Desde luego, por la excelencia literaria, su compromiso ético y genuino con el texto y el contexto. Con un estilo brillante, con gran dosis de ironía y convocando tantas estrategias narrativas como respaldo metaliterario. En cualquier caso, esa curiosa combinación de lirismo, tono de manifiesto y reflexión filosófica desembocan a un libro original, contundente y que hemos de tomar muy en serio pese al tono aparentemente jocoso que lo recubre. Si hubiera que resaltar la tesis del ensayo no sería sino cuestionar la implacable voluntad de sumisión por parte del nuevo orden mundial que, en lugar de admitir que su sistema es el problema central nos orienta directamente hacia el fin del mundo. Salvayre reivindica el poder dominical y los méritos de la pereza que lejos de ser el pecado metafísico que manifiesta el Catecismo de la Iglesia Católica, es una virtud con gran poderío y a su paso una parodia sin clemencia de lo que se hace llamar “la moral cristiana”, paradójicamente bajo el manto de una “moral capitalista” profanadora de lo sagrado. Desde luego, la percepción de la lucha obrera no es un adorno artificial sino una vivencia de la autora que procede de una familia trabajadora, que ha vivido en saturadas viviendas de protección oficial, (HLM, en Francia), que conoce las entrañas, los sufrimientos, los hermosos sentimientos y las contradicciones del proletariado, término que empleo con toda su carga simbólica. Un proletariado que no solo asume el punto de vista de la clase dominante sino que le vota. Una pregunta que se hacía Paul Lafargue, periodista, médico, teórico político y yerno de Karl Marx, así como autor del libro El derecho a la pereza (1883), sosteniendo el sueño de la abundancia y el goce de la liberación de la esclavitud del trabajo, empleando la paradoja para mejor explicar el marxismo entre la clase obrera de su tiempo. Por consiguiente, no es cuestión baladí que se retome el asunto y se plantee el trabajo como algo propicio, favorable y bien concebido si a cambio ofrece tiempo para vivir, pensar y desear. Sin embargo, Lydie Salvayre toma ese espacio contradictorio donde el elogio del trabajo y el abismo con lo real es abrumador, para cuestionar esa perversa paradoja desde la creatividad, la literatura, la escritura. Por consiguiente, el lector que aborde el libro como proyecto político cometerá un grave error. Desde luego, los personajes interpelados son los denominados “apologistas del trabajo de los otros”, es decir, los unos que hacen trabajar a los otros por salarios miserables, condiciones precarias y definitivamente los que proclaman el trabajo como “deber moral”; pero también aparecen Sócrates, Horacio, Paul Valéry, García Lorca, Goya, Rimbaud, Gustave Flaubert y Madame Bovary, Téophile Gautier, Bertrand Russell, Sully Prudhomme y por supuesto, la propia autora aparece como personaje equilibrador. En efecto, el trabajo es necesario y emancipador, pero no en cualquier condición. Consideración que se enfatiza con este magnífico elogio de la pereza. Como muestra, las páginas 26 y 27 donde figura el listado de los apologistas del trabajo de los otros para los que la pereza es “una perversión del espíritu, una calamidad pública, un cáncer social que hay que extirpar con cirugía ablativa, una plaga especialmente perniciosa por ser tan seductora”, y un listado de reconocidos perezosos que cantan a la Musa Pereza, desde Virgilio a Beckett.
En definitiva, el tiempo del trabajo es la cuestión primordial y no son pocos los estudios que se pronuncian al respecto. La pereza ocupa pues un lugar esencial, pero no puede entenderse únicamente como la acción de no hacer nada, más bien es hacer todo lo que no entra en la curva de los beneficios, en los preceptos del CAC 40 o de nuestro índice bursátil el Ibex 35, (destaquemos el terrible equívoco al usar el adjetivo posesivo colectivo “nuestro”). Así que la pereza como forma ideal de transformación recoge el ocio, la lectura, mirar por los demás, ocuparse de sí mismo, etc.
Decíamos al principio, el talento existente en la novela francesa, así que mujeres como Annie Ernaux, Anne-Françoise Garreta, Amélie Nothomb, Yasmina Reza, Marie N´Diaye y desde luego Lydie Salvayre merecen toda nuestra atención. Hay un anhelo de humor, puertas y ventanas abiertas a lo sutil, lo irreverente, lo inesperado, y paralelamente la voluntad de un mundo mejor, decididamente insistente en lo esencial y con especial atención al ser humano. Un libro de sencilla erudición, sentido común que revisa las aportaciones y reflexiones de ilustres artistas y que nos invita, yo diría incluso, que nos incita a pensar y repensar los nuevos desafíos que se nos avecinan, desde el confinamiento por el Covid hasta la Inteligencia Artificial, los medios de comunicación y la farmacología. La pereza como arte poético, y sobre todo, como arte de insubordinación.
Puedes comprar el libro en: