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Los Hecatónquiros o cómo aprender a dejar de preocuparse y amar a la guerra

jueves 28 de noviembre de 2024, 17:16h
Hecantógiros
Hecantógiros

Probablemente, el título de esta misiva te parezca un poco largo, levemente presuntuoso o exageradamente plagiado. Pero si alguna vez, en lo inconexo del tiempo o en los ríos del arte visual, conociste a un teúrgo (hechicero de magia blanca) que forjaba encantamientos de imágenes con los ojos cerrados, movimientos resplandecientes, aladas odiseas y relojes naranjas, entonces, sabrás que este título solo es una referencia a esa obra antigua, obra alguna vez exhibida en colores opuestos, obra de dicho genio, que, como si hubiera surgido de una lámpara, arribó a nuestros hogares para complacernos de dicha y magia.

Pero regreso al presente, son tiempos, sin duda, difíciles. Hace algunos años, peleábamos del tú por tú en las costas de aquellas distantes tierras bautizadas bajo el nombre de la hermosa princesa fenicia, que fue raptada por el toro blanco, el cual, no era un toro, si no un disfraz del dios supremo, el dios que sobrevivió al apetito de Neptuno. El nombre al cual respondía esta princesa, según la mitología griega, era Europa. Ahí estábamos, en esas frígidas playas, con otro idioma, otra cultura, otra idiosincrasia. Bajábamos de las lanchas y solo nos esperaban bombas, gritos en alemán y balas al por mayor. La negra Ker coloreaba a las frías riberas con el más sádico de los pinceles de un tono grana espeluznante, aterrador, y con un dejo total de desconsuelo sin igual. Recuerdo bien ese día. Siempre despertábamos antes de ver el peplo dorado de Eos y desayunábamos miserias, que a muchos no les gustaban, pero siempre comer esos espurios alimentos eran una buena señal, ya les diré el porqué. Sin embargo, esa mañana, mientras Apolo sucumbía sus primeros rayos hacia nosotros, el platillo era ostentoso, delicioso y oneroso, lo cual era epítome de una y solo de una cosa: era día de guerra. En el ejército, un desayuno portentoso era señal de que ese día, seguramente, iba ser tu último día.

Muchos, millones de mis amados hermanos dieron su vida por y en esa batalla, y es que al final, en ese momento, existían solo 3 hecatónquiros, los cuales con su aliento nos alentaban a… espera, ¡3 heca qué! Muy bien, explicaré. De acuerdo con la mitología helénica, los hecatónquiros eran gigantes, cada uno con 100 extremidades y 50 testas, como imaginarás, mostraban toda su monstruosidad. Hijos del abuelo de Zeus y la madre tierra, jugaron un rol muy importante en la hostilidad más importante de todas, la guerra entre titanes y dioses, historia, que otro día les contaré. Y, por cierto, ¡qué hermosura es el número 3 ¡¿no es así? Meditaba sobre ello mientras sobrevolaba en mi aeroplano lleno de bombas rumbo hacia el Hades, recordando lo que significaba, para los vetustos griegos, el simbolismo de este número. Representaba, por ejemplo, el equilibrio, la plenitud y la perfección -3 palabras-. Es un número que aparece en las familias divinas, en monstruos y en pruebas heroicas, mostrando la importancia de las tríadas en la cosmogonía de esa civilización tan antigua, además de… mmm, espera, ¿tríadas divinas? Me trae a mi mente a otros credos, más modernos y populares ¿habrá sido la sagrada trinidad actual una copia de mitos más antiguos? o bueno, ¿cómo decirlo con eufemismos? ya sé, una inspiración, sí, ¡esa es la palabra! Entonces, reformulemos la cuestión ¿la tríada actual es resultado de una inspiración de religiones pasadas? Seguro sí, pero no importa demasiado ese vago pensar en este instante, ninguna tríada deiforme me salvará de este destino funesto al tener que arrojar en contra de nuestro enemigo, otrora aliado, la bomba más temible de todas las bombas.

Y es que como iba expresando, después de milenios de esa lúgubre guerra, revivieron esos 3 gigantes o hecatónquiros, para participar en esta afrenta. El primero de ellos era Coto, el cual solía ser furioso, caótico y destructivo. Nacido con una ideología autoritaria, totalitaria y militar, podía destrozar la mente de algunos líderes y convertirlos en tiranos. Era tan cabrón, que su fuerza impulsiva tendía a arrasar con lo que encontraba a su paso. La centralización extrema del poder en una figura o en un régimen reflejaba esa energía incontrolada de este “pequeño” amigo. Poderosísimo, pero con ideas excepcionalmente equivocadas. ¡Ah! y le encantaba los nacionalismos, las supuestas razas superiores y los genocidios, en pro, claro está, de la patria, la nación y la voluntad del pueblo. ¿Cometió asesinatos? Asesinatos no ¡genocidios! Genocidios a todo aquel que fuera o pensara diferente a él. Gobernó en lares latinos y lares barbaros (en tiempos de César enemigos, pero no hace mucho, amigos). Todo un caos, todo un lío.

El segundo de ellos respondía al nombre de Briareo, el cual hace milenios fue aliado de los olímpicos en esa guerra anteriormente citada contra los titanes. Era asimismo fuerte, constante y vigoroso. Aunque por su boca se cantaban poemas de justicia, unión, derechos e igualdad, en el fondo era parecido a su primer hermano: autoritario, conflictivo, de un uso de la fuerza sin restricciones, amante de los pretextos para justificar la pobreza y también adorador de líderes, en apariencia buenos, en realidad, viles dictadores. Tenía y sigue teniendo muchos fanáticos, que a pesar de las miles de pruebas en su contra por los juzgados de la historia, cuantiosos pseudointelectuales y ricos que se hacen pasar por pobres aún lo defienden a capa y espada. Briareo es ahora nuestro enemigo, líder del país más grande de este orbe, país rojo por fuera, frío por dentro, aunque también rey de otras naciones de este mismo color, pero llenas de miseria y horror. En fechas no tan lejanas fue nuestro aliado para vencer a las fuerzas del temido Coto (el primer hecatónquiro) y sus nefastos opresores asociados. Debemos confesar que, sin la ayuda de este segundo gigante, dueño de un colosal ejército carmín que tiene gusto excesivo por la sangre y las violaciones, nunca hubiéramos podido derrocar a Coto.

Y el tercero y último de los hecatónquiros es Giges, el cual es mi líder y le debo pleitesía. Él hace muchos ayeres era un gigante relacionado con la estabilidad y con su madre, la tierra. Hoy, lo relacionamos con lo que representa mi país, ubicado al norte del nuevo mundo donde sus pobladores siempre nos hemos ufanado de ser la tierra de la libertad, los derechos y … ¡más libertad! además obviamente del dinero. Es cierto, hemos cometido varios pecados a lo largo de nuestra pequeña historia. Eliminamos a todos los que nos estorbaban, a los dueños auténticos de estas tierras; además de robarle algunos dominios a nuestro vecino austral, de esclavizar a millones de negros, y de… ¡pero bah! ¡Todo sea por la libertad!...



Continuará

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