Dentro de la destacada colección de Alianza Música, hoy me acerco a la reseña-ensayo de las memorias vivenciales de una de las más conspicuas sufragistas de Europa. Una mujer paradigmática, que no tuvo el más mínimo inconveniente en sacrificar lo que fuese, para que las féminas fuesen respetadas. «Se dice que, mientras cumplía una condena de dos meses en la prisión de Holloway por arrojar piedras contra las ventanas de los políticos que se negaban a reconocer el derecho al voto de las mujeres, se pudo ver a Ethel Smyth dirigiendo a través de los barrotes de su celda, con el cepillo de dientes a modo de improvisada batuta, una interpretación de ‘La marcha de las mujeres’, el himno que poco antes había compuesto para el movimiento sufragista. La anécdota retrata a la perfección el carácter de la que fuera una de las voces femeninas más celebradas de la música clásica occidental: autora de más de diez libros de memorias, seis óperas y una rica variedad de piezas corales, orquestales o de música de cámara, Ethel Smyth (1858-1944) combinó su pasión por la música con el compromiso feminista y fue testigo y protagonista de algunos de los principales hitos de la historia europea de los siglos XIX y XX. Si su militancia en el movimiento sufragista le granjeó el afecto de Emmeline Pankhurst o Virginia Woolf, su formación musical germanófila la puso en contacto con Brahms, Mahler o Clara Schumann, figuras todas que desfilan por las numerosas páginas que la compositora dedicó a plasmar sus vivencias. El presente volumen recoge una cuidadosa selección de los pasajes más destacados de estos escritos autobiográficos para ofrecer una puerta de entrada a una vida singular dedicada a la música y la lucha por los derechos de las mujeres». Ethel Smyth escribió una enorme cantidad de cartas, donde plasmaría todas sus vivencias y afectos, además de diez libros, y sobre todo un Diario sumamente esclarecedor. Ethel Smyth fue una estupenda compositora, que no tuvo la más mínima dificultad en acercarse a ese género musical tan complejo como lo es el de la ópera. Curiosamente, y no coincido en su aserto, no le gustaba nada Edward Elgar, aunque es preciso indicar que la vida musical de Smyth es de una enorme riqueza. Estuvo muy volcada, en la cuestión amorosa o de pasión, siempre hacia mujeres que fuesen mucho mayores que ella, quizás de esta forma se sentía más protegida, aunque tal vez el placer físico estuviese descartado, Pero, sí hubo un varón del que estuvo enamorada, y que tuvo un importante influjo en ella, sería Henry Brewster, con un aspecto físico muy impactante, y ese aspecto de Rembrandt le produjo una impresión irresistible, ya que era cortes, críptico y muy educado. Sería Brewster quien trataría de limitar su influencia musical germánica, para proporcionarle un influjo mayor de la civilización francesa. Ella escribe sobre los hechos más profundos de su mutua amistad y, sobre todo, cuando toma la decisión, muy meditada, de convertirse en su amante. Su rebeldía furibunda mayor lo sería contra su padre, por impedirle, sin razón ninguna que a ella se le alcanzase, a permitirle que fuese a estudiar música a Alemania, mientras siempre contempló a su madre como un ser frustrado y sumamente aburrido. “Con sus reflejos, su ingenio y su impulso, Ethel Smyth se habría abierto camino en el mundo sin necesidad de ayuda, pero la llegada fortuita de la emperatriz Eugenia como vecina suya aceleró mucho el proceso. La emperatriz le presentó a la realeza de entonces, desde la reina Victoria hacia abajo, lo que le proporcionó apoyos de distinta clase para sus proyectos musicales que no tuvo reparo alguno en aceptar. No era un esnob en el sentido convencional, y era incapaz de ser aduladora o falsa; de hecho, su falta de servilismo parece haber sido más una ventaja que un inconveniente. Lady Ponsonby, una cortesana entregada y leal con un toque de cinismo progresista, solía burlarse de ella por su ‘culto a la realeza’, a lo que respondía sensatamente que ‘todas las comunidades cerradas son un objeto de estudio interesante: el pequeño mundo burgués de Leipzig, el episcopal de Lambeth, un género aún más curioso… la realeza’”. Como compositora de Música Culta o Académica sería exquisita, y con una calidad fuera de toda duda. Aunque no compuso una cantidad ingente de obras, al contrario que dos, más o menos, contemporáneos como Gabriel Fauré o Ralph Vaughan-Williams. Cuando llegó a la cincuentena comenzó a quedarse sorda, por lo que su trabajo compositivo comenzó a disminuir de forma alarmante, ya que no poseía una capacidad auditiva que le hubiese permitido memorizar las notas, como Fauré, Smetana o Beethoven. Compuso, asimismo, una Misa en re, que sería el producto inevitable de una crisis religiosa, pero que tiene muy poco de religiosidad, sensu stricto, sobre todo para una compositora educada en el anglicanismo, pero que en realidad tenía una relación bastante intermitente con dicha Iglesia de Inglaterra. Esta obra fue escuchada por el director de orquesta de la operística de Richard Wagner, Hermann Levi, el cual quedó tan impresionado que le indicó, taxativamente, que se dedicase inmediatamente a componer una ópera. Edward J. Dent, escribió sobre ella que: “No importa si realmente era buena compositora o no, ni tampoco importa que fuera una mujer y tuviera -o ella pensara que tuvo- que enfrentarse a toda clase de prejuicios sexuales. Cualquier compositor masculino podría haber tenido el mismo destino. La autobiografía de Ethel Smyth es un capítulo de la historia social y operística general”. Estamos ante una obra magnífica que resume toda la evolución de la lucha feminista en Inglaterra, dejando claro el nivel intelectual, cultural y académico de todas aquellas mujeres que se pusieron el mundo por montera, para poder obtener algo a lo que tenían derecho, que estribaba en los mismos derechos y deberes que los de los varones. Cuando cumplió su 75 cumpleaños, en el año 1933, muchos de los más conspicuos músicos de la época, planearon realizar un homenaje a la compositora británica viva más antañona. Pero dicho acto sería contemplado con la fina ironía de la compositora. Ethel Mary Smyth nació en Londres, el 23 de abril de 1858, y pasaría a mejor vida el 8 de mayo de 1944 en Wolking/Surrey. En su último acercamiento a la memorización de su vida escribe: “No pretendo decir que no haya habido momentos de tristeza, de frustración, incluso de desesperación. Pero, como escribe Harry Brewster en una de sus cartas: ‘Recorrí todo el camino de vuelta, triste y feliz. No importa la tristeza, porque siempre se refiere al yo perecedero y, por lo tanto, no existe…”. Aquí está el resumen de una vida de una enorme riqueza, que merece ser conocida, para comprender la lucha que muchos seres humanos realizan para equilibrar las disonancias socio-políticas de La Tierra. «Igitur qui desiderat pacem, praeparet bellum. ET. Creatio ex nihilo». Puedes comprar el libro en:
+ 0 comentarios
|
|
|