Otra joya de la historiografía de la Edad Antigua de Síntesis, relativo a un emperador romano de no mucha duración en su cargo, pero que dejó huella en la historia y en la mentalidad de sus muchos críticos. Flavio Claudio Juliano nació en Constantinopla, en el año 331 d.C., filósofo y emperador romano como Marco Aurelio, emperador desde el 3 de noviembre de 361 hasta su muerte en Maranga/Mesopotamia, 26 de junio de 363; previamente a ser Augusto, sería César entre el 6 de noviembre de 355 y el año 360. Desde el inicio mantiene un rechazo importante contra el cristianismo, e intenta restaurar el culto tradicional romano, basándose en el helenismo neoplatónico. Por todo este comportamiento sería calificado de APÓSTATA por la Iglesia Católica Apostólica y Romana. Se encargo, sin remordimientos, de depurar la pesada burocracia estatal romana. Prohibió a los cristianos enseñar los textos clásicos, e inclusive aprenderlos y conocerlos. En el siglo XVIII, los ilustrados, con el ínclito Voltaire al frente, lo consideraron como un héroe del librepensamiento. No obstante, en la actualidad se califica su forma sociopolítica de comportamiento como ambigua, conservadora y autoritaria. En 1689 Jacques-Benigne Bossuet lo calificó como: FALSO FILÓSOFO, IDÓLATRA, BLASFEMO, Y BESTIA DEL APOCALIPSIS. El historiador irlandés Peter Brown (1935) escribe que la reacción pagana anticristiana del emperador Juliano hubiese conllevado, porque hacia esto dirigía sus esfuerzos, que de haber gobernado más años el cristianismo en las élites romanas hubiese desaparecido. Su madre, que pasó a mejor vida después de su nacimiento, tras pocos meses después, se llamó Basilisa y era una devota cristiana, hija, a su vez del prefecto del pretorio del emperador Valerio Liciniano Licinio (ca. 250-325. Emperador entre 308 y 324 d.C.), Augusto rival de Constantino I “el Grande” que lo termina derrotando en la batalla de Crisópolis/Üsküdar, 18 de septiembre de 324 d.C. El maestro del huérfano será el eunuco cortesano llamado Mardonio, cuya profunda preparación intelectual y de magisterio, influirán enormemente en el profundo carácter cultural del futuro emperador. Su padre sería Julio Constancio (289-337), quien fue hermanastro de Constantino “el Grande” por parte de padre. Asimismo, Juliano tuvo otro hermanastro con el que mantuvo unas frías relaciones, y que se llamó Galo. Amiano Marcelino, el historiador, indica, de forma taxativa, que: “… sus costumbres distaban tanto de la moderación de su hermano Juliano como las de los dos hijos de Vespasiano: Domiciano y Tito”. Estamos en los estertores finales del desmoronamiento de la Tetrarquía romana, concebida por Diocleciano para evitar el derrumbe inevitable del Imperio romano, estructura política conformada por dos Augustos, con dos Césares por debajo, y que se iban substituyendo alternativamente, en función de la retirada de los Emperadores o Augustos. “Sin embargo, el fin del esquema tetrárquico comienza cuando Constantino es aclamado emperador por el contingente del ejército que estaba estacionado en Eboracum (en la actualidad, York) al fallecer su padre, el emperador Constancio Cloro, en el año 306. Si bien tuvo que compartir el poder durante un tiempo con Galerio, Maximino y Licinio, a partir del año 324 y hasta su muerte en el 337 Constantino fue soberano único del Imperio. Durante este período, se vio forzado a frustrar varios conatos de rebelión interna y a evitar que los hijos de los matrimonios de su padre con Helena y con Teodora pudieran ensombrecer su poder”. Todas las medidas alumbradas para que la caída del Imperio Romano dure en el tiempo, van a ser inútiles, y en el siglo V d. C. se producirá un cambio de guardia germana de los emperadores, y por fin Odoacro rey de los hérulos, enviará las insignias de Rómulo Augústulo al emperador bizantino Zenón de Oriente, y en Constantinopla tendrán ya la convicción del fin de Roma en Occidente. Se estima que antes de morir, Constantino tenía in mente retomar el sistema de la Tetrarquía, lo que le fue impedido por su propia muerte, el 22 de mayo del año 337 en Nicomedia, y de forma inesperada. «Este libro aborda la figura del emperador Juliano, tradicionalmente conocido como “el Apóstata”, desde diversas perspectivas. Se ofrece una aproximación a los principales eventos que marcaron la corta vida de un personaje que pretendió revertir el proceso de cristianización del Imperio romano en el siglo IV. A continuación, se lleva a cabo un detallado estudio de la amplia obra literaria de Juliano, el emperador de quien se conserva un mayor número de escritos. Por último, se presenta un panorama que recoge los principales ejemplos de su presencia en el imaginario cultural europeo, desde su mistificación en martirologios medievales a su aparición en el comic y la literatura contemporánea. Destinado a estudiantes y a lectores interesados en el mundo antiguo, este volumen aspira a constituir una primera toma de contacto con la vida y la obra de un personaje, cuyo legado representa un ilustrativo ejemplo de los avatares sufridos en el proceso de conformación de la herencia cultural occidental como producto del ensamblaje de la tradición grecorromana en el orden cristiano». El uso que el emperador Juliano hace de Constantino puede calificarse de ambivalente. Cuando necesita legitimar su genética imperial no tiene el más mínimo problema en mostrarse orgulloso de su pasado constantiniano; pero lo mismo no ocurre cuando necesita dejar bien claras cuáles son sus diferencias entre sus respectivos programas ideológico-religiosos. Así ocurre en su obra carnavalesca y paródica titulada LOS CÉSARES, en la que hace desfilar a varios emperadores y cuyos comportamientos políticos son sometidos al juicio inmisericorde e irónico de los dioses. Considera que las obras de su antepasado, su tío Constantino I “el Grande” solo son comparables con los ‘jardines de Adonis’, lo que era una expresión retórica con la que solían calificar a la rápida caducidad de lo efímero en la Antigüedad. “En cuanto a su conversión al cristianismo, Juliano entiende que Constantino se dejó embaucar por las falsas promesas de redención que la doctrina cristiana le ofrecía para expiar los crímenes que había cometido”. En ambos personajes existen motivos varios de concomitancia, en los dos su ascenso al poder no tiene visos de legitimidad, ya que ambos a dos fueron aclamados para llegar al trono imperial por las propias legiones que comandaban, y el senado se vio obligado aceptarlo tal cual. Tras la muerte de Constantino, en el año 337 d.C., se produjo una masacre entre diversos miembros de su familia, y en ella murieron hasta nueve miembros de la familia imperial, incluido el propio padre de Juliano, Julio Constancio; y así todos estos cargos públicos dejaron de ser potenciales aspirantes y herederos al trono imperial. En suma, como casi todos los libros en los que he tenido la suerte de realizar la reseña-ensayo para la conspicua página de Todo Literatura, de la editorial Síntesis, deseo destacar, y este no es una excepción ad negativum, su calidad en los temas tratados, y su delicadeza para realizar una aproximación paradigmática a los hechos históricos analizados. ¡Estupendo, recomendable y esclarecedor! «Corcillum est quod homines facit, cetera quisquilia omnia». Puedes comprar el libro en:
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