Otro estupendo libro sobre el hecho histórico sangriento y trágico que supuso el enfrentamiento entre la Unión y la Confederación, publicado por la editora que subraya el grito de guerra de los almogávares. Durante los alrededor de cinco años (1861-1865) que duró el enfrentamiento civil bélico entre los estadounidenses del Norte y del Sur, conformados como la Unión y la Confederación, murieron unos 620.000 soldados, y fue una herida de la que el Sur nunca se ha recuperado, ya que al margen de la prosopopeya con que aparecen en las películas, su forma de vivir, obviamente muy injusta por estar fundamentada en la esclavitud de personas de raza negra, fue eliminada para siempre; cuando sí es verdad que aunque muchos confederados defendían esa forma de vida, solo un 5% poseían esclavos. Felizmente para aquellos seres humanos explotados, el Sur perdió la conflagración bélica con el Norte, a pesar de lo sangrienta que fue la guerra civil entre los estados; la relación total de sus bajas con la población estadounidense fue seis veces superior a la de los muertos de los norteamericanos en la Segunda Guerra Mundial, entre 1939 y 1945. “LA MISMA TASA, EL DOS POR CIENTO, APLICADA A LA POBLACIÓN ACTUAL DE LOS ESTADOS UNIDOS SUPONDRÍA UNOS SEIS MILLONES DE VÍCTIMAS MORTALES”. Los confederados pretendieron, de forma ilusoria, plantar cara a unos unionistas mucho más ricos, con mayor número de habitantes, y que les obligó a una presión desproporcionada e insoportable. Por cada nordista muerto, murieron tres confederados, uno de cada cinco sureños, en edad militar pasaron a mejor vida. “Sin embargo, las estadísticas militares solo narran una parte de la historia. La guerra también mató a civiles, pues las batallas se libraron en granjas y campos, los campamentos de los soldados propagaron enfermedades epidémicas, las guerrillas perpetraron violencia y represalias contra mujeres e incluso niños, los tumultos contra la recluta forzosa afectaron a ciudadanos inocentes y, en algunas regiones del Sur, la escasez de alimentos provocó inanición. Nadie ha tratado de documentar tales muertes de forma sistemática; nadie ha diseñado un método para un recuento retrospectivo. James McPherson, distinguido historiador de la Guerra de Secesión, estima que durante la guerra hubo unas cincuenta mil muertes civiles y concluye que la tasa total de mortalidad del Sur excede al de todos los países de la Primera Guerra Mundial o a la de todos los de la Segunda Guerra Mundial salvo la región que va del Rin al Volga. La Guerra Civil causó una matanza de una magnitud que suele considerarse propia de épocas posteriores, caracterizadas por una combinación de eficiencia tecnológica e inhumanidad”. La Unión regida desde Washington por su presidente Abraham Lincoln trato de exterminar la secesión o rebeldía del Sur de forma total e inmisericorde; consiguiendo que se alterase el modus vivendi de los confederados; reconociendo la inmoralidad sin paliativos de la esclavitud. En una batalla, es el soldado raso al final del escalafón, el que debe decidir lo que es obvio para llevar a buen término su obligación, que se resuelve en un axioma, que es matar o morir. En la Guerra Civil norteamericana los que se encontraron en esa tesitura, de muy simple y a la par muy compleja resolución, serían multitud de jóvenes, de alrededor de los veinte años, quienes decidieron motu proprio conducir su devenir vivencial por el camino de la defensa, a ultranza, de su patria, fuese la Unión o la Confederación, y sus consiguientes ideales. La autora realiza un pormenorizado estudio analítico sobre ese dilema íntimo para la resolución del hecho dual de matar o morir. Gilpin Faust nos ofrece una serie de misivas, que los soldados de ambos bandos enviaron a sus familias, donde se traslucen todas sus inquietudes sobre donde serían enterrados, y si serían o no desconocidos. El Ars Moriendi o el Arte de Morir consistió en saber cómo matar al enemigo, con el mínimo o nulo remordimiento posible, ya que matar es difícil y complicado; y así lo demuestra la autora cuando nos indica como en los restos de muchos de los fusiles en la batalla de Gettysburg se han encontrado que estaban cargados, lo que demuestra, de forma axiomática, que nunca fueron disparados contra el enemigo. Los soldados del Sur odiaban a los negros, a los que culpaban de haber llegado a esa guerra, y en esa escala de valores, sus primeros odiados serían los soldados negros unionistas. Los enfrentamientos entre ambas razas demostraron, por ambas partes, un ensañamiento de una crueldad infinita. Este estupendo documento literario nos ofrece varias fotografías, no solo de los muertos y de las batallas, sino, asimismo, de cómo quedaron los familiares vivos que esperaron, de forma infructuosa, la vuelta de sus soldados. Numerosos soldados quedaron insepultos en los diversos campos del Sur, y ahora ya se podía atender a los muertos de una forma pormenorizada. El poeta Walt Whitman recorrió diversos hospitales, donde se ofrecería para ser el escribano voluntario y gratuito de las misivas que los moribundos pretendían enviar a sus familiares. En la primavera de 1865, Clarissa Harlowe Barton (1821-1912), profesora y enfermera norteamericana, sería comisionada por el presidente Lincoln para que buscase soldados desaparecidos de la Unión, su método consistiría en solicitar información a los soldados supervivientes del Norte sobre el nombre de sus amigos supervivientes o muertos de los que tuviesen noticias. En junio del año 1865, el capitán nordista James Moore se dirigió a la terrorífica prisión confederada de Andersonville donde 45. 000 prisioneros de la Unión habían sido hacinados, desde febrero de 1864, en la misma fueron exterminados por hambre, disentería, y otras patologías, casi el 30% de sus reclusos. Por esta acción de carácter genocida, el comandante de la prisión, capitán Henry Wirz (Zúrich/Suiza, 1823-Washington, 1823) sería ahorcado en noviembre de 1865 por crímenes de guerra o de lesa humanidad. El presidente del tribunal sería el general Lewis Wallace (1827-1905), quien a posteriori escribiría la novela-histórica titulada ‘Ben Hur’. «Durante la Guerra de Secesión de Estados Unidos, más de seiscientos mil soldados perdieron la vida, una carnicería sin precedentes que, en términos actuales, equivaldría a seis millones de personas. La escalofriante escala de mortandad y la devastación fue tal que no solo afectó a la existencia de centenares de miles de individuos, sino que tuvo un impacto profundísimo en la vida y la psique colectiva de la nación. Drew Gilpin Faust, experta en la Guerra de Secesión y primera presidenta de la Universidad de Harvard, describe cómo una cultura profundamente religiosa como la estadounidense pugnó por tratar de conciliar la idea de matar al prójimo o morir por una causa con su creencia en un Dios benevolente, cómo madres, padres, hermanos o hijos tuvieron que encajar la pérdida de sus seres queridos y cómo los supervivientes debieron rehacer y continuar sus vidas. A lo largo del libro, escuchamos las voces de los soldados y sus familias, de estadistas, generales, predicadores, poetas, cirujanos, enfermeras, del Norte y del Sur, que se conjugan para transmitir vívidamente cuál fue la experiencia más fundamental y ampliamente compartida de esta guerra, como lo es de todas: la muerte. Una lectura tan humana como sobrecogedora que desnuda a la guerra de cualquier romanticismo». En suma, un libro esclarecedor y de recomendación, sin ambages, que nos acerca a aquella tragedia tal cual fue, y que en ocasiones ha aparecido representada por las películas sobre ello, aunque la mayoría de ellas son magníficas, por estar basadas en novelas-históricas. «Populi romani est propria libertas. ET. Rex eris si recte facias, si non facias non eris». Puedes comprar el libro en:
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