No se puede entender de otro modo el titular de ‘Time’, al día siguiente: “Panic”. El de su partido y el de la prensa adicta, incluida la nuestra. Había que ver el semblante contrito de la corresponsal de RTVE en Washington. La mayor democracia del orbe regida por un anciano senil, el progresismo subsumido en una gerontocracia inmovilista. Lo nunca visto, o un déjà vu, según como nos atrevamos a interpretarlo.
El déjà vu remite a la Teoría de Chicago. Sucedió en la convención demócrata de Chicago, en 1968 -la misma ciudad donde se celebrará la de este partido el mes próximo-. El muy demócrata Lyndon B. Johnson, el carnicero de Vietnam, decide retirarse a cuatro meses de las elecciones. El partido lo suple con un candidato irrisorio, Hubert Humphrey. Vence el no menos patético Richard Nixon, al frente de los republicanos.
El resultado de la ecuación duplica el “Panic” demócrata ante la eventualidad de retirar a Sleepy Joe en Chicago, y suplirlo por un nuevo Humphrey. Más “Panic”: la profética actualidad de una novela de Joseph Roth, ‘Conspiración contra América’. Fabula la posibilidad de que un héroe nacional, Charles Lindberg, el primer hombre que cruzó el Atlántico en vuelo, pero también una de las figuras estelares del ‘America First’ de 1940, junto con Walt Disney, obtuviera la nominación republicana, venciera a Roosevelt, y convirtiera a EE.UU. en un estado fascista.
Más allá de las comparativas entre la masacre de Gaza, hoy, y la de Vietnam en 1968, o entre la Alemania de Hitler y el Anschluss de Putin en Ucrania, lo que subyace remite a una cuestión de fondo. Tanto Biden como Trump son las consecuencias de una crisis global de liderazgo, y no sus causas.
Lo dice Steven Levitsky en ‘La muerte de las democracias’. El sistema, se pudre y ha comenzado a pudrirse por la cabeza. Debe ser por eso que el debate político se ha vuelto tan visceral. Un hervor de gusanos sobre el cadáver.
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