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"Los Reyes Católicos y sus locuras", de César Cervera Moreno

viernes 11 de octubre de 2024, 22:21h
Los Reyes Católicos y sus locuras
Los Reyes Católicos y sus locuras
Estamos ante un libro que me ha gustado mucho, y que sirve para completar el necesario conocimiento de los Reyes Isabel I de Castilla y de León, y Fernando V de Castilla y de León, “LOS REYES CATÓLICOS”. Una sola, pero importante y necesaria corrección, la titulación, siempre, de ambos soberanos es: ¡REYES DE CASTILLA Y DE LEÓN!, segundo reino nunca obviado y así figura en las normas y leyes de dichos soberanos.

La historia de la Dinastía de los Reyes Católicos, los Trastámara, comienza en el año de 1350 con el inesperado fallecimiento del Rey Alfonso XI de Castilla y de León, por causa de la peste negra o bubónica; en este momento histórico la Corona de los Reinos de Castilla y de León va a recaer en las sienes de un joven monarca, que hasta ese instante no ha sido muy bien tratado por su padre, se llama Pedro y será nominado como Pedro I “el Cruel o el Justiciero” según el reino en el que se le cualifique, concretamente en el Reino de León, antaño Regnum Imperium Legionensis, será denominado, teniendo muchos apoyos, como EL JUSTICIERO. Tras el magnicidio de los Campos de Montiel, una nueva dinastía nacerá con su hermanastro, Enrique II “el de las Mercedes”, y que será la de los TRASTÁMARA, a la que pertenecerán Fernando e Isabel, familia que gobernará hasta la llegada de Carlos V, en los Reinos de Castilla, de León, de Navarra y de Aragón.

«Esta historia de los Reyes Católicos, que no solo se centra en los aspectos más curiosos y extravagantes de su reinado, trae una visión renovada y amena sobre la vida de los monarcas y todo lo que les rodeó desde que eran solo unos niños. Sus relaciones familiares, su educación, su llegada al trono y la construcción de las bases de un imperio que perduraría durante varios siglos tras el descubrimiento de América. César Cervera, periodista y divulgador histórico, lleva al lector a recorrer una de las épocas más importantes de nuestra historia en la que se mezclan personajes como la Beltraneja, el Gran Capitán, Colón o el futuro Carlos I, para descubrir todo lo que no sabías sobre Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla».

Sea como sea, Pedro de Borgoña tuvo una infancia más que problemática, solo con su madre la Reina María de Portugal, observando cómo era orillado en sus afectos por su padre y su amante Leonor de Guzmán, con la que el monarca de Castilla y de León seguía teniendo numerosos hijos, que luego intentarían disputarle su legitimidad. Cuando fallezca el soberano, la humillada Reina-viuda torturará a Leonor y la ejecutará en Talavera de la Reina. “… La que era en hermosura la más apuesta mujer que había en el reino”. Gaetano Donizetti glosaría esos amores entre Alfonso y Leonor en su ópera ‘La Favorita’. Tras Enrique II, reinará Enrique III “el Doliente”, un maniaco-depresivo de libro. Luego llegará al trono de los Reinos de Castilla y de León el Rey Juan I, que será un monarca importante y con personalidad; sus sucesores que llevarán el trono cuesta abajo, son Juan II y Enrique IV “el Impotente”, quien se enfrentará a su hermanastro, Alfonso, que nunca ha tenido un numeral que lo recuerde, ya que moriría a los 15 años de edad, tras cenar una trucha en un pueblo llamado Cardeñosa, y cuando se dirigía a luchar contra Enrique IV en su empeño por recuperar Toledo. Se apunta hacia un posible envenenamiento del nuevo titular de la Orden militar leonesa de Santiago, Juan Pacheco, quien sería el máximo perjudicado si Alfonso hubiese derrotado al Rey legítimo, al perder el título de Gran Maestre, y ser retomado nuevamente por Alfonso. Enrique IV manifestó sentir un gran dolor por esta muerte: “…muy gran dolor y sentimiento, así por ser mi hermano como para morir en tan tierna e inocente edad”. Isabel siempre estuvo como consejera con su hermano, aunque era una joven de 17 años, y desde el principio demostrando una gran personalidad.

En 1466 Pacheco había propuesto a Enrique que su hermano Pedro Girón, maestre de la Orden de Calatrava y germen de la poderosa casa de Osuna, se casara con la infanta para incrementar su poder. Era una oferta de matrimonio terrible con un mero noble, en vez de con un príncipe, que además le sacaba casi treinta años de edad a la novia, pero el rey no pudo negarse. Isabel, sí. La infanta estuvo día y noche sin comer y en contemplación, pidiendo a Dios que o el maestre o ella muriesen antes de que se verificase el casamiento. De manera oportuna para la infanta, la parca escogió antes a Girón, que se descalabró cuando se dirigía a Segovia a cumplir con el compromiso”.

Isabel tenía muy claro que ella lo que pretendía era ser la reina titular de los Reinos de Castilla y de León; y estaba claro para todos los que la conocían que no era manejable ni moldeable en ninguna circunstancia sobre ese hecho, “a ellos es notorio y manifiesto ser yo legítima heredera y derecha sucesora de estos reinos”. La futura Isabel I de Castilla y de León sería la reina de estos sus reinos, pero nunca sería un títere dominado por la levantisca nobleza de estos dos reinos. En su vida va a aparecer, entonces, un personaje de honda raigambre y personalidad muy prístina, que es un clérigo y arzobispo metropolitano de Toledo, Alfonso Carrillo, quien está claro que algo vio en aquella joven de tan acusada personalidad. Además, sus adversarios se lo estaban poniendo muy fácil; ya que la virtud de la esposa regia, Juana, de su hermanastro Enrique IV, era calificada como de casquivana. Tras el Tratado de los Toros de Guisando, Enrique IV apartó del trono a su hija Juana llamada “la Beltraneja”, y nominó a su hermana para el mismo. No obstante, ella necesitaba un marido que protegiese su reinado, y tenía claro que las condiciones deberían ser iguales. En primer lugar, se negó a aceptar al valetudinario Rey Alfonso V de Portugal; el segundo el estrambótico hermano del rey de Francia, el duque de Guyena sería rechazado sin ambages; el tercero tenía fama de inmoral y de fratricida en la Europa del momento, y era nada más y nada menos que el shakesperiano Ricardo III de Inglaterra. El arzobispo Carrillo era un defensor a ultranza de la reunificación de los Reinos de Castilla y de León y de Aragón, para llegar a la globalidad de la Península Ibérica. El taimado Rey Juan II de Aragón ofrecía a su vástago más preciado, se llamaba Fernando, y también era un Trastámara, pero el metropolitano de Toledo exigió que el infante aragonés debería ponerse al servicio de su prima Isabel como si fuese un condotiero típicamente medieval. Intercambiaron retratos y se agradaron de primera impresión. A principios del año 1469, Isabel escribió una carta a su primo aragonés, tras meses haciéndose de rogar.

Señor primo: pues que el condestable va allá, no es menester que yo más escriba, sino pediros perdón porque la respuesta sea tan tarde. Y por qué se retardó, él lo dirá a vuestra merced. Suplico que le deis fe, y a mí me mandéis lo que quisiéredes que haga ahora, pues lo tengo de hacer. Y la razón que hoy más que suele hay para ello, de él la sabréis, porque no es para escribir de la mano. Que hará lo que mandáredes, La princesa”. Con este acercamiento a esta obra deseo invitar a su lectura rigurosa y parsimoniosa, ya que el resto de lo que aparece, lleno de anécdotas y datos historiográficos enjundiosos es muy de agradecer. Recomiendo, pues, este volumen, con la salvedad de que no es aceptable la invención relativa a una Castilla global, pero inexistente, delatada hasta por el testamento de la propia soberana, nacida en Madrigal de Las Altas Torres. Una bibliografía seleccionada con muy buen tino, cierra la obra, para invitar a un mayor conocimiento de los hechos y las hazañas de los Reyes Católicos. «Virtus et vitium sunt contraria. ET. Ab imo pectore».

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