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"Fernán González", de Fray Valentín de la Cruz

Ed. Institución Fernán González. 1972
martes 27 de agosto de 2024, 15:14h
Fernán González
Fernán González
A pesar del tiempo transcurrido (52 años), estamos ante una de las mejores biografías del conde Fernán González de Burgos, que estimo, humildemente, debe ser conocida, más si cabe cuando todavía se puede encontrar en el mercado y adquirir sin problemas. Además, este ensayo pretendo que sea un homenaje al autor, al que conocí, tuvimos una buena amistad, y era muy respetuoso con el Reino de León. Será pues el momento de analizar lo que se pensaba, desde Castilla, sobre su conde por antonomasia, y tratar de desfacer entuertos, que siempre que aparece la agrandada historia de Castilla es justo y necesario. El autor, el carmelita fray Valentín de la Cruz, (1928-2021) fue un intelectual sensible e inteligente, muy respetuoso siempre con el Alto Medioevo, y muy riguroso en todos sus acercamientos historiográficos. Hoy se acerca al conde Fernán González de Burgos con su habitual magisterio.

«Como sucede con todos los héroes históricos, Fernán González tiene una vida y una sobrevida y de aquí arranca la mayor dificultad. Cuando un hombre excepcional es vivamente amado por un pueblo, el pueblo se apodera de su nombre, le reviste con todas las perfecciones y noblezas, sublima y deforma los hechos, los interpreta según sus preferencias del momento, y los altera con su olvido de la realidad y con su desprecio por la cronología y la genealogía; y si, como sucede muchas veces, el tiempo llega a borrar todas las huellas auténticas del paso de estos personajes favorecidos por la devoción popular, nos encontraremos al fin con puras sombras, leyendas inconsistentes, bellos mitos, en los cuales se hace imposible separar la imaginación de la realidad. Es el caso de San Jorge, ‘el gran mártir de los griegos’, el caballero andante, cuyas aventuras electrizaban a los hombres de la Edad Media, convertido para nosotros, por las frías disecciones de la crítica, en un nombre sagrado, sí, pero en un puro hombre».

El prólogo muy cuidado pertenece a otro medievalista y clérigo de prestigio, quien fue Abad del Monasterio del Valle de los Caídos, ya fallecido, Fray Justo Pérez de Urbel, quien como buen y prestigioso castellanista llena de loas al Conde de Burgos, algo que reconozco es aceptable, ya que lo único que se debe exigir es rigor en los textos y análisis obvio interpretativo de ellos, aunque el mencionado conde sería aherrojado en el Alcázar de León, como castigo realizado por Alta Traición contra su señor natural, el Rey Ramiro II “el Grande o el Invicto”. Castilla nace como Al-Qila, el territorio de los castillos nominado así por los cronistas andalusíes. Según esta obra nacería como nombre y entidad administrativa, el 15 de septiembre del año 800, por medio de un acta levantada por el abad Vítulo y el presbítero Ervigio. La noticia no tendría la más mínima trascendencia, ya que en estos momentos históricos, Europa se está preparando para resucitar el Sacro Imperio Romano y Germánico, y la cabeza escogida para la coronación es la del monarca de los francos o salios, llamado Carlomagno, quien será ungido como emperador en la Nochebuena de dicho año por el Papa León III “Magno”.

El día 28 de enero del año 929 tendría su nacencia el futuro Conde de Burgos, que así es como se cualifica de forma muy mayoritaria en toda su diplomatura, Fernán González. Su padre es el conde Gonzalo Fernández, señor de Lara. Esa incipiente Castilla aceptada por Fray Valentín de la Cruz, tenía como límite norte el mar de los cántabros, quienes probablemente, junto a várdulos, vascones y foramontanos, darían origen a la Castilla condal. Al este estaba el condado de Álava y el Reino de los vascones de Pamplona y de Nájera. En el oeste colindaba con el condado de Saldaña. En esta obra se sigue abusando del anhistórico término sobre la realidad democrática e igualitaria de los castellanos, lo que no se acerca a ninguna realidad palpable y medieval. Ese sentido de libertad es habitual en casi todos los territorios que componen las tierras del Reino o Corona de León, ya que esta entidad se ha creado, desde el Reino de Oviedo y de los Ástures en el hecho jurídico de la presura, para tratar de evolucionar hacia el sur andalusí, y para ello es necesario que los repobladores se sientan libres, y así crearán raíces para defender el territorio hasta la muerte, contra los embates o aceifas o razzias del Islam.

Pero el tipo más valioso llegado de Asturias era el disconforme con la política de la monarquía neogoda. Castilla era una tierra nueva y alejada; el pernicioso centralismo de todos los tiempos no podía crecer en aquella parte periférica del reino. En consecuencia, los espíritus libres, opinadores de que el ‘goticismo’ instaurado integralmente no tenía porvenir, venían a Castilla trayendo una inquietud nueva en materia de política y de derecho. La creciente enemiga al Fuero Juzgo, las novedades en materia de juicios y propiedad, reparto de tierras por la ‘presura’, el sentido autónomo, la ausencia del alto clero y otros fenómenos nos hace pensar en una especie de exiliados políticos que en esta banda podían realizar sus sueños de un nuevo Estado”.

Es paradójico, e inteligentemente retador que, la palabra Reino de León, circunscrita a la urbe imperial de León, no aparezca hasta la página 20. El autor del Poema de Fernán González realiza un análisis muy sesgado, ya que antes de presentarnos al héroe de Burgos, nos menciona el nombre de uno de los jueces castellanos, llamado Nuño Rasura, antepasado del conde, e indica como este magistrado practicaba su jurisprudencia repudiando el hecho de que la cabeza de este conglomerado político estuviese centrado en la Curia Regia de León, y para evitar un costoso proceso curial, realizaban sus fallos judiciales, utilizando el sistema del libre albedrío y de la fazaña, y es obvio que este hecho daba un cierto tinte de independencia, que luego sería aprovechado por sus condes para realizar sus habituales felonías.

Todo un sistema de derecho nació en Castilla a impulsos de lo expedito, de lo verdadero y de lo sencillo. La ‘pressura’ (título de propiedad sobre bienes abandonados por el enemigo); el ‘judicium levatum’ (juicio urgente de apelación); el juramento colectivo, etcétera, son genialidades de un pueblo que había sacudido una doble opresión: la de su persona en el clasismo visigodo que perduraba tras los montes, y la de la Patria, parte de ella aún en manos africanas”. Con lo que antecede he pretendido ser lo más ecuánime posible, para el análisis de esta biografía antañona, sobre el gran, porque no decirlo, conde de Burgos, que camina o se desliza de forma sincopada por este libro, el cual sentó huella en su momento, para llegar a conocer quien, era ese magnate que tantos problemas creó a la Curia Regia de León, llegando hasta a retrasar, de forma inmotivada, la finalización del proceso historiográfico denominado como Reconquista. Deseo sea leída esta obra. «Eleanore Regina Anglorum, Salus et Vita. ET. Regis Regum Rectissimi, Prope est Dies Domini».

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