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Cuando Alfred Hitchcock atropelló a José Luis Panero

Sobre “El mal y la violencia en el cine de Hitchcock”, de José Luis Panero González-Barosa, Ondina Ediciones, 2024
lunes 22 de julio de 2024, 22:21h
El mal y la violencia en el cine de Hitchcock
El mal y la violencia en el cine de Hitchcock

Alfred Hitchcock nunca rodó la historia de un chavalín de diez años, que inhaló monóxido de carbono de una caldera deficiente. El niño tenía que haberse marchitado, apagado y muerto, en un rincón del cuarto de baño —un ejemplo más de los horrores cotidianos— pero quiso la caprichosa suerte o la sabia Providencia darle una segunda oportunidad. El niño, ya repuesto, había perdido su primera memoria, olvidado algunas caras, algunos conocimientos, pero se reconstruyó y desde entonces, como todos los supervivientes, es un enamorado de la vida. Ese niño devino en un señor sonriente en que la insultante juventud coquetea con alguna cana y responde al nombre de José Luis Panero. Se trata de un periodista, crítico de cine y actor de teatro, capaz de experimentar el clímax y el vértigo que pueden nacer de situaciones anodinas y de tramas ocultas, y capaz de gozar interpretando papeles, siendo otro durante el no tan breve tiempo de una representación.

Lógicamente, un personaje como José Luis Panero tenía que ser un día arrollado por Alfred Hitchcock, esa locomotora de absoluta vitalidad, puro talento narrativo e insondables inquietudes: el silbido de un tren rompe el calor de la noche, un avión en el horizonte fumiga inexistentes cosechas… ¿Qué oculta esa ventana? ¿Qué significa esa soga? ¿Cuándo sonará ese teléfono? Tras la cortina, el perfil de una diosa rubia; coches perdidos entre torres cuadriculadas; esperar, temer, codiciar, saber, callar, ¡y tantos personajes!

El cine de Hitchcock, abundante y variado, aborda temáticas distintas con un estilo propio, reconocible, sin que sepamos explicar muy bien en qué consiste o qué caracteriza su especificidad. Lo que sí podemos afirmar es que Hitchcock no filmaba paisajes ni pintaba bodegones; lo que le interesaba era la vida misma como torrente, como discurso, como expresión del misterio del Otro y de su intimidad, poniendo su atenta visión al servicio de nuestra propia mirada, tan personal como la del autor de este ensayo, José Luis Panero, que se atreve a abordar con evangélica sencillez algo tan complejo como los resortes espirituales del cineasta.

Indudablemente, a Hitchcock le fascinaba lo oculto, lo secreto, y resulta especialmente interesante ver cómo aborda y escamotea —ya que sugiere, pero no explicita— los sentimientos homosexuales de algunos de sus personajes (La soga). Hoy día nos asombraría, con toda lógica, asociar el mal a la condición sexual, porque hemos aprendido, en Occidente, a respetar la verdad de los sentimientos y de la orientación personal. Pero hasta los años 1973-1990 en que distintas asociaciones siquiátricas y la Organización Mundial de la Salud fueron dejando de considerar la homosexualidad como una enfermedad, la inclinación por el propio sexo era vista como una patología, y esa fue la mentalidad en la que fue educado y vivió Alfred Hitchcock y, lógicamente, José Luis Panero no incurre en inoperante presentismo, sino que interpreta en clave de ayer lo que hoy ni siquiera sería tenido por un problema, todo lo más como una circunstancia.

Fascina también el tratamiento de la mujer en la obra del cineasta, y de la mano de Panero nos fijamos en las brujas y las santas, dos de los arquetipos que se suman a otros estereotipos femeninos de Hitchcock y a sus íntimas obsesiones, todas esas actrices tan rubias, tan bien vestidas y tan repeinadas…

José Luis Panero pasa revista al voyeurismo, a la violencia y la muerte presentes en la obra del maestro, esa puerta que se cierra detrás del nazi con el más socarrón The End de toda la Historia, esa linda muchacha apuñalada bajo una ducha, ese monstruo que se quita la corbata para estrangular a sus víctimas, y todo bajo la atenta mirada del Dios que podía concebir un director británico y católico de su tiempo, que se hacía preguntas acerca de la posibilidad de ser feliz más allá de un happy end.

Y mientras leemos las observaciones del crítico, mil ideas se agolpan en nuestra cabeza, se podría hablar del cinismo de los malos de Hitchcock, esos personajes que se gargarizan con su propia abyección y pretenden dar lecciones de relativismo moral a sobrinas bondadosas o cuyo patológico sentimiento de superioridad les impone el capricho de asesinar a un amigo, de robarle su vida, todo lo que fue y todo lo que podría ser, para demostrarse a sí mismos que su natural talento les garantizará la impunidad…

Nada taxativo, Panero abre un tema tras otro, esboza, profundiza y se aleja de nuevo, sin agotar nada, dejando muchas más preguntas que respuestas, lo que cabe esperar de todo autor que se precie, de todo buen guionista acostumbrado a seducir al público, al que hace reír, llorar, enfadar, para, finalmente, llevárselo a la cama.

Hitchcock nos da su propia versión de historias ajenas, que antes fraguaron Daphne du Maurier o Patricia Highsmith, por poner un par de ejemplos, unificando en un solo relato las posibilidades de infinitos desarrollos; al contrario, José Luis Panero estimula nuestra imaginación revisando cada una de esas historias, y en lugar de hacer su autopsia por medio de un análisis tan aburrido como sistemático, nos brinda pistas sobre posibles interpretaciones, explicaciones y sugerencias, entreveradas con un profundo conocimiento de textos y autores anteriores que, desde hace décadas, vienen lidiando con la obra de Sir Alfred, incluyendo, claro está, los recientes trabajos de Tania Modleski, Abraham Menéndez, Javier Mateo o Edward White.

Los capítulos son independientes entre sí, aunque coherentes, y el libro no pretende remedar pesadísimas tesis, sino que responde a algo tan atractivo como la charla entusiasta de los que aman ese arte y conocen su historia, sus técnicas, sus autores y saben muy bien a qué película asociar frases eternas, en doblaje español, como “Nadie es perfecto”, “Yo soy tu padre” o “Te mantenemos vivo para servir esta nave”.

En definitiva, el trabajo de José Luis Panero es un libro que agradeceremos todos los que vivimos el cine, vamos al cine, hablamos de cine y disfrutamos con esa asombrosa expresión de la creatividad humana a la que dedicó su vida y su talento Alfred Hitchcock.

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José Luis Panero González-Barosa
José Luis Panero González-Barosa
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