es más que soportar algo que no nos gusta sin llegar a valorarlo y respetarlo; o hacia la indiferencia en la que nuestra sociedad individualista (egóica) nos ha envuelto. Recibimos tanta información –y desinformación– a través de las redes sociales que nos hemos hecho inmunes al sufrimiento ajeno y, por último, a la “falsa aceptación” que es la actitud más peligrosa de todas.

Un ejemplo de ello fue cuando le hablé abiertamente a mi padre sobre mi homosexualidad: su respuesta fue algo así como «no tengo ningún problema con eso, pero piensa que tengo una reputación que cuidar».

Otro ejemplo muy común quienes se jactan de su apertura frente a la diversidad sexual y dicen con la boca llena de orgullo cosas como: «yo tengo muchos amigos homosexuales», como si eso los hiciera mejores personas; «no tengo nada contra las trans, aunque donde están ellas hay prostitución, drogas y vandalismo», como si todas las ellas fuesen trabajadoras sexuales y como si el problema fueran solamente ellas, omitiendo la responsabilidad compartida de los clientes y el sistema.

Las entidades que defienden a las minorías se centraron (y lo han logrado en gran medida) en dos puntos; uno, hacerse visibles como colectivos y dos, en lograr reconocimiento y, en algunos casos, protección social (tolerancia); pero falta, y falta mucho. Tenemos que llegar al respeto por los otros, a una postura inclusiva que nos permita apreciar y agradecer la diversidad porque ésta nos enriquece como seres humanos. Esa es la verdadera aceptación.

La aceptación y la tolerancia

Como ya mencioné, y me hago repetitivo de forma consciente porque lo considero esencial, existe una diferencia enorme entre tolerancia y aceptación. La primera es una actitud pasiva, similar a la resignación. Se puede incluso sentir en el cuerpo: como un nudo en la garganta y/o un peso en el estómago. Es callar o hacernos indiferentes frente a lo que no nos gusta de nuestra sociedad.

Pero hay otras formas más sutiles de tolerancia, como creer que lograr visibilidad y reconocimiento legal es, en sí mismo, el objetivo principal de todos los movimientos que abogan por la igualdad social. Si así lo fuera, estaríamos avanzando a pasos enormes hacia una sociedad justa y pacífica. Sin embargo, es evidente que lo que está sucediendo es casi lo contrario. Estamos cada vez más polarizados. Por más leyes que se constituyan, si no van acompañadas de una educación social adecuada, seguiremos cojeando como sociedad.

Aceptar implica abrazar la diversidad como una fuente de riqueza y aprendizaje, y no como una carga que tenemos que tolerar. Creo que este sentimiento también se refleja en el cuerpo como un corazón que late a ritmo acompasado. Aceptar es valorar lo que nos hace únicos y, a la vez, nos une. Es más que un paso adelante: es un cambio de paradigma.

Es dejar el mundo de las polaridades, que nos exige escoger entre una cosa y otra, y pasar a un plano superior, donde convivimos desde la certeza de que en vez de escoger se puede integrar o, al menos, respetar a cabalidad todo lo que nos resulta conflictivo. Aceptar es entender que lo distinto no es peligroso, que podemos observar sin juzgar y ver cómo las diferencias engrandecen nuestro horizonte.

No demerito la tolerancia; es más, la veo como un gran paso, casi como un requisito para llegar a una sociedad pacífica. Solo insisto en que hay que ir más allá. Necesitamos llegar a ese ideal de vida sin repulsiones por lo que es diferente o desconocido, para poder vivir sin miedo, ni agresiones. Solo reconciliando nuestras diferencias llegaremos a un estado de paz estable.

Este ideal es la base de la salud psico–social. Necesitamos una población con personas que sepan observarse a sí mismos y que hayan aprendido a aceptar sus propias ambivalencias. Nadie es perfecto. La única perfección es el reconocimiento de nuestras propias imperfecciones como parte de nuestra persona. Ahí empieza la auto aceptación y la aceptación por el otro.

Aceptarnos a nosotros mismos es el primer paso hacia la aceptación de los demás. Este proceso nos permite desarrollarnos como individuos empáticos y conscientes, capaces de liderar desde el respeto y la inclusión. Para ello, necesitamos desarrollar técnicas para comprender mejor las perspectivas y vivencias ajenas y, sobre todo, implementar valores de inclusión desde las primeras etapas de la vida.

Un estudio reciente de la Universidad de Harvard destacó que las sociedades que practican la aceptación de las diferencias raciales, culturales y de género registran niveles más altos de bienestar general, menos incidencia de trastornos mentales y una mayor cohesión social más sólida. Además, estas sociedades que practican la aceptación experimentan menores niveles de violencia y polarización. Un informe del World Economic Forum sugiere que comunidades con políticas inclusivas tienden a ser más estables y a prosperar económicamente.

Esto demuestra que la aceptación no solo beneficia a las minorías, sino a la sociedad en su conjunto.

La aceptación no es una tarea fácil, pero tampoco es imposible.

El paso de la tolerancia a la aceptación no es solo una aspiración idealista; es una necesidad urgente y un deber colectivo, para construir un futuro donde las diferencias no nos dividan, sino que nos enriquezcan. Este cambio depende de cada uno de nosotros, y comienza en lo cotidiano; desde nuestras palabras, nuestras relaciones personales, hasta nuestra contribución en los espacios comunitarios.

Es momento de transformar la indiferencia en conexión y la tolerancia en respeto pleno.

“En la diferencia es donde reside nuestra grandeza” —Mario Palacio

Autor:

Mario Palacio Jiménez es un escritor colombiano residente en los Países Bajos, cuyo trabajo literario y activismo abordan temas de identidad, migración y derechos LGBTQ+.

Autor de obras como Ser marica es para machos, Las sombras del arcoíris https://shorturl.at/xaIRK y Ser hombre hoy. Mario destaca por su estilo honesto y sin tapujos, ofreciendo perspectivas únicas sobre las relaciones interraciales y las minorías culturales y sexuales. Además, su compromiso como asesor de refugiados políticos y promotor de la aceptación social lo posiciona como un referente en la lucha por una sociedad más inclusiva.

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