Su obra poética tan reconocida como premiada, se inicia con un bellísimo poemario, Residencia de olvido y además con el Premio de Poesía Barro en 1982. Desde entonces títulos como Clamor de travesía (Premio José Luis Núñez, 1986), El tiempo insobornable (Premio Bahía de Poesía, 1989), Museo interior (Premio Rafael Alberti, 1990), La hoguera infinita (Premio San Juan de la Cruz, 1992, Acuérdate de vivir (Premio Antonio Machado, 1998), Donde nace el desvelo (Premio Antonio González de Lama, 2002), Inusitada Luz (Finalista Premio de la Crítica Andaluza, 2008) o Cibernáculo (También finalista de la Crítica Andaluza, 2012) entre otros conforman una sobresaliente trayectoria poética en la que fijarse necesariamente. Este nuevo poemario, Para olvidar la noche, es en sí una extensa plaquette de veinte composiciones que discurren por el amor y el desamor, la esperanza y el dolor, la necesidad de vencer el desamparo y tomar la senda de la dicha, con una musicalidad que le confiere el verso libre y el octosílabo en la mayoría de los textos. Una musicalidad refrendada por poemas como “Copla” o “Bailando” donde la sensualidad del tango se entreteje con un verso brillante y genuino. En otras ocasiones, el registro poético, en esa voluntad de complicidad y acercamiento se adosa al lenguaje popular, como así sucede en el poema “De hoy no pasa” : “Ay, que de hoy no pasa,/que me ponga el sombrero/y me vaya a la playa/a psarme un juergueo”. Una suerte de antídoto contra un estado continuo de desamor, acaso de persistente deseo por recuperar el mágico entorno del enamoramiento. Il n´y a pas d´amour heureux que nos cantaba Georges Brassens. Por tanto, el espacio del amor con todos sus márgenes, sinestesias, aromas diseña un panorama creativo, fresco y lúcido ante cualquier situación o emoción que la vida presente. A todas luces, la autora nos ofrece un conjunto textual sólido que, en esa búsqueda de respuestas, a veces complejas o invisibles, aúna “un pintar escribiendo” y “un escribir pintando”, como nos reconoce la propia María del Valle. El poema “Milagro” es una muestra donde el verso octosílabo se asemeja a una pincelada rápida, precisa para resaltar la naturaleza, transformando la pena, el dolor, el sufrimiento en un extraordinario destello de esperanza. El último poema, “Cantos de sirena” nos lo confirma. Una sonora imagen que se detiene en la calma, la quietud, la paz, reforzada por el endecasílabo del soneto. El último terceto se fundamenta en la esperanza: “Y yo voy caminando convencida/de vencer el temor con la esperanza,/para aliviar las penas que me hieren”. Si su pintura permite una voluntad de distorsión de la realidad, este conjunto poemático se identifica por el reverso del amor y el anverso de la pérdida del amor, así como por el plano medio que sería el canto de lo real, que se concreta en la geografía, Cádiz, en su pasión literaria, Bécquer. La poesía, el lenguaje meditado, en definitiva, parece ordenar, solo sea provisionalmente “el sobresalto, el desencanto, la tregua que no es vida”, como nos escribe en ese hermoso poema titulado “Cuadro triste”.
Quizá, convenga ahora un prudente silencio y leer o releer este poemario Para olvidar la noche, deseando como la autora que “Vida nos traiga la vida”.