"Por el oculto fuego", de José María García López se cierra con un homenaje, casi una invocación, al numen tutelar cuyo magisterio se deja sentir en las páginas de este libro: el poeta sevillano Luis Cernuda. Hay razones, sin duda, para ese ferviente tributo. Pero se trata de razones que en ningún caso podrían confundirse con las facilidades del mimetismo o el campo mil veces trillado de la escritura epigonal. La irradiación de Cernuda, sí, está presente desde el título mismo en los poemas punzantes, sobrios e intensamente inspirados que componen Por el oculto fuego. Y al mismo tiempo, la sombra del autor de Las nubes no impide en absoluto que lo que se manifiesta en esta obra sea una voz absolutamente singular (respaldada, además, por una sólida trayectoria en el territorio de la poesía), y una sensibilidad cuya afinación y cuyo alcance se alejan de un modo ostensible de la acritud y la extrema desolación cernudianas (rasgos estos tan de agradecer, por otro lado, en medio del exceso de buenos modales en que languidece buena parte de la poesía hispánica en el siglo XX y en los principios del XXI). En esta dirección, la singularidad de este último trabajo poético de José María García López se apuntala sobre una apuesta sutil y extremadamente delicada a un tiempo: la que le lleva a escribir un libro clásico que sin embargo prescinde de la rigidez y los fastos retóricos del clasicismo; o lo que es igual: un libro en el que lo clásico no es tanto una cuestión de código (lo que habría abocado su escritura al pastiche o al simulacro posmoderno), como de intención y, antes que nada, de actitud. En efecto: Por el oculto fuego es clásico en la bella y altamente emotiva respiración elegíaca que lo recorre de principio a fin. Lo es, igualmente, en la medida en que pone en escena a un sujeto poético que delibera en voz alta y lleva a cabo una especie de balance existencial del que no están excluidas ni la ética ni la posibilidad de un sentido unificador (por más que esta posibilidad no pueda darse ya más que en el campo de lo conjetural y problemático). Y es clásico, en suma, por su voluntad de sostener de una forma contenida y lúcida los valores cardinales de la tradición humanista, voluntad esta que –como antes apuntábamos- lo aleja de la percepción del fondo inesencial y quimérico de todo, con la que Cernuda entra en una sintonía profunda con la stimmung que predomina en el nihilismo contemporáneo. Aun así, no hace falta añadir que Por el oculto fuego es también, y al mismo tiempo, un texto vivo y vigentísimo; es decir: una obra profunda y deliberadamente arraigada en la sensibilidad contemporánea o post-clásica. En este sentido, baste notar cómo el poema en el que podríamos situar el punto de ignición del libro –“Oculto fuego”- se despliega de hecho como una evocación del carácter esencialmente agonal del discurso poético, y de la poesía misma como forcejeo en la frontera de la imposibilidad, espectral tierra de nadie en la que reverberan los armónicos de una significación incesantemente alcanzada y perdida: “Serían las palabras/alguna vez quemadas/en el campo raso de la impotencia. (…) Ocuparían el azogue de la noche, (…) ascendiendo sobre las estaciones/a la música exenta de su forma/ al milagro latente de su invisible luz.” Estamos, pues, lejos de la transparencia clásica, de la perfecta correspondencia entre significante y significado, entre sujeto y mundo que postula el clasicismo. Y estamos también, desde luego, en las antípodas de ese “desconocimiento del drama del lenguaje” que Alejandra Pizarnik pudo reprocharle, no sin cierta justicia, a la poesía española de su época. De Lacan y Derrida la sensibilidad contemporánea aprendió que la condición del sentido es que falte, pues de otro modo el decir humano se asimilaría a la opacidad meramente operativa del en-sí. Y esta precariedad/escasez del sentido resulta aquí perfectamente simétrica de la falta-en-ser que recorre como una latencia o un basso ostinato los hermosos y serenos poemas meditativos del libro, y en los que la voz de José María García López se eleva hasta cotas difícilmente alcanzables de elegancia formal, exactitud y hondura humana. “Convencimiento”, “Noche estrellada”, “Cielo y mar”, entre tantos otros, son textos agonales, ya está dicho, poemas en los que la razón contemporánea –desasistida de ese trasfondo iluminado que aportaban al texto de la Cultura los diversos avatares de la heimarmene estoica- se confronta a su finitud, y –con ella- a lo impermanente (“Voz propia”), lo irreparable (“Ascenso por la muerte”), lo ambiguo (“Cigüeña en la nevada”), y en una palabra: a la desoladora desnudez de lo Real. Ahora bien, fue el propio Lacan quien afirmó que los desengañados se engañan. Y fue también Derrida quien les recordó a sus acólitos que el Bien no es deconstruíble. En esta misma línea, junto a lo que el libro tiene de meditación y elegía, el contrapunto de las estampa. Puedes comprar el libro en:
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