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Laurentino Vélez-Pelligrini
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Laurentino Vélez-Pelligrini (Foto: cedida por el autor)

Entrevista a Laurentino Vélez-Pelligrini: "Con Coco Chanel desaparece la indumentaria victoriana y encorsetadora que dominó hasta la Guerra del 14"

Autor de "El crimen y la diosa"
domingo 04 de agosto de 2024, 17:16h
Laurentino Vélez-Pelligrini es sociólogo de la cultura y ensayista en su primera etapa como especialista en teoría queer, es autor de Minorías sexuales y sociología de la diferencia, (Ed.Montesinos,2008) y Sujetos de un contra-discurso (Ed. Bellaterra,2011). En los últimos años evolucionó hacia la creación literaria, con un especial interés por la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial. Es autor de la novela, La mujer de la Quinta Columna (Pluma de sueños, 2022).
El crimen y la diosa
El crimen y la diosa
"El crimen y la diosa", la nueva novela de Laurentino es un thriller histórico que nos lleva por los pasillos oscuros del mundo de la alta costura y que, al tiempo que recrea el periodo de madurez y ancianidad de Coco Chanel, adentra al lector en la etapa más gris del pasado político y social francés. En la entrevista, nos da muchas claves sobre la vida de la gran modista.
A un apasionado de la alta costura, ¿le es imposible resistirse a la magia de la gran Coco Chanel?

Históricamente, el lado mágico de Coco lo encarnó el llamado “chic plebeyo”, que consistió en darle prestancia a la vestimenta popular, que fue lo que la inspiró. A principio del siglo XX, el negro era cosa de mujeres pobres y campesinas, mientras los cuellos blancos estaban reservados a la servidumbre. Una burguesa no podía parecerse a su criada. La ostentosidad de las mujeres de clase alta era muestra de distinción frente a la austeridad de las de origen modesto, que no podían permitirse la ropa de color y los grandes ornamentos. Coco hizo, por ejemplo, que el negro, los tonos oscuros y la sencillez se convirtiesen en un signo de elegancia por excelencia. Pero más allá de las cuestiones estéticas, para mí la relevancia de su figura guarda relación sobre todo con el significado colectivo de sus diseños. Desmontó todas las configuraciones simbólicas que articulaban la representación del cuerpo femenino. Con ella desaparece la indumentaria victoriana y encorsetadora que dominó hasta la Guerra del 14 y que ejercía de instrumento de control social sobre las mujeres, su cuerpo y su sexualidad. Coco lideró así todo un cambio cultural en los sistemas representacionales de la feminidad. Si bien, presentarla como una figura feminista me parece una total distorsión de su personalidad. Se movió fundamentalmente en un mundo de hombres poderosos y eso de la igualdad no iba con ella. Nunca le interesaron las sufragistas, ni mostraba la más mínima empatía por los derechos de las mujeres trabajadoras.

¿Quedan muchas cosas por conocer aún de la vida de la diseñadora?

Su pasado de chica pobre se encargó ella misma de ocultarlo. De hecho, en la alta sociedad parisina hacían mofa de sus fabulaciones sobre sus orígenes. Esa etapa de vida de miseria no tiene ningún interés narrativo, al menos que nos inventemos a una Cenicienta de pacotilla, lo que estaba muy lejos de su temperamento. Coco era ambiciosa y sin nada de ese lado bonachón de los personajes desheredados de los cuentos de hadas. Creo que hemos de quedarnos con la Coco que conocemos o que ella quiso que conociéramos. Lo importante es cómo contamos su periplo. Hay cierta tendencia a insistir en las historias románticas, centradas en sus amoríos, que fueron muchos. El más conocido, el que tuvo con Boy Capel, el multimillonario británico que le ayudó financieramente en sus comienzos y la introdujo en los más selectos círculos sociales. Pero si solo nos ocupamos de esa faceta, creamos el imaginario profundamente misógino de la cortesana o por decirlo en los términos de la época, de la Cocotte, que era el nombre que se le daba a las mantenidas de los millonarios. Acabamos por pensar que todo lo que consiguió fue gracias a artimañas de alcoba o como se dice ahora, a golpe de braguetazos. Mientras nos empeñemos en esas opciones narrativas, terminaremos siempre por hacer tabula rasa del hecho esencial y fundamental: que Coco Chanel era una mujer talentosa que se hizo a sí misma.

Es de sobra conocido el expolio llevado a cabo por los nazis respecto a obras de arte, el vino, etc. pero tal vez se ha hablado menos del sector textil. ¿Su novela es una manera de ponerlo de manifiesto?

De alguna manera quise sacar a colación un tema sobre el que hoy todos quieren pasar de puntillas. La industria textil era un vector esencial de la cultura económica y comercial de los judíos franceses. Hubo un expolio generalizado al amparo de las leyes antisemitas del régimen fascista del mariscal Pétain. Los nazis necesitaban de las telas para su industria armamentística. Eso obligó a la mayoría de las maisons a cerrar a falta de género para la confección. La cuestión es saber cómo sobrevivieron las firmas que permanecían abiertas y eso tiene un nombre: colaboracionismo. En ese sentido, resulta desconcertante que ciertas series de éxito vendan una imagen tan idílica de figuras harto reaccionarias como Cristóbal Balenciaga, cuando se trata de un personaje que hizo caja poniéndose sin ningún empache al servicio de las esposas de los oficiales nazis que estaban gestionando ese mismo expolio.

"Ni Chanel fue una bondadosa abanderada de la paz dispuesta a convencer a Churchill de parar la guerra ni tampoco fue una antisemita doctrinaria tal y como lo entendían las ideologías fascistas"

¿Cómo ha sido su proceso de documentación? ¿Dónde ha encontrado más dificultades?

Aunque quizás resulte pretencioso, mi familiaridad con la historia y sociología de la moda me facilitó las cosas. Tenía claro cómo ambientar el mundo de la alta costura y toda su estructura social, cultural y simbólica. La dificultad vino cuando me tocó cribar entre toda la documentación en torno a Coco Chanel y el periodo de la Ocupación. Corren muchas falsedades o medio verdades en torno a esa etapa de su vida, difundidas tanto por los defensores como por los detractores de la diseñadora. Ni Chanel fue una bondadosa abanderada de la paz dispuesta a convencer a Churchill de parar la guerra, que es la leyenda que hacen correr sus defensores para justificar su relación con los nazis y sus supuestas misiones de espionaje, ni tampoco fue una antisemita doctrinaria tal y como lo entendían las ideologías fascistas, que es la idea que venden sus detractores.

¿Cómo fue el proceso para encontrar editorial después de haber sido finalista del Premio Nadal?

Una de las lecciones que he sacado es que hemos de gestionar con prudencia las expectativas que emanan cuando te encuentras con ese estatuto. Una importante agente literaria declinó representarme bajo el argumento de que no era suficiente con escribir una buena novela y ser finalista en un gran premio. Y ese argumento lo oí en cada puerta en la que piqué. La verdadera pregunta era: “¿a dónde está tu público”. Un autor desconocido con un canal de literatura de apenas cien seguidores no les parecían elementos muy motivadores. Eso me bajó de la nube. El hecho de apostar narrativamente por la representación de una Coco Chanel desamable y ajena a las historias idílicas que reclama la literatura comercial tuvo su coste. Cruda conclusión, el mundo editorial es complicado y exige hacer de la paciencia, virtud. Elegí la desmitificación frente a la idealización, descubriendo que la autonomía de tu voz narrativa no está sin consecuencias en el momento de presentar un original. Pero estoy satisfecho, encontré a una editora atenta, profesional y empática con los autores, lo cual no es poco a la vista del intrusismo que viene extendiéndose bajo el manto de sellos piratas y cutres o de sellos de autoedición camuflada que desdibujan a la figura del editor y se aprovechan de las ilusiones ajenas.

La Coco madura es la que más me interesaba, precisamente porque es la que más juego da a la desmitificación, donde descubres su parte más humana, en sus luces y sombras

¿Coco siguió siendo irresistible el resto de su vida?

¡Buena pregunta! En realidad hay dos Cocos. La de entreguerras, la chica desenfadada y transgresora que libera el cuerpo femenino, la que revoluciona el mundo de la perfumería con la creación del Nº5 junto al emblemático perfumista Ernest Beaux. Esa etapa es la que alimenta el mito en torno a ella. Después está la Coco de la Ocupación y las relaciones oscuras con el nazismo, que es una Coco envejecida, resentida, vengativa y revanchista. La Coco madura es la que más me interesaba, precisamente porque es la que más juego da a la desmitificación, donde descubres su parte más humana, en sus luces y sombras. Los años 60 abrieron el camino de su definitiva decadencia. No supo adaptarse a los cambios sociales y culturales que trajo esa década, que en el mundo de la moda quedaron encarnados por el triunfo del transgresor Yves Saint Laurent, así como por el surgimiento de diseñadores descocados y futuristas como André Courregés o Paco Rabanne, sin olvidar la llegada del democratizador Prêt-à porter, que plantó cara al elitismo y esnobismo de la alta costura. Fue la época de una Coco agria, denostada por las grandes revistas de moda y desbordada por unos valores sociales y culturales que nada tenían que ver con los imperantes en su juventud. Coco fue un testigo privilegiado y una protagonista de su tiempo, pero también una víctima del mismo. Dicho esto, no es menos cierto que es difícil entender la historia de la moda en el siglo XX sin su figura.

¿La política y los negocios, como ciertos colores, no pegan? ¿O la mayoría de las veces van de la mano?

Si nos ceñimos a los años de la Ocupación, que es lo que ambienta mi novela, quiero insistir en la actitud vergonzante del mundo de la alta costura. Se habla mucho de Hugo Boss, que se hizo de oro diseñando los uniformes de la Wehrmacht. Pero los franceses no se quedaron atrás. Hubo diseñadores que hicieron florecer sus negocios gracias a sus estrechos lazos con el ocupante. Pensemos, por ejemplo, en el propio Louis Vuitton, cuyos vínculos con los nazis han sido objeto de controversia. Es la etapa más oscura de la alta costura parisina. Aunque parezca que digo una obviedad, el fenómeno totalitario no es inteligible sin el apoyo y la complicidad de los grandes intereses económicos y el mundo de la moda fue de ellos.

Resistencia francesa frente a los requisamientos alemanes de la industria textil… ¿existió tal oposición o se optó por la supervivencia?

Hubo un hombre esencial y que aparece en mi novela. Lucien Lelong, presidente de la Cámara Sindical de la Alta Costura, uno de los grandes de la alta costura en los años 30 y maestro de los entonces desconocidos Christian Dior y Pierre Balmain. Lelong colaboró con los nazis por un lado, pero al mismo tiempo salvó a muchas casas de moda de la bancarrota. Digamos que amortiguó el expolio. Fue acusado de colaboracionismo después de la Liberación, pero quedó desimputado por el Comité del Tribunal de Liberación Nacional. Era un colaboracionista contra su voluntad que tuvo que nadar entre dos aguas.

Las boches, las actrices de segunda y las putas de lujo se convirtieron en clientas… ¿Había otra opción? ¿Dónde quedaba la dignidad francesa?

Lo de las actrices de segunda y las putas de lujo encarnó el espíritu oportunista de mujeres pobres o de sueños irrealizables que se acercaron a la gente con poder. En cualquier caso, el colaboracionismo fue general, por necesidad y miedo, por ambición o por adhesión ideológica. La Resistencia contra el nazismo resultó ser más minoritaria que lo que se quiere creer. La dignidad nacional francesa a la que usted alude fue un mito que gravitó en torno al general de Gaulle, el gran liberador. La realidad es la de una sociedad que miraba hacia otro lado cuando la Gestapo, con la colaboración de la propia Policía francesa, sacaba a las familias judías de sus casas en medio de la noche sin que nunca se volviese a saber de ellas. Películas magistrales como Adiós, muchachos de Louis Malle, o Monsieur Batignole, de Gérard Jugnot, supieron reflejar muy bien la mezquindad y la bajeza humana de la sociedad francesa durante la Ocupación.

Muchos documentos se perdieron o fueron quemados después de la guerra. ¿Son capaces de enfrentarse a su pasado colaboracionista con los nazis, esquilmando sus propias arcas con el mercado negro?

Los franceses siempre han tenido una relación problemática con la realidad histórica del régimen de Vichy, la Ocupación nazi y el colaboracionismo. Después de la Liberación apareció un regimiento de nuevos ricos que habían forjado sus fortunas a costa del estraperlo, y no solo en el sector textil, sino también en el alimentario. Muchos de sus nombres figuran hoy en las revistas de sociedad o economía, venerados como símbolos de logro empresarial y triunfo social. Todos conocen el origen de esas fortunas y todos lo callan. Sin ir más lejos, las reticencias a hablar de la relación de Coco Chanel con el nazismo vienen dadas por el hecho de que abren el melón del debate histórico sobre el colaboracionismo. La famosa declaración de Jacques Chirac, entonces presidente de la República, condenando el régimen de Vichy, fue un tupido velo para cerrar en falso cualquier debate sobre la complicidad de la sociedad francesa, o al menos su indiferencia, ante la deportación masiva de los compatriotas judíos a los campos de la muerte.

Colaboracionismo y antisemitismo. ¿Se reescribió la historia porque la verdad dolía?

Se escribió una historia a la medida de las necesidades políticas, basada precisamente en los mitos en torno a una Resistencia que no fue tal y unos valores republicanos mucho menos arraigados de lo que dejan pensar las grandes proclamas sobre Liberté, Egalité y Fraternité. De Gaulle reconstruyó el país después de la Liberación al carro de un fuerte nacionalismo de Estado y gracias también a un crecimiento económico sin precedentes históricos, las famosas “Treinta Gloriosas”. Eso sembró la desmemoria sobre el oscuro pasado del régimen de Vichy. Creo que Pierre Lemaître ha sabido muy bien reflejar esa Francia de la autocomplacencia y el deliberado olvido, pero que sin embargo siempre ha tenido que enfrentarse a los demonios de su pasado.

Dos espacios temporales, tercera persona, la guerra como contexto, personajes ficticios junto a otros reales, ¿a qué da más importancia el autor para mantener el ritmo narrativo?

A los personajes. A través de su mirada, ilustro un periodo histórico sin caer en la disertación, vicio que tenemos los autores que procedemos de las Ciencias Sociales. A través de Coco Chanel llevé al lector al universo de la alta costura, pero sin hacer una historia de la moda para alumnos de una escuela de diseño. Gracias a los personajes ficticios enseñé una época, una mentalidad, la realidad del fascismo y el antisemitismo francés, pero sin caer tampoco en una lastrante batería de detalles históricos sobre los años de la Ocupación. Tenía que ser consciente de que estaba escribiendo una novela y no un manual de investigación historiográfica. El reto consistía en ser riguroso con los hechos colectivos, pero sin perder la magia de lo ficcional.

¿París bien vale una novela de Laurentino Vélez-Pelligrini?

París reúne todos los ingredientes para novelas de todos los géneros. Y sí, París bien valía una novela. Después de todo, es el santuario de lo que me apasiona, el mundo de la moda, y el nido de los mejores años de mi vida.

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