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"El siglo más largo de Roma", de Pedro Barceló

Ed. Alianza Editorial. 2022
viernes 18 de octubre de 2024, 22:21h
El siglo más largo de Roma
El siglo más largo de Roma
El emperador Diocleciano es el gran modelador de la sociedad romana y del Estado del SPQR/SENATUS POPULUSQUE ROMANUS, hasta tal punto es así su personalidad que consiguió que se produjese una prosternación imperial de tipo Oriental ante él, cada vez que le iban a ver, este cambio fue de una enorme profundidad, eliminando a todos aquellos que se opusiesen a su concepto de divinización absoluta.

Uno de sus descendientes, Constantino I “el Grande” profundizaría, más si cabe, en el camino que había trazado el fundador de la Tetrarquía, Diocleciano, quien se había dado cuenta, fehacientemente de que tal como estaba conformado el Imperio de Roma, el futuro era nulo, y era más que necesario crear un Imperio hereditario, legalmente sensu stricto, con dos emperadores-augustos, oriental y occidental, aunque el de Occidente tendría la preeminencia, los herederos serían otros dos césares. Pero, todo ello no dejaba de ser un intento, que resultaría infructuoso sobre todo en Roma, aunque no en Bizancio. Diocleciano era un dálmata o ilirio, y tras su dimisión, hacía allí Spoleto/Split se iría a vivir.

Con la elevación al trono de Diocleciano (284) comienza una nueva fase de la época imperial romana caracterizada por un sinfín de innovaciones respecto al ejercicio del poder. La más destacada la constituyó la elevación de Maximiano (286) a emperador plenipotenciario con el título de augusto, y el ascenso posterior de Constancio y Galerio (293) a puestos subordinados de césares de los augustos en funciones, con lo que Diocleciano creó un colegio de cuatro emperadores-regentes simultáneos”. No obstante, el hecho de que existiesen dos emperadores en el poder de Roma ya se había producido en el pasado, la primera ocasión, y casi excepcional, entre Marco Aurelio y Lucio Vero, en la tercera dinastía o de los Antoninos o Ulpio/Aelia (entre los años 96 a 192 d.C.), conformada por: Nerva, Trajano, Adriano, Antonino Pío, Marco Aurelio/Lucio Vero y Cómodo.

«Descuidada con demasiada frecuencia, la historia del imperio romano tardío resulta fundamental, sin embargo, para el entendimiento de la historia del mundo que habría de configurarse a partir del establecimiento de Bizancio y del inicio de la Edad Media. En la presente obra Pedro Barceló ofrece una admirable panorámica de un periodo del imperio tan decisivo como ignorado, tal es el que media entre los reinados de Constantino y Teodosio y que abarca el siglo IV. En ella se estudian los procesos más relevantes de este siglo, el ‘más largo de Roma’, en cuyo centro se inserta el reinado de Constancio II, figura cuya biografía, rescatada de tratamientos generalmente hostiles por sus posicionamientos políticos, ideológicos o doctrinales, sirve de hilo conductor para un completo y penetrante análisis de la sociedad tardorromana, en la que habría de consolidarse una simbiosis entre Iglesia y Estado que marcaría de forma decisiva el rumbo de los siglos siguientes».

Los augustos eran las autoridades supremas de la política de Roma, promulgaban leyes y eran los que decidían absolutamente sobre la guerra y la paz; los césares administraban las provincias y protegían las siempre complicadas y amenazadas fronteras del Imperio de Roma, intentando que los vecinos bárbaros no pudiesen entrar en ellas. Lo realmente más llamativo, se refiere a la pérdida del predicamento o la preeminencia de la urbe capitolina, substituyéndola por otras residencias imperiales situadas en las cercanías de las fronteras más complicadas y difíciles, tales serían las de nombres tan sonoros como: Tréveris, York, Milán, Sirmio, Sérdica, Nicomedia y Antioquía, y desde allí se diversificaría el poder romano, que también consideraba necesario proteger a sus territorios ya muy romanizados. “Del prínceps civitatis de cuño augusteo, término que evoca la idea de un gobierno compartido entre el monarca y el estamento senatorial, surge el concepto del dominus, tal como aparece reflejado en las inscripciones de la época (esta tendencia comienza ya a partir de Septimio Severo y se afianza definitivamente durante el reinado de Diocleciano), percibido por los demás como un todopoderoso señor que rige, ateniéndose exclusivamente a su propio criterio, los destinos del Imperio”.

Esta nueva forma de gobernar se acerca, de forma obvia, al comportamiento político de la autocracia; con los ciudadanos que se transforman ahora en súbditos, y con un férreo control por parte de esta nueva administración, que decide sobre vidas y haciendas. Diocleciano sería, por lo tanto, uno de los grandes matadores de opositores, y, por consiguiente, entre ellos los cristianos, quienes no estaban dispuestos a aceptar la divinización del emperador. También se crea una nueva articulación de la sociedad en honestiores y humiliores, que los define legalmente, socialmente y económicamente. Además, los denominados como potentes serán los encargados de mantener una distancia importante con respecto al resto de la población que depende de ellos. Desde siempre el profesor Pedro Barceló ha sido un especialista en la Historia Antigua, circunscrita a las relaciones entre Roma y Cartago, y obviamente en esta obra, más que recomendable se observa su magisterio de forma prístina. Constantino es el emperador que tiene una relación directa con las mutaciones, necesarias, de dirección política en la evolución del Imperio tardorromano. Existen varios factores que demuestran el anterior aserto: “La reorganización del ejército y de la administración, la nueva concepción ideológica del gobierno imperial especialmente en lo referente al estatus de su primer mandatario, la fundación de Constantinopla y, sobre todo, la entrada en la escena política del mundo antiguo del cristianismo de la mano del mismísimo emperador, constituyen las claves de este dilatado proceso de transformación y reforma de las estructuras del Estado”.

La teología de la Tetrarquía era eminentemente política; cuando entre en escena la fe cristiana, se producirá un intenso debate abierto acerca de cuál era su connotación doctrinal. El emperador Constantino considerará que el nuevo Dios, en realidad el Hijo de Dios, Jesucristo, ha sido el que le ha otorgado la victoria sobre Majencio, en el Puente Milvio, en el año 312 d.C., por lo que tendrá una reverente deferencia hacia él; por ejemplo donó el solar que era posesión de las tropas de la guardia imperial augustea, que se habían colocado en el bando de Majencio, al obispo católico de Roma, para que allí se edificase una nueva basílica dedicada a San Juan de Letrán, que será, a posteriori, la catedral de Roma; lo que se incrementará cuando incentive medidas filocristianas, aumentando los privilegios concedidos a la comunidad cristiana, como católica o universal, y a su clero, siempre comprometido con la causa constantiniana. En suma, estamos ante un libro de calidad insuperable. «Errare humanum est, sed perseverare diabolicum. ET. Medice, cura te ipsum».

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