En 2017, con Sísifo, Pol se mueve del espacio presuntamente privado del cuerpo al más evidentemente público del trabajo, con su tedio y retahíla de colegas que uno a veces odia, a veces desea. En 2021, con El ala psiquiátrica, el poeta escudriña un tercer espacio represivo, que es el hospital. No es casual que la estructura de este poemario imite el andamiaje arquitectónico de Sísifo, porque mediante El ala psiquiátrica Pol busca duplicar la configuración del infierno, y todos los infiernos se parecen.
En ese libro dedicado a la locura, el poeta, como Virgilio en el Infierno dantesco, toma de la mano al lector y se adentra con él por los recovecos de un recinto médico, llevándolo, desde la recepción, por los pasillos hasta la sala de espera, el jardín y las habitaciones con sus “huéspedes”. Tanto en Sísifo como en El ala psiquiátrica, la oficina y el hospital son regentados por un jefe caracterizado como el Diablo mismo, con corbatas que hacen las veces de demoniacas colas.
Como implican el título y la portada de alambres de púas de Panóptico, en este último poemario Pol dirige su atención al nec plus ultra de la disciplina, la cárcel, en un volumen inusualmente grueso que, como Sísifo y El ala psiquiátrica, se estructura como un descenso al infierno. Este espacio se evoca desde el primer poema, “Hijos de Tifón”, que consiste, en esencia, de una lista de portales al infierno y de calabozos famosos en el mundo antiguo: “Pórtico de Hades… Laberinto de Creta… Cueva de Nemea” (21). Este poema divierte por su blasfemia, ya que se estructura como las letanías a la Virgen en el Santo Rosario: “Madre de Cristo / Madre de la Iglesia / Madre de la Misericordia…”. La estructura del poema, es decir, también habla, mientras recuerda con su leve blasfemia el análisis que Helen Vendler hiciera del poema de Emily Dickinson, “In the name of the Bee / And of the Butterfly / And of the Breeze – Amen!”, cuando lo llama blasfemo por imitar el comienzo del Padre Nuestro. Como sugieren los epígrafes de sus varios libros, y el hecho de que el autor es profesor universitario, Pol es un poeta que lee a otros poetas, vivos y muertos, occidentales la mayoría, por lo cual fijarse en el diálogo entre sus poemas y el canon puede resultar una buena estrategia de aproximación.
Sería difícil, quizás irresponsable, escribir sobre la cárcel sin hacer referencia a Michel Foucault, para quien el panóptico, en Disciplinar y castigar, era el símbolo máximo del poder represivo, omnividente, de un Estado que ya no necesita ejercer vigilancia física en todo momento, porque ha instalado en los sujetos sus mecanismos de disciplina. El poder no opera ya únicamente a través de una jerarquía vertical, sino que se convierte en un sistema de redes y negociaciones del que todos participamos en forma desigual, según el momento. Ya no es necesario que estén presentes ni el guardia ni el abate, porque nosotros mismo nos encargamos de controlarnos y autocensurarnos. A veces tengo privilegio y a veces no. A veces ocupo subjetividades marginalizadas, y en otros contextos, no. Nada me exime de los “–ismos” que afectan a otra gente, como el heterosexismo, el elitismo y el racismo, pero, sin querer, yo también los ejecuto, soy partícipe de ellos incluso cuando lucho contra ellos, porque así funcionan los sistemas que nos cautivan.
De Disciplinar y castigar proviene no sólo el título del poemario, sino también el título de la primera sección (“El nacimiento de la cárcel”) y el epígrafe de Panóptico, donde Foucault posiciona al cuerpo “como instrumento o intermediario… atrapado en un sistema de sujeciones y privaciones, obligaciones y prohibiciones… El castigo se ha convertido en una economía de derechos suspendidos, en el arte de las sensaciones insoportables” (citado en Panóptico, 19). Esta identificación del cuerpo como “intermediario” evoca la aparición del mismo en Mardi Gras, un poemario hilarante como sugiere su título, cuyo humor contrasta con la seriedad de la aproximación al cuerpo en los poemas de Panóptico. “Cotejo”, por ejemplo, es un poema incómodo, que puede lograr que el lector se identifique con la incomodidad que siente la confinada siendo sometida a un “cotejo” que es, en realidad, una escena de abuso sexual en que nosotros, al leer, estamos implicados como voyeurs. El sistema carcelario fue creado como una extensión de la esclavitud y se ciñe contra los más pobres y las personas con dolencias psiquiátricas, por lo cual es un agujero negro (como ilustra la misma portada) donde se sumen las peores tendencias del trato entre los humanos. El sistema entero participa de ello, y nosotros, ciudadanos que pagamos impuestos, somos su audiencia “con sed de sangre”, como sugiere el poema “Pulgar”, que pinta al sistema de justicia como un “circo abominable”, tipo gladiadores en la antigua Roma. El poema procede a ilustrar cuán corrupto es el sistema de justicia, mientras implica que policía, fiscalía, psiquiatría y trabajo social, brazos disciplinarios de una sociedad capacitista, conspiran para inculpar a las personas con desórdenes psiquiátricos, mientras protegen a los poderosos. La justicia es un “teatro barato”, con “mala trama”, dice el poeta. Nosotros también, ciudadanos libres, estamos implicados en los sistemas que (ojalá) condenamos, ya que es imposible ser un testigo perfectamente neutro.
La segunda sección del poemario se titula “Celda” y contiene el elenco de personajes que hacen de Panóptico un poemario inesperadamente conmovedor. Digo “inesperadamente”, porque la portada, con letras en bloque y un agujero de alambres de púas, busca repeler. También porque mis propios prejuicios me hacen pensar que uno no esperaría encontrar la ternura en la cárcel, pese a que ésta, al ser un espacio humano, también debe contener esas instancias, pues la ternura es humana, no sólo de quienes somos, por ahora, “libres”. Cada poema en esta sección aparece en voz de un personaje distinto, tipo Jill McDonough en sus sonetos a confinados muertos en Habeas Corpus, mientras la perspectiva individual humaniza a los presos y los anima como gente que también anhela, sufre, se enoja, cavila; es decir, personas que sienten todo el espectro de lo humano, pese a haber sido relegadas a una muerte social. Qué hermoso el comienzo de este poema amatorio:
Desnudo
Con todo lo que puedo recordar de ti
Dándote paso en esta habitación hermética
Trayéndote desde tu cuerpo hasta mí
Entre muros de ciudades
Selvas y mares en fuego
Le doy la forma con la noche a tu perfil… (56)
Donde los muros de “esta habitación hermética” no apartan el espectro de una memoria que hace que una ausencia, la del cuerpo amado (y quizás, después, asesinado), se haga presente. En el poema “Él recordaba sus sueños”, conmueve también cuando el confinado se sueña “cavando un túnel… Hasta el hogar de mi abuela / Para salir entre las espinas / Del árbol de mandarinas de mi niñez / Y volver a esconderme / Bajo la sombra de su traje” (60). Se desea un retorno a un tiempo más inocente, a un lugar ameno, al afecto primigenio y sin complicaciones de la abuela, a la brillantez de la china mandarina, que contrasta con el gris lenguaje carcelario.
Así como la mayoría de los poemas en la sección “Celda” están escritos desde la perspectiva de prisioneros varones, los de la tercera sección, “El Puente” utilizan de vehículo una variedad de voces femeninas que hablan de las tribulaciones particulares que confronta esta población penal. Conmueve, en particular, el poema “Entre las burbujas de la heroína”, sobre una muchacha cuya madre “le frió los sesos” desde el vientre, al ser la madre adicta a la heroína. El poema describe cómo la niña está predestinada, ella también, a acabar en la penitenciaría, pues hereda desde antes de nacer la adicción de su madre. Muestra el recorrido de la droga “por el cordón umbilical… Perfumando el líquido amniótico / Con un olor a plástico / Quemado” (110) que le provoca adicción a la criatura desde el saco amniótico, hasta que termina, como lo hiciera su madre, “pariendo en el penal / Entre las convulsiones de la abstinencia / A un residente perpetuo” (111). Desde la violencia del cuerpo y la ternura del bebé nonato, el poema trata sobre sujetos que tuvieron poca oportunidad de tener vidas productivas, felices, tranquilas, porque la justicia trata al adicto como un criminal, sin importarle el manejo de su condición, pero sí el castigo y la perpetuidad de su marginalización.
Tal como las secciones “Celda” y “Puente” tratan sobre el elenco de los prisioneros, la última sección, “Espacios Comunes” se aproxima a los ambientes físicos de la cárcel. Como reflejo de la estructura de descenso al infierno, o del agujero negro de la portada, esta última sección contiene los poemas más violentos, donde aparecen el ultraje de prisioneros, el abuso físico, la violencia heterosexista y las mutilaciones. Aquí aparece el poema “Panóptico”, que se enfoca en el centinela que custodia la estructura física del panóptico sin darse cuenta de que él también es un prisionero, en quien el poder ha instalado “un chip de omnipresencia” que “regula” y “dogmatiza”, sin dejarlo a él, tampoco, ser libre. “No viviendo / Ni dejando vivir”, concluye el poema, como si resumiera con un refrán la interpretación de Vigilar y castigar, que insiste en que el poder ya instala ese “chip” en nosotros desde antes de nacer, por lo cual todos somos partícipes del poder: sus posibilidades, sus prohibiciones y sus ejecutorias. Según este poema, el guardia de hoy es “el negrero” de antes; la cárcel es “vorágine” y “todos los mareos”, el hueco donde el lenguaje va a apagarse, “ese gran faro / de luz y gravedad negra” (138). El panóptico es un tremendo falo.
El poemario concluye con una reinvención emocionante del dios Hades, quien hace aquí las veces del jefe en Sísifo y el médico en El ala psiquiátrica. Se trata, es decir, de otro poema que reinventa a una figura demoniaca y, por eso, icónica, interesante, raíz de conflictos. Este poema final, titulado “Chinero”, describe un motín en la prisión, desde la perspectiva del superintendente o más supremo director. Hades observa el motín a través de las pantallas de las cámaras de seguridad, como si observara el chinero que tiene en su oficina, tallado por confinados que, se presume, trabajaron sin paga, esclavizados. Como si fuera Nerón viendo a Roma quemarse, Hades se prepara un té mientras monitorea el motín, en un acto de refinamiento, que revela su distancia de la población que él vigila y castiga, y que ahora está en crisis. Tras acomodarse su pistola y su chaleco antibalas, Hades sale a confrontar el motín, a la vez que el poemario cierra con un cuplé palpitante: “Los depredadores lo buscan por los pasillos / Cada uno ignora que es trofeo y presa” (142).
Como ocurre en “Panóptico”, en “Chinero” los roles se intercambian, ya que no sólo son los confinados “depredadores” y “trofeo y presa”, sino que él también lo es. El poemario entero explora este intercambio de roles y subjetividades, acaso como una invitación al lector para que se coloque en las situaciones de los personajes que encuentra, o al menos para que tenga la valentía de confrontar situaciones que, por su privilegio, no encuadran dentro de sus referentes de lo posible.
Panóptico demuestra, junto Mardi Gras, Sísifo y El ala psiquiátrica, que Julio César Pol ha encontrado una fórmula que le funciona para estructurar sus poemarios. No uso la palabra “fórmula” en sentido peyorativo, sino en el del estilo: todos los poetas buscan un andamiaje que le dé forma a un poemario, incluso cuando escriben poemas sobre las “fieles fugadas” que se les escapan. Los poemarios de Pol son como un buen concept álbum, que explora una misma idea a través de las múltiples perspectivas, elencos, espacios y léxicos que se asocian con ella. Pol podría continuar, si quisiera, sometiendo otras instituciones disciplinarias a la misma armazón; sería interesante lo que podría hacer, por ejemplo, con el sistema escolar católico. Si quisiera, sin embargo, podría descartar esa ruta y enfocarse en el verdadero tema, el “subterráneo” y más gozoso en su poesía, que es la búsqueda de libertad del hombre en un mundo que se le opone días tras día.
Panóptico termina como una película donde el malo, la supuesta arma de la justicia, sale a cazar. Aunque no lo parezca, en esa salida abierta, inconclusa hacia la revuelta, existe una posibilidad de libertad, una esperanza tenue de liberación para los prisioneros. Ojalá que un próximo poemario, más esperanzador y humorístico, arrase con la conmoción que deja Panóptico, y con este miedo que le tengo ahora, yo también, a caer en la cárcel.