Mientras que estos autores exploran la fragmentación del lenguaje y la deconstrucción de formas tradicionales, Bravo opta por un retorno a la lírica más clásica, con un marcado tono contemplativo y una fuerte presencia de la naturaleza como elemento simbólico. Su poesía dialoga con la tradición romántica y modernista, actualizándola para el siglo XXI. El libro de poemas se estructura en dos partes: “Acanto” y “Rosas”, sugiriendo una dualidad entre lo perenne y lo efímero, lo áspero y lo delicado. Los poemas revelan una profunda sensibilidad hacia el paisaje y una reflexión constante sobre el paso del tiempo, temas que entroncan con la tradición romántica pero tratados con una voz contemporánea que juega poéticamente con la intimidad y lo personal. En esta entrevista exclusiva abordamos a Luis Bravo para conocer mejor su postura en la poesía actual. ···
Lo primero de todo, gracias por dedicarnos este tiempo. Posiblemente, y manteniendo una fidelidad intacta a las propuestas de tus dos libros anteriores, pudiera ser que insistes en abrazar el núcleo duro de un conservadurismo estético. En este sentido, Hojas de acanto y rosas parece nadar a contracorriente de algunas tendencias dominantes en la poesía joven española. ¿Es su apuesta por el neoromanticismo una forma consciente de posicionamiento en el panorama poético actual? — Nada, nada, es un placer. Sí, es innegable que, siendo este nuevo libro el tercero y con la intención de que haya más, escribo con esa afinidad, con los mismos temas y las mismas fijaciones. No me han cansado todavía, no creo que lo hagan. Son los temas eternos de la literatura, así que… De por sí, me gusta mucho la percepción, tanto en los libros de poemas como en los que vaya haciendo de narrativa, de que todos están envueltos por una sola atmósfera, secretamente conectados entre sí. ¿Conservadurismo estético? Dicho así, aunque suene fuerte o se pueda malinterpretar con cuestiones políticas — no es el caso — , puede deberse a que intento que prime más lo estético con cierto matiz apegado a lo fin de siècle, lo decadente, lo modernista, entre varios más. Siempre me ha interesado el bagaje tradicional para darle una vuelta, se cambie o no. Mirándolo de distinto modo, será diferente, seguro. Actualizarlo, sí. La estructura dual de su libro “Acanto” y “Rosas” sugiere una tensión entre lo perenne y lo efímero. ¿Cómo se relaciona esta dualidad con su visión de la tradición poética y la innovación? — Por esa misma razón, pero en principio la estructura dividida vino por una sencilla cuestión de comodidad a la hora de dejar los poemas en el manuscrito. Me gustaba la idea de dos partes, una más pesimista y otra más festiva. Elegías y odas. Para corresponder a la tristeza inherente pero también a la alegría que merece sacarse a flote de vez en cuando para que no se pierda el juicio ni uno sea injusto con la vida. Existe esa tensión, desde luego, seguramente en todos los poemas, no únicamente en una parte u otra, pero por cuestiones anímicas de lo que quería reflejar, fuese una vivencia reescrita o inventada. Sin embargo, como lector y crítico, no me causa problema alguno la relación entre la tradición poética y las tendencias innovadoras, que no lo son en realidad, sino que vienen a moldear algo que ya ha sido ahormado a saber cuántas veces. Cuando se habla de un libro como algo rompedor y similares expresiones, en el fondo es mentira. Parece rompedor porque hacía tiempo de su última vez, de ahí el alboroto y la efusividad, sensaciones pasajeras y que deben serlo para pensar con claridad. Todo se ha hecho ya. Habría que decir que supone una recuperación; unos escarbando en las jarchas, otros en los surrealistas, y es perfecta y legítima la elección que se haga, que para algo la poesía es un campo lo suficientemente vasto y libre como para que se permitan todas las propuestas, incluso las que cansan o no hacen falta que se les quite el polvo. Su poesía dialoga abiertamente con referentes clásicos. ¿Cómo equilibra estas influencias con la búsqueda de una voz propia y contemporánea que no adolezca de anacrónica? — Intentando no escribir lo que ellos ya escribieron. Hace años, en una charla a la que asistí tras un modesto taller de relatos, uno de los participantes dijo que ya no se escribían novelas como las de antes, que hoy nadie haría algo semejante a Los hermanos Karamázov. Bueno, evidentemente, pensé entonces y lo mantengo. Las obras cumbres, definidas así a título personal o general, ya se hicieron. Si son únicas, ¿qué sentido tiene que haya dos? Es de una gran estrechez de miras esa defensa de lo irrecuperable de un legado que ya fue. ¿Me gustaría un libro que igualase a El iris silvestre o a Ligero, por decir ejemplos poéticos más recientes que me encantaron? Para qué, si ya existen y no aceptan comparación. Las voces propias de quienes escriben creo que surgen porque han entendido que, tras una inicial y natural imitación de las lecturas y autores que les insuflaron ese afán literario, han de buscar en los posos, en lo que ha quedado, dejando de nadar en círculos en lo ya escrito. Cuestionándote y reflexionando sobre los gustos o los rechazos, consigues una mejor escritura, mezcla de las influencias que constituyen tu camino y tus vueltas al mismo y el inevitable aporte vital que se decida añadir. O desde la total fantasía, aunque tampoco evite la biografía. Desde el ejercicio de criticar libros ajenos, esto lo veo más nítidamente. Se nota a la legua los que escriben así porque han leído a determinados y los que escriben así porque no se han separado de ellos. Es motivo de orgullo que el trabajo propio guarde ecos, pero si solo repite la melodía que fue mejor entonada por anteriores, mal vamos. ¿Por qué esas ciudades? — ¿Se refiere a las apuntadas al final, las que señalan dónde lo escribí? Simplemente porque de viaje por las mismas con mi familia estuve escribiendo con buen ritmo varios de los poemas de Hojas… Además, sirvieron de inspiración directa, como el caso del jardín de la Cordoaria de Oporto, donde pude ver unos atardeceres que ni en todos los poemas románticos europeos o norteamericanos juntos. Me gustan más las ciudades cuando dejan al descubierto esos rincones en los que la naturaleza resiste y redobla la apuesta de su impresión. Rincones que a merced de las políticas de turno van peligrando. En poemas como Del jazmín, reflexiona sobre el oficio poético. ¿Cómo ve el papel del poeta en la sociedad actual? ¿Cree que la poesía tiene aún la capacidad de incidir en la realidad social? — Es un poema bastante complicado Del jazmín, lo admito. Nace, aparte del recuerdo de una desbordada y nocturna mata de jazmines dejando caer sus flores en una calle de Rota, de esa acumulación de preguntas que aparecen cuando vas publicando o buscando dónde hacerlo y qué características tiene lo que haces, no digamos ya sentido o méritos, aunque resulte peligroso tirar por ahí. El papel de quien escribe poesía es el de alguien que asume una insatisfacción y necesita complementarla con la literatura. En sus manos está sacarle provecho, sea contentándose con su práctica o volcando en ella todo su dolor. Pero se escoja una u otra hay que tener en cuenta la frase de Michi Panero, lo importante es no ser un coñazo. Si la poesía incide en la realidad social es a pesar de ella, de ambas: de la poesía por ser algo más etéreo que tampoco pierde de vista el sustrato real y de la realidad por estar ahí siempre al quite para cortar alas. Tiene que ocurrir, nos llega e intentamos escribirla, porque es un estado intangible pero cristalino, contradictorio a más no poder que sólo se siente verdaderamente cuando tienes que poner palabras a la idea revoltosa que lleva días o meses esperando. La realidad, en cambio, no espera. Sucede y arrasa. Su tratamiento del tiempo y la memoria contrasta con la inmediatez de mucha poesía actual. ¿Cómo cree que influye la aceleración de la vida moderna en la creación poética de su generación? — Una gran mayoría de la poesía actual ha elegido el ritmo vertiginoso, lo voraz e inconsistente y las referencias de todo lo que despunte y rechine. Es más pop que nunca, casi que con miedo a mirar atrás, ni de reojo. Su uso de la significación política también juega ambiguamente, ya que las noticias envejecen al mínimo pestañeo y se cala rápido a quien le publican por sus posicionamientos. Curiosamente, esa mayoría no deja de ser consciente de lo pronto que pasa una novedad cuando es publicada, pero tampoco que esa rapidez no puede fundamentar nada y queda algo insulso de lo que se creía sabroso. Pomposo de lo que se pensaba trascendental. A mí el tiempo y la memoria me parecen ineludibles. Son suficientes para empujar cualquier libro, y esto lo avala cualquier literatura de no importa qué país. El acto de recordar, de que pasaremos a ser recuerdo u olvido, sumado al trance en el que el tiempo nos embarga, me obsesionan. Duele si es tocada la memoria, parafraseando el verso de Seferis, pero es que estamos hechos de ella. Como a los enemigos, exagerando, conviene tenerla cerca. Candela, Óscar, Laura, Juan y Luis. Polaroids de Laura RamosAlgunos de sus poemas, como Daniel, Álvaro o Adrián, tienen un tono más personal. ¿Qué es “lo personal” en un poeta? — Lo personal debería ser y estar en todo su trabajo, como venimos comentando. Pero con esos poemas en particular quería que eso personal que pudiera diferenciarse de los demás, más abigarrados y envarados por la naturaleza o lo peliagudo de sentimientos o pensamientos, se debiera a querer rendir homenaje a mis amigos. Con Candela, Daniel, Álvaro, Raúl y Adrián, me apeteció titular con sus nombres unos versos porque valoro mucho sus amistades, de igual modo que dedico otros a varios amigos más, en este y los anteriores. No creo que expongan más pero tampoco menos que los que los rodean. Su todo bastaba. Su obra establece un diálogo con la imagen y la pintura, como en Rosas bajo los árboles, 1905 inspirado en Klimt. ¿Qué tiene aquel paisaje que le ha atrapado desde siempre? — El paisaje pictórico, y me refiero al paisaje ya pasado a ser lienzo, es en sí toda una argumentación poética. Argumentación o excusa o recurso, lo que se prefiera. El pictórico y el fotográfico y el cinematográfico. Posiblemente sean los ejemplos en los que la poesía y la realidad hayan estado mejor avenidos cuando han unido fuerzas, y todavía quedando espacio para que nosotros nos detengamos frente a ellos, los miremos y, de pasada o tras mucha mirada, queramos decir algo más sobre lo que contienen. La pintura me es de gran importancia porque fue mi primera formación artística, digamos, por ir a clases de dibujo y por haberme interesado las obras y vidas de pintores desde mi más tierna y redicha infancia. Tomar cuadros y extraerles unos versos no es tan sencillo. No puedes contar lo que ves, qué estupidez, eso está al alcance de cualquiera. Yo tiendo a elucubrar, me voy por sus ramas, tanto que terminan siendo mis poemas más ficticios. Para esta cuestión, suelo volver a los poemas Musée des Beaux Arts, de Auden, Cristo en la tempestad del mar de Galilea, de Gallego Benot, o el libro Descendimiento, de Ada Salas. Magníficos. ¿Cómo ve el panorama editorial de la poesía en España? ¿Cree que las editoriales están apostando lo suficiente por nuevas voces y propuestas innovadoras? — El panorama editorial poético en España vive al son de dos tiempos, diría. Hay mucha atención hacia todo poeta o grupo de poetas que van surgiendo y configurando sus trayectorias, sin perder a los de generaciones anteriores que para nosotros resultan modelos a seguir o evitar, lógico y natural, vaya. Hay muchas editoriales dignas, claro. Puede que Letraversal y Ultramarinos sean las que más atención estén recibiendo, justificadamente, pero también está este sello, por supuesto, La Bella Varsovia, Maclein y Parker, Ril, La Uña Rota, Isla Elefante, etc. Hay apuesta por las propuestas novedosas, sin duda alguna. El doble son al que me refiero es aquel en el podemos notar que, sí, las editoriales no tienen desatendida la llegada de toda nueva voz, pero las maneras de editar, los tratos y todos los tejemanejes balzaquianos a los que uno se ve sometido a veces por el aparato editorial son propios de una época, de un punto de vista, que ya no tiene legitimidad. Hay que intentar que el trato entre editor y escritor sea bueno, cordial, como en cualquier relación laboral que se precie. Que se esté haciendo una inversión artística no puede utilizarse de coartada para demostrar que unos tienen más poder que otros. Los hay que hubieran sido más felices en la Europa feudal. En su opinión, ¿cuáles son las principales corrientes o tendencias en la poesía española contemporánea? ¿Cómo se sitúa su obra en relación a estas? — Ahora noto un fuerte auge de la poesía cursi, de la resignificación de la cursilería, que está ganando un peculiar protagonismo. Puede estar acercando la poesía a un público que desconociera el hecho de que leer poesía es una lectura más que puede apetecer tanto como una novela y estar dotada de su misma accesibilidad, salvando todas las diferencias entre un género y otro, faltaría más. Pero la visión que tiene esa poética, la calidad de los poemas, tan triviales y huecos — no hay más que leer cinco al azar para cerciorarse — , tiene su aquel, pues seguramente confunda sobre qué puede ser susceptible de considerarse poesía. Para ellos, todo, cualquier cosa, pero eso lo único que trae es anonadamiento y vaguería lectora, un carácter vital muy infantil. La reivindicación de lo cursi es una nueva forma de puritanismo. Aparte, hay estupendos poetas no adheridos a ninguna corriente destacable, sino que comparten singularidades. Es mejor acercarse a estos. En mi opinión, sigo pensando que las corrientes poéticas en España las marcan el sur, sobre todo, y el norte. Andalucía y Asturias. Los que estamos entre medias o a los lados miramos a uno y otro lado cual partido de tenis. Más o menos, sigue habiendo tres direcciones: los que escriben mediante una apuesta rupturista-experimental, los que se arriman epigonalmente a sus maestros y los que buscamos una reescritura personal de la tradición o lo contemporáneo sin estridencias. En todos, eso sí, hay una fuerte individualidad, lo quieran admitir o no. Me quedo en esta orilla. ¿Cuáles son los tópicos que más detesta? — Me parece que no detesto ninguno. Lo detestable es que se usen mal o de una manera poco convincente. Para eso, mejor no escribir nada. Hay poetas que están en todos los festivales y saraos, lo que indudablemente es una cualidad social. ¿Cómo se mueve usted en ese difícil mundo? — ¿Quién no quiere que le inviten a uno? Este año me invitaron a participar en el Bajo35, en su segunda edición en Madrid, y encantado de la vida. De momento no me muevo mucho en esos ambientes. Según el premio o los contactos o el reconocimiento que vayas teniendo, accedes a estar en uno o en quince. Es una buena red. Lo malo es cuando uno se empieza a fijar en las grietas: que paguen poco ¡o nada!, ¡que tengas que pagar tú!, que poetas que publicaron hace cinco años sigan girando como si fueran novedad o merecedores de esa atención cuando en realidad ya podrían bajarse del carro. En fin. Cuesta adentrarse. Es un poco como la escena de Eyes Wide Shut, esperando que te pasen la servilleta con la contraseña escrita. Igual hay gente que se piensa que los festivales son como otras escenas más picantonas de Eyes Wide Shut… Pero no, bromeo. Ojalá hubiera más variedad y oportunidad, sólo eso. ¿Qué ocurre, y qué ha ocurrido, con las revistas de poesía? — Muy buena pregunta. Pueden ser las grandes ausentes si comparamos con los años ochenta y noventa del siglo pasado, cuando hubo un periodo muy fructífero de publicaciones por todo el país. Muchas de ellas las he rastreado y tengo ejemplares de varias; todos los de la jerezana Fin de siglo, algunos de la navarra Pasajes, de la sevillana Renacimiento, de la extremeña La ronda de noche. Tuvieron mucho predicamento, no hay más que asomarse a esas páginas. Fueron revistas de una gran belleza tipográfica también. Actualmente han perdido prestigio. Hay sedimentos, como pequeños folletos que puedan hacerse con motivo de congresos o conferencias. Sí han quedado dos o tres revistas, entre otras más minoritarias, que intentan recoger ese testigo. Anáfora, a la cabeza, llevada por Pablo Núñez y Candela de las Heras. También la onubense Centauros, dirigida por Alejandro Bellido, Irene F. Romero y José Cuevas Olmedo. Destaco esas dos, ambas deudoras de las que he mencionado. Si las revistas han mermado en el panorama literario es debido a que su papel ahora es llevado por las redes sociales. Por Instagram y por Twitter se van mostrando los adelantos, las reseñas. El rumor de lo que fueron esas páginas se escucha en el sube y baja de tuits y entradas. Pero no desaparecerán. Siempre hay alguien que decide recuperar ese gusto artesanal. Aguantan como el musgo. Como ganador del II Premio de Poesía Pablo García Baena, ¿qué opina sobre el papel de los premios literarios? — Los premios son ventajas editoriales para los libros, principalmente. Ganar un premio conlleva, en el mejor de los casos, una suma siempre bienvenida, y la nada desdeñable atención mediática, a cada uno dentro de sus posibles. Todos lo intentamos hasta que nos suena la campana. En mi caso, después de varios tumbos, ha sido con el García Baena sin creencia alguna, pese a lo manido de la frase, de que fuera a ganarlo. Pero ocurrió y me alegro que sea bajo el ribete de su nombre, pues era y es un estupendo poeta. Ninguna queja en ese aspecto, todo lo contrario. Sin embargo, para editoriales como Pre-Textos o Visor o Hiperión parece la única vía de entrada. He ahí otro son de otro tiempo que más arriba señalaba, que lo único que hace es darles un contraproducente aspecto de muralla impenetrable, algo que, seguramente, está haciendo que los autores de mi quinta empecemos a mirar hacia otros lares en los que poder buscar acomodo a nuestros trabajos. Del prestigio no se puede vivir a no ser que seas rico de cuna. Puede que Rialp con los premios Adonáis y Alegría sea una excepción, pero ahí la cuestión estriba en que pocas veces ofrezcan propuestas que estén a la altura de ejemplos pasados que sí marcaron un cierto hito o descubrieron voces que entraron de lleno en la historia. Finalmente, ¿hacia dónde cree que se dirige su poesía después de Hojas de acanto y rosas? ¿Tiene ya proyectos futuros en mente? — A veces divago sobre si debería escribir cosas más arriesgadas o más depuradas, dentro de lo que puedo dar, pero se me pasa y aterrizo pronto, porque lo que escribo siempre viene condicionado de lo que leo y observo y pienso, en orden indistinto. Me gusta que sea así. Tengo un cuarto libro terminado y ando con poemas para el quinto. Por el lado narrativo, tengo en mente el siguiente libro de relatos, más largos, con uno terminado y otro comenzado, y también otro de prosas misceláneas. También un diario. Veremos qué les depara. Puedes comprar el libro en:
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