Esto les ha acarreado muchas burlas e improperios; pero los alcazareños siguen firmes en sus creencias, no por mera cazurrería propia de pardillos de pueblo, como les han llegado a decir, sino por convicción primeramente y después por las formas poco correctas con que se ha pretendido probar que tal vez pudieran estar equivocados.
Y no solo se ha usado de la incorrección contra las creencias alcazareñas, sino también contra todos aquellos que de algún modo las han apoyado.
Los alcazareños siempre han tenido en sus genes la certeza de que su ciudad es la verdadera cuna de Cervantes. Cuando se ignoraba todo sobre el lugar de su nacimiento, hasta el extremo de que, en su primera biografía, encargada por la Real Academia de la Historia en 1737 a Don Gregorio Mayans y Siscar, se afirmaba que había nacido en Madrid, en Alcázar ya circulaba, desde hacía más de cien años, una tradición oral, transmitida de generación en generación, que ubicaba en ella su natalicio. Tradición que cobró renovada fuerza cuando, en 1748, llega a Alcázar D. Blas Antonio Nasarre y Ferriz, bibliotecario mayor del rey y miembro de la Real Academia Española, y descubre en los archivos parroquiales de Santa María la Mayor la partida de bautismo de Miguel de Cervantes Saavedra, anotando en un margen de la misma: Este fue el autor de la Historia de Don Quixote.
Es cierto, como se dice en NORIA, que la defensa de esta tradición les ha acarreado en el tiempo no pocos reproches, cuando no algunas burlas y disgustos, pero los alcazareños, siglo tras siglo, siguen estando seguros de sus creencias, no por la simple razón de sostenerlas y no enmendarlas, sino fortalecidos y guiados por sus firmes convicciones, hasta el punto de que hoy la ciudad luce con orgullo en las entradas a la población el apelativo de Cuna de Cervantes.
Convicciones que siempre han querido, y sabido, manifestar mediante las más variadas expresiones. Alcázar es una ciudad que rebosa referencias cervantinas: apellidos, nombres de calles, plazas, parques o parajes, asociaciones, publicaciones, eventos, monumentos, molinos, motivos en las fachadas de sus casas..., todo recuerda a Cervantes y a los personajes de su obra.
Una de sus más bellas tradiciones ha sido la de plasmar en azulejos cerámicos diferentes escenas cervantinas y quijotescas y adornar con ellos dependencias y espacios, tanto públicos como privados. Los más conocidos son los de la sala de espera de la estación del ferrocarril, los del Centro de Visitantes, ubicado en la antigua fonda de esta misma estación, y los de la biblioteca al aire libre del parque Cervantes. Pero también hay otro espacio, poco conocido por el público, que atesora otra magnífica muestra de esta tradición: la primitiva sala de máquinas del Pozo de las Aguas en Las Perdigueras.
Este pozo, propiedad de la Empresa Municipal Aguas de Alcázar, está ubicado en la zona central del Acuífero 23, a veintidós kilómetros al sur de la ciudad, en lo que fue el inmenso monte del Concejo, y desde el que se surte a la ciudad del preciado líquido. Su sala de máquinas, en donde estaban instaladas las bombas para la extracción del agua, está a veinte metros de profundidad y tiene sus paredes alicatadas con bellos azulejos con escenas alusivas al Quijote.
Pero antes de hablar de estos azulejos conviene hacer un poco de historia y recordar la compleja, y a veces tormentosa, relación que siempre ha mantenido Alcázar con el agua.
Hasta comienzos del siglo XVII los alcazareños se abastecían, con cierta normalidad, de los pozos artesanos, privados o propiedad del Concejo, repartidos por toda la villa y sus alrededores. Es posible que, en la plaza Vieja, hoy plaza de España, existiera a finales del siglo XVI una primitiva fuente pública, a la que llegaba el agua a través de una canalización procedente de pozos situados en la zona de los cerros del Tinte, al noreste de la población. Referencias de esta fuente datan de 1592; de ella también se habla en 1599, cuando el Concejo acuerda comprar en Madridejos unos tubos de barro cocido para reparar la maltrecha tubería que la alimentaba.
Debido a la gran sequía que hubo a comienzos del siglo XVII, el nivel de los pozos de abastecimiento descendió considerablemente, por lo que el Concejo decide buscar otras alternativas para el suministro de agua potable a la población. Así, el 21 de julio de 1602, acuerda… que atento a la gran necesidad que en esta villa hay de agua dulce, y que se acaba cada día la que hay en el pozo Valcargao, que se envíe por un fontanero y zahorí, que vea el pozo del Vallejo, a donde parece que hay cantidad de agua…
Al estar desaparecido el segundo libro de Acuerdos del Concejo, que recoge las actas municipales de los años 1610 al 1615, no se sabe con exactitud cuando el Concejo acuerda realizar una acometida de agua a la población desde un pozo de galería situado en la huerta de Montoya, hoy conocida como huerta de Albiñana, en el paraje de las Fontanillas, a un kilómetro de la población, en la margen derecha de la actual carretera de Alcázar a Miguel Esteban.
Pero sí encontramos, en el folio veinte del tercer libro de Acuerdos del Concejo, 1616 a 1623, un acta, de octubre de 1616, referente a la fuente de la plaza en la que se lee… A de acabarse dentro de dos años, corren desde primeros de enero de 1617… A de tener el licenciado Juan Ruiz el aprovechamiento del agua catorce años. Corren desde el dicho día primero de enero de 1617.
Esta traída de agua, que bien pudo estar reforzada con el caudal que se extraía de los pozos situados en los cercanos cerros del Tinte, discurría por las calles de las Huertas y San Andrés, hoy Álvarez Guerra y Emilio Castelar, hasta llegar a una fuente pública de nueva construcción situada en la llamada plaza Nueva, desde entonces conocida como plaza de la Fuente.
La fuente, situada frente a la torre del antiguo Ayuntamiento, curiosamente en el espacio que hoy ocupa la fuente decorativa situada delante del monumento a Don Quijote y Sancho, tenía cuatro caños dorados en línea que durante los siglos XVII, XVIII y primera mitad del XIX, abastecieron holgadamente a la población y a un abrevadero para los animales ubicado junto a ella. Esta misma tubería, en su recorrido por las calles de las Huertas y San Andrés hasta la plaza Nueva, también surtía a otra fuente situada en la parte alta de la villa, en el conocido antiguamente como rincón de la fuente; es la plazuela que hay frente al Casino de Alcázar.
Dibujo de Doña Elvira Samper que aparece en la portada del fascículo XXI de Hombres, lugares y cosas de La Mancha, del Dr. Rafael Mazuecos. El dibujo recrea la ubicación de la fuente pública situada en el centro de la plaza Nueva, frente a la torre del antiguo Ayuntamiento.
Con el agua que proporcionaban los pozos del Concejo: Vallejo, Tello, Pindongo, Valcargao, Ambrosio, Navarro, Coronado, de las Vacas, Franco…, y el caudal aportado por la fuente pública, la situación se mantuvo, más o menos estable, hasta la segunda mitad del siglo XIX cuando, con el inicio de las obras del ferrocarril, en abril de 1852, comenzaron a surgir nuevas necesidades de abastecimiento hídrico. Lo cierto es que, por distintas razones, entre otras por sufrir episodios de extrema sequía, el caudal que llegaba a la fuente pública acabó siendo insuficiente para abastecer con normalidad a los habitantes de la villa.
El 5 de julio de ese mismo año, D. Ezequiel Racionero, regidor del Ayuntamiento, expone en la sesión de la corporación celebrada en ese día: que es frecuente encontrar a muchos vecinos que carecen del agua precisa para su consumo… conviniendo en que es indispensable los demás pozos del común de agua dulce que han estado corrientes en épocas anteriores.
La situación siguió agravándose con el transcurrir del verano y así, el 16 de julio, en una nueva sesión municipal, el Concejo dispone, respecto a la toma de agua de la fuente pública: que ningún vecino pueda tomar juntos más de dos cántaros de agua de la expresada fuente, entrando por turno riguroso para ganar vez, sin preferencias ni consideraciones algunas.
Debido al necesario desvío de agua para cubrir las necesidades de las nuevas infraestructuras ferroviarias y a la mayor demanda experimentada por parte de una población en crecimiento, el problema no dejó de aumentar, resurgiendo unos años más tarde con más fuerza; entre otras causas, por las cada vez mayores necesidades hídricas del ferrocarril, que demandaba ingentes cantidades de agua para sus instalaciones y para el funcionamiento de sus locomotoras de vapor.
En 1859 hubo un fuerte enfrentamiento entre el Ayuntamiento y los ingenieros de la compañía ferroviaria, porque éstos abrieron por su cuenta una serie de pozos que comprometieron el caudal y el nivel freático de los pozos del Concejo, especialmente el de Vallejo, hasta el extremo de que el 21 de febrero de 1859 el Ayuntamiento deniega al ferrocarril la solicitud de apertura de nuevos pozos, ordena la paralización de las obras de los que se estaban construyendo e incluso llega a prohibir que se extraiga agua de los ya excavados.
Tras la intervención del ministerio de la Gobernación la situación se recompuso a favor del ferrocarril, pero no mejoró para los habitantes de Alcázar, ya que durante los años siguientes su abastecimiento hídrico, ya inutilizada la tubería que desde la huerta de Montoya traía el agua a la fuente pública, pasó a depender exclusivamente de los pozos del Concejo diseminados por el casco urbano y sus alrededores, algunos de ellos con importantes problemas de caudal y calidad del agua, lo que comprometió seriamente el desarrollo de la ciudad.
Es de señalar que la compañía ferroviaria, una vez reconocidos sus derechos sobre la extracción de agua, colaboró con el Ayuntamiento para abastecer a la población desde sus pozos, especialmente en los periodos de extrema sequía.
Un momento de máxima tensión se vivió el 17 de mayo de 1906 con la llegada a la ciudad de los cadetes de la Academia de Infantería de Toledo y las quejas que expresaron a cerca de la falta de agua potable, lo que hizo que se tomara plena conciencia de la gravedad del problema y se acelerara la búsqueda una pronta solución.
El 2 de diciembre de ese mismo año, el ingeniero D. Enrique Alcaraz presentó un proyecto para derivar agua desde el azud del Atajadero, en las lagunas de Ruidera, y abastecer con ella a los municipios de Tomelloso, Criptana y Alcázar; para ello se constituyó la Sociedad Anónima Aguas Potables de Alcázar de San Juan, Tomelloso y Criptana. El proyecto no tardó en desecharse por el elevado coste de las obras.
La situación se corrigió definitivamente cuando un grupo de doce entusiastas alcazareños, presididos por D. Miguel Henríquez de Luna, fundó una sociedad mercantil con la finalidad de solucionar el problema del abastecimiento de agua mediante la excavación de un pozo en el paraje denominado las Perdigueras, a veintidós kilómetros al sur de Alcázar, en el corazón del acuífero 23, y el tendido de una tubería de hormigón que transportaría el preciado líquido desde una torre de carga, situada junto al nuevo pozo, hasta un depósito regulador a construir en el cerro de la Horca, actual cerro de San Isidro, y desde allí, por gravedad, se distribuiría a toda la población.
La Sociedad Aguas Potables de Alcázar se escrituró el 7 de julio de 1908 y el pozo, que tenía una profundidad inicial de veintiocho metros, se excavó en ese mismo año. En su sala de máquinas, a veinte metros de profundidad, se instalaron los dos grupos moto-bomba que extraían el agua y la enviaban a la torre de carga situada en sus proximidades. El agua brotó el 14 de diciembre y llegó a Alcázar en mayo de 1910.
El 27 de febrero de 1954 el alcalde, D. Tomás Quintanilla, es invitado a una reunión de la Junta General de la Sociedad Aguas Potables de Alcázar en la que se acordó, por unanimidad, vender al Excmo. Ayuntamiento, para su municipalización, el manantial e instalaciones para el abastecimiento de aguas. El 6 de marzo se procedió, por ambas partes, a revisar y valorar los activos para la firma del acuerdo alcanzado. En abril el Pleno del Ayuntamiento aprobó una partida presupuestaria de cuatro millones de pesetas destinada a la adquisición. La operación se cerró definitivamente en 1955, tras la concesión por el Banco de Crédito Local de España de un préstamo de ocho millones de pesetas, que también sirvió para modernizar las instalaciones y mejorar la red de distribución a la población.
Hasta el año 1970 el nivel de agua en el pozo se mantuvo estable, pero a partir de ese año, en plena vorágine de puesta en marcha de nuevos regadíos en la zona, su nivel freático descendió rápidamente, lo que obligó a perforar otros dos pozos nuevos en el entorno del anterior.
El primero de los nuevos pozos, conocido como sondeo A, tiene una profundidad de noventa y seis metros y medio y se perforó entre agosto y septiembre de 1973. El 26 de septiembre se hicieron las pertinentes pruebas de rendimiento y al día siguiente comenzó a bombear agua de forma ininterrumpida.
Cuando en la primavera de 1975 se agotó definitivamente el pozo primitivo, se inició la perforación de un segundo pozo, sondeo B, que alcanzó una profundidad de cien metros, con lo que ya se garantizaba de forma permanente el suministro de agua a Alcázar de San Juan. Actualmente también se extrae agua de un tercer sondeo que llega a los ciento veinte metros.
Hay que precisar que con el agua que se extraía del Acuífero 23 se regaban 20.000 hectáreas de terreno en el año 1970, que pasaron a ser 186.600 en 1987, cuando se le declaró oficialmente sobreexplotado en abril de ese mismo año. Esa cantidad de hectáreas en regadío suponía una superficie a todas luces superior a la capacidad de recuperación hídrica del acuífero y por consiguiente a su inevitable agotamiento.
En 1928 la sala de máquinas del Pozo de las Perdigueras se remodeló y sus paredes se embellecieron alicatándolas con valiosos azulejos con el escudo de Alcázar, el nombre de las personas que componían el Consejo de Administración, fechas alusivas y preciosos motivos inspirados en El Quijote. La cerámica, en azul y amarillo, es de Talavera y está firmada por J. Ruiz de Luna.
Entendemos que todo el conjunto: la finca, la casa, construida en 1909, el pozo, y especialmente la sala de máquinas y sus azulejos, constituye un recurso turístico de primer orden, sin olvidar que debe ser considerado como parte importante del patrimonio material de la ciudad. Los azulejos, que en breve van a cumplir un siglo, deben restaurarse antes de que su deterioro sea irreversible y todo el complejo ha de adecuarse para establecer con regularidad un plan de visitas programadas que permitan a los alcazareños y visitantes admirar este extraordinario patrimonio.
Otra importante colección de azulejos con motivos cervantinos se encontraba recubriendo las paredes del pozo de la Aguada de Marañón, a escasos kilómetros del anterior, que la compañía MZA abrió en 1870 y desde el que abastecía de agua a sus locomotoras de vapor en su camino hacia Andalucía.
Pero como en tantas otras ocasiones ha sucedido, el abandono de las dependencias de la Aguada, a causa de la electrificación de las líneas ferroviarias, llevó de inmediato a su saqueo y destrucción. La que fue una bella colección de azulejos cervantinos desapareció y el edificio que la contenía es hoy un montón de escombros. Una verdadera lástima que los alcazareños no estuvieran atentos a exigir, a quien correspondiera, la necesidad de salvar ese extraordinario patrimonio.
Sigamos firmes en nuestras convicciones y protejamos todo aquello que ha forjado nuestra tradición cervantina, lo que nos permitirá continuar ostentando el calificativo de Cuna de Cervantes.
Manuel Rubio Morano
Sociedad Cervantina de Alcázar de San Juan