Qué iluso el ser humano alumbrando su vida con fuegos de artificio, eludiendo cualquier pensamiento que le recuerde que la noche arroja cada día su sentencia de sombras y envía un emisario para que no olvidemos cuál es nuestro final. El emisario sobrevuela la obra titulada El murciélago entre fuegos de artificio, y su autor, en el primer poema de este libro, nos advierte: “[…] Eso que imagináis un fabuloso fuego, / un fuego entre las manos que no quema, / son cerillas, / cuidado, / son cerillas y duelen / igual que una caricia en el rostro imposible”. Este libro es el décimo poemario de Antonio Daganzo, y ha sido publicado por el sello hispano-chileno RIL Editores. El autor del libro, además de poeta, es narrador, ensayista, periodista, gestor cultural, y divulgador cultural y musical. Cuenta, entre otros, con importantes galardones como el Premio de la Crítica de Madrid en 2015 por su poemario Juventud todavía, y el Premio de Narrativa “Miguel Delibes” de Valladolid en 2018 por su primera novela, Carrión. El poemario se estructura en cuatro partes: “La librea de Haydn” En esta primera sección, Daganzo ensalza la grandeza de la música –como ya hizo anteriormente con sus dos fascinantes ensayos: Clásicos a contratiempo y Música, delicias del asombro- y nos habla, también, del miedo, de la lucha por la supervivencia, del engaño de la vida y sus dos caras (en su poema “Jano, el farsante” nos sentencia: “[…] ayer, mañana y siempre hoy, / os estaré engañando”), de la noche y el frío, que son símbolos a lo largo de toda la obra. Como el murciélago, planeando sobre nuestras cabezas. En el primer poema extiende un ruego a su admirado compositor Franz Josef Haydn: “[…] no nos olvides nunca desde tus claras notas”, buscando la reciprocidad en el recuerdo, rescatándolo de su noche que aún nos ilumina, y soñando hacer de nuestro mundo aquel palacio que nunca tuvo y siempre mereció. En la página titulada “Pie forzado” anuncia: “Y la noche caerá sin que baste lo oscuro”. Pero lo oscuro no es tan oscuro si escuchamos la reflexión del autor y aprendemos a reafirmarnos en nuestras fortalezas emotivas; si aprendemos a mirar al murciélago con los mismos ojos con que miramos a cualquier ave que vuela en la mañana, aun sabiéndonos “[…] víspera luna de los relojes muertos“. “Estancia en Occitania” “Occitania” es el poema que abre este apartado. Los versos que lo componen sirven para elevar la figura del trovador: “[…] No podían saber / que en la tierra de nadie / se hace viento y perdura y se ennoblece / el trovador”. La elección del verbo “perdurar” nos resalta la eternidad del arte. En esta misma pieza aparece la poesía personificada en la mujer que ama: “[…] No podían saber / que la mujer que amo / resucita en mi pecho a cada instante / la Occitania”; también en la página titulada “Linaje de tus ojos”: “¿Cómo añadirle versos a un perfecto poema? / […] Bastará con decirte / que el brillo de tus ojos / latía ya en las ramas de los árboles / bañadas por el sol / exactamente el día que mi infancia / salió del hospital / sabiéndose salvada, / pensando porvenir […] / […] Por eso amo tus ojos: / mi más hondo poema. / Secreta estirpe de mi vida”. En “Cartografía y quiromancia” Antonio Daganzo nos muestra la sorpresa ante el descubrimiento de la poesía, en este caso simbolizada con dos manos (“Qué sorpresa tus manos / la feroz nervadura”), para concluir con los siguientes versos, donde nos deja patente su entrega apasionada a la lírica: “[…] Para la quiromancia, / en la línea más honda de la urdimbre, / justo donde perdura / el pedazo más sabio de aquel tronco, / grabé mi nombre a fuego”. Del mismo modo lo refleja en “Espiral”: “[…] Dibujo con mi vida. / Y me escucho las manos / y me cumplo por dentro, / forjando para siempre / en espiral / el alma que en la boca me besaste”. Finaliza este apartado con un poema concebido en homenaje al trovador Jaufré Rudel, evocando aquella leyenda del amor lejano con Hodierna de Trípoli: “Dama de mis canciones / y mi muerte: / tras el largo viaje hasta tu encuentro, / ahora comienza la verdadera vida. / La que vas a vivirme en tu memoria”. Como el autor vive en su memoria a tantos héroes. “Focos de resistencia” La escritura es el arma que el poeta esgrime para resistir: “Aquí te tengo, / escrito a mano, / y así te llamas manuscrito, y lodo y alma”; “[…] qué te puedo decir sino que me recuerdas / un campo de batalla al caer los cuervos […]”. Entre los versos de estos “Focos de resistencia”, Daganzo enfrenta los verdaderos valores como son el amor, la verdad o la dignidad, además de la memoria contra la opulencia y todo lo banal o superficial. Cabe destacar la página que lleva por título “Elogio de Alejandra”, un bellísimo homenaje a otra de sus heroínas, la poeta argentina Alejandra Pizarnik: “[…] Preguntaste qué harías con el miedo, / y nos legaste, / así, / la flor inverosímil de nuestras pesadillas […]”. “Dioses piadosos” He aquí un canto a la vida y a la memoria, porque el autor es capaz de despertar del sueño eterno a la compositora Lili Boulanger y sentarla a su lado, en su casa de Madrid; delicadísimo poema en cuyos versos manifiesta a Boulanger el deseo de abrazarla hasta arrancarla de su temprana muerte “[…] y que fueras en mí / toda la eternidad que me regalas / en cada resplandor, / mi amada amiga”. También recurre a la memoria de sus amados inmortales y se reafirma en su sensibilidad: “[…] y este bendito don de lágrimas / habrá de protegerme, / a través de la historia, / del ardiente metal, / de los sables al rojo / que la vida, / inapelable y dura, / deslice por mis párpados”. Porque esa sensibilidad le dota del poder de convertir en inmortales a aquellos héroes recuperados por su memoria, su gratitud, su admiración, su mirada dulce, su don de lágrimas, su empatía. El poeta desearía llegar a ser aquel cantor en la noche (“[…] cantor nocturno y cierto”), para poder sentir, al rozar quizá el horizonte, que “[…] la barca parte ya. / Que sea suave el viento, benigna la memoria. / Y que en la luz vivamos”. Porque, finalmente, aspira a esa eternidad de la que gozan sus dioses piadosos: “[…] creed ahora en mi palabra, / dejadme ser / vuestro piadoso dios un día: / llorad, purificaos, / que habréis de regresar mejores.” Antonio Daganzo, en este hermosísimo y delicado libro de poemas, dirige una mirada de gratitud y de admiración a las artes, en un recordatorio perfecto de que todo es efímero pero el arte permanece para siempre. Es el dios al que venera a lo largo de toda esta obra; por eso nos propone libar de esa eternidad, la única que supera el desafío de la vida, para que consigamos un presente algo más dilatado y pleno. Puedes comprar el poemario en:
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