«Cuando Felipe II encomendó en 1567 el gobierno de los Países Bajos a Fernando Álvarez de Toledo, III duque de Alba, el experimentado militar, de sesenta años de edad, se puso en camino hacia Bruselas con un cometido claro: castigar a los rebeldes que se habían alzado contra el rey el año anterior, perseguir la herejía protestante y modernizar las finanzas del país. Alba tuvo que bregar con burgomaestres y abades díscolos, con una población que observaba con temor a los soldados españoles veteranos llegados con el duque, y con las incursiones de los mendigos del mar, piratas empleados por Guillermo de Orange, el principal líder de los rebeldes huidos al extranjero. El descontento de la población ante las políticas defensivas y fiscales de Alba se agravó por una serie de catástrofes naturales en forma de inundaciones y malas cosechas, y desembocó en 1572 en una revuelta masiva desencadenada por la conquista de la ciudad holandesa de Briel el 1 de abril de aquel año por los mendigos del mar. La rebelión se extendió con rapidez de norte a sur de los Países Bajos y enfrentó a Alba al mayor desafío con el que se había topado hasta ese momento. Fue este el verdadero inicio de la Guerra de Flandes. A la postre, aunque el duque logró derrotar a Guillermo de Orange en las provincias del sur, y aunque en una ardua campaña recuperó mucho del terreno perdido merced a la veteranía de los tercios españoles, incluida la estratégica ciudad de Haarlem tras un épico asedio de ocho meses, el ejército real no logró imponerse a los rebeldes, que lograron asentar en las provincias de Holanda y Zelanda una administración política y militar que propició el surgimiento, unos años después, de las Provincias Unidas de los Países Bajos».
Cuando llega a los Países Bajos, y desde el inicio, el duque de Alba ya consiguió simbolizar, tanto para los calvinistas como para los católicos, el paradigma de la tiranía. Será en el siglo XX cuando se comience a revisar su figura política y, sobre todo, sus decisiones. El duque de Alba había creado, por necesidades políticas de pacificación religiosa, el denominado Tribunal de los Tumultos desde donde se perseguía a los herejes protestantes, y se anulaban las libertades de todos los flamencos. En la actual historiografía holandesa se comienza a estudiar sobre la plausible arbitrariedad del duque de Alba, o si por el contrario Fernando Álvarez de Toledo pretendía conseguir la fidelidad, obvia e innegociable para la legislación en esa época del siglo XVI, de las Diecisiete Provincias de Flandes al Rey Felipe II Habsburgo de las Españas. Me ha gustado, y muy mucho, el aserto del doctor Claramunt Soto, ya que ese comportamiento sociopolítico proviene del estilo castellano de hacerlo, con su nacencia en el Medioevo en los agrestes ‘usos costumbres’; todo lo contrario hubiese ocurrido si se hubiese dado carta de naturaleza y respeto absoluto a las normas del Reino de León, desde la defensa de las libertades públicas ya con los 48 preceptos del Fuero de León de 1017 del Rey Alfonso V “el de los Buenos Fueros”, que eran leyes de carácter general para todo el Reino de León, con todos sus territorios condales dependientes, incluida Castilla; y, sobre todo los Decreta de las Cortes del Reino de León del Rey Alfonso IX “el Legislador o el de las Cortes” de 1188, ‘Cuna del parlamentarismo’; en ambas estructuras se respetaban los derechos de los ciudadanos, incluyendo las mujeres. Sea como sea, se puede indicar, de forma taxativa, que el III duque de Alba trató de gobernar de la mejor manera posible y de buena fe, en función de los tiempos en que se produjeron los hechos.
Este magnate, con nacencia condal en la leonesa Alba de Tormes, era un gobernante experimentado, ya a priori lo había ejercido en el ducado de Milán y en el reino de Nápoles, lo que había dejado los necesarios cimientos para que se arraigase la hegemonía hispánica. Lo más grave era la concepción que tenía el duque de Alba sobre los neerlandeses, de que eran revoltosos y herejes en buen número; para llegar a ese convencimiento intelectual, el III duque de Alba ya había mantenido una amplia y prolija correspondencia con el cardenal Antoine Perrenot de Grandvelle, quien ya había sido nominado como el gran consejero de la anterior gobernadora de los Países Bajos, la princesa Margarita de Parma (hija ilegítima del Emperador Carlos V y de su amante Johanna Maria van der Gheynst. 1522-1586), hermana del monarca español. Es sumamente esclarecedora, sobre su opinión hacia los neerlandeses, la carta escrita desde Bruselas, el 13 de septiembre de 1567 al Rey Felipe II: “… si me ven un poco blando, emprenderán mil desafueros e inconvenientes, que es gente, la mayor parte de ellos, que se llevará mejor con severidad que por otro ningún camino…”.
Fernando Álvarez de Toledo consideraba que hacer cualquier tipo de concesión a los sediciosos neerlandeses era un gravísimo error, que además sería tomado como una debilidad por aquellos súbditos tan complicados. Para reafirmarse en su planteamiento político escribió a la reina-madre de Francia, Catalina de Médicis (Casada con Enrique II de Francia. 1519-1589) lo que era una ratificación de cómo debería comportarse en ese momento histórico y en Flandes: “… para tenerla, ningún camino hay en la tierra más perniciosa ni que más contrario sea a este obediencia que el acordio con sus rebeldes, porque el príncipe que está debajo de capitulaciones con sus vasallos, no se puede decir que tenga obediencia entera… Traer guerras los príncipes con sus vasallos es cosa que deben en cuanto pudieren excusarse (…). Pero, si ha de ser por no tener guerra con ellos venir a perder la religión en su reino y el Estado (…) por menor inconveniente mucho se debe tener la guerra”.
Por todo lo que antecede, se contempla, con toda nitidez, cuál era la causa única por la que el duque de Alba se comportó de esta forma, aparentemente para sus enemigos tan arbitraria, y es nada más y nada menos que la, para él, sacrosanta ‘Razón de Estado’, y no un inexistente fanatismo cristiano-católico. Nunca dejó nada al albur de las circunstancias políticas del momento y del lugar, sino calculando siempre cuales serían las consecuencias de sus actos. En suma, otro extraordinario y documentado libro de la editorial Desperta Ferro, ¡más que recomendable! «Benedictus dominus, adiutor meus, qui docet manus meas ad proelium et digitos meos ad bellum».
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