Según la etimología griega de la palabra TEOLOGÍA, la traducción literal del término es ‘hablar de Dios’; aunque en el caso de Platón de Atenas sería referirse a los dioses en plural. «La antigüedad cristiana constituye una período fascinante e inagotable para la investigación teológica. Esta obra magna de dos patrólogos consagrados, Emanuella Prinzivalli y Manlio Simonetti, ofrece una cuidadosa síntesis de la teología de los siglos I-V, incluyendo no solo la cristología y la reflexión trinitaria, sino también la concepción del hombre, de la historia, del destino… y la forma de vivir y organizarse de los primeros cristianos. El enfoque es netamente histórico evitando valorar a los autores a posteriori en base a su ortodoxia. También atiende a la diversidad de áreas geográficas, con sus peculiaridades culturales, evitando así un esquema de progreso lineal que no respete su singularidad. El resultado es una imagen rica y polifacética de la teología de los primeros cristianos, que, aunque pensaban cosas diferentes sobre Dios, sin embargo, les unía la convicción de que Jesús es algo más que un hombre y que su misión es salvadora». Platón está de acuerdo de cómo se debe representar la divinidad, siendo prístino de que cada discurso en el que se mezcle el concepto de ese Ser Superior, debe ser considerado como teológico. Llegando más lejos, y su inteligencia es preclara cuando subraya que la divinidad siempre es buena, causando solo el bien y, en ninguna circunstancia, el mal. Para el Estagirita, Aristóteles, la teología es mucha más loable que cualquier otra ciencia. “… porque trata de la divinidad primera, del ser en cuanto ser, en una palabra: de Dios, como él lo concibe, motor inmóvil de todas las cosas”. A partir de ese momento histórico y del futuro siguiente, nos encontramos a la teología como la especialidad más elevada de la filosofía. En la segunda mitad del siglo II d.C., Melitón de Sardes, obispo y uno de los Padres de la Iglesia Católica, escribió una conocida apología sobre los cristianos, al denominado como emperador filósofo Marco Aurelio. El prelado deseaba evitar las persecuciones imperiales, tratando de explicar a un emperador de nivel cultural superior cual era la categoría del cristianismo, considerado como filosofía doctrinal. “Los primeros en utilizar el término teología en el sentido técnico indicado anteriormente, en referencia al pensamiento cristiano, fueron los alejandrinos, comprometidos en una confrontación con la filosofía griega llegando, con Orígenes (primera mitad del siglo III), a producir un sistema similar a los sistemas filosóficos, excepto por la diferencia, que es tan fundamental como contraria al razonamiento filosófico, de presuponer una revelación divina: se pasa de las doce ocasiones en que Clemente menciona el término a las cuarenta en que Orígenes lo utiliza. El detalle es aún más significativo ya que el judío Filón, que en muchos aspectos les precedió, no lo utiliza en absoluto y rara vez habla de teología o utiliza el verbo”. En los primeros momentos de la vida de la Iglesia, San Pablo realiza un análisis muy claro sobre el contraste que se produce entre la fe en Cristo y la Ley judía. Aunque lo más complejo y controvertido sería la actitud de los judíos, sobre todo en el Siglo I d.C., frente a lo que representaba el personaje de Jesús de Nazaret y, sobre todo, el enfrentamiento que se produjo en el mundo israelita por causa de que uno de los suyos fuese nada más y nada menos que el Hijo de Yahvéh-Dios. En el primer siglo sus seguidores lo consideran ya como un hombre con unas prerrogativas tan extraordinarias, que lo colocaban por encima de la humanidad normal. Los cristianos necesitaban aclarar cuál debería ser su relación con sus ancestros de la religión judía, pero toda esta convivencia llegó a ser imposible cuando entraron a formar parte de la religión de Cristo un número importante de gentiles, quienes hicieron muy compleja y problemática esta relación, hasta llegar a la ruptura total y definitiva, sin posibilidad de ningún tipo de reencuentro. “En este contexto, ya en los primeros días de la vida de la Iglesia, la reflexión de Pablo sobre el contraste entre la fe en Cristo y la Ley sentó bases más substanciales para los desarrollos posteriores de la reflexión doctrinal en los ámbitos antropológicos y soteriológico. Pero la razón de la controversia no menos acalorada vino de la actitud de los judíos frente al personaje de Jesús de Nazaret, en el conflicto entre los pocos que tenían fe en él y los muchos que lo rechazaron, personaje que presentaba una fisonomía que distaba mucho de la claridad: en vida, algunos prodigios sensacionales lo habían acreditado como un espécimen del Señor, es decir un hombre con prerrogativas extraordinarias que lo colocaban por encima de la humanidad normal; pero había sido sobre todo la fe en su resurrección lo que confirmó, en los discípulos, la convicción de que Jesús era más que un hombre, una creencia inmediatamente establecida no solo entre los etnocristianos, acostumbrados por su atavismo a no hacer una distinción precisa entre lo divino y lo humano, pero también entre los judíos que creyeron en él, que eran mucho más cuidadosos respecto a tal distinción”. La concepción divina de Cristo ya está más subrayada. El problema complicado, entonces, se produce porque como se podía conciliar la divinidad de Jesucristo con la existencia, heredada como fe de los hebreos, de que solo existe un único Dios, que es Yahwéh. El mínimo común denominador de los inicios de la teología entre los cristianos estribaba en que estaban absolutamente convencidos de que, Cristo, tenía una relación única y sumamente privilegiada con Yahwéh-Dios, y que había llegado al mundo para tener una función totalmente salvífica. “Esto no debería sorprender porque Jesús nació en el seno de un judaísmo muy variado, muy distinto del judaísmo que va desde el siglo II en adelante: su elemento principal era el culto a YHWH, al que, según un monoteísmo que para los tiempos de Jesús se había convertido en riguroso, el mismo Jesús, como los otros judíos, concibe como el único Dios, un Dios personal que ha establecido una relación privilegiada con el pueblo de Israel”. Los judíos tenían dos valores absolutos religiosos comunes, que eran la Torá y el Templo de Jerusalén, aunque existían críticas bastante acres, desde los esenios que no consideraban al Templo como algo sagrado. Juan “el Bautista” bautizaba en las orillas del río Jordán en la región de Galilea, y por lo tanto muy lejos del Templo jerosolomitano. Los samaritanos adoraban a Yahwéh en el monte Garitzin. Incluso fariseos y saduceos, la élite del Israel sociopolítico y religioso de la época, tenían conceptos canónicos diversos. Por consiguiente, obra sobresaliente, y muy recomendable para conocer el hecho teológico en Jesucristo. «Si fas endo plagas caelestium ascenderé cuiquam est mi soli caeli maxima porta patet». Puedes comprar el libro en:
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