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"El árbol de la familia humana", de David M. Alba

Ed. Salvat. 2023
viernes 12 de julio de 2024, 17:16h
El árbol de la familia humana
El árbol de la familia humana
Un nuevo volumen de Prehistoria nos acerca a la Evolución Humana y a la Genealogía de la Humanidad. Está claro que los seres humanos son el resultado de millones de años de evolución. Los registros fósiles permiten tener la consciencia de cómo eran las diversas especies de seres vivos, y la reconstrucción de su bagaje evolutivo; y lo mismo les ha ocurrido a los seres humanos.

Los paleoantropólogos primatólogos han realizado unos estudios que indican, taxativamente, que los homínidos no eran los antecesores solo de los humanos modernos y de los parientes extintos más próximos. Obviamente, en la actualidad, y lo defiendo sin ambages, también son considerados homínidos los grandes simios antropomorfos, léase orangutanes, gorilas y chimpancés, y los demás antropomorfos, por lo menos desde hace unos 14 millones de años.

Ni la evolución es una cadena lineal de ancestros y descendientes, ni la especie Homo sapiens es su pináculo. Nuestra historia evolutiva es como un árbol en continuo proceso de ramificación y poda selectiva. ¿Cuáles son nuestros parientes vivos más cercanos y cuáles las principales ramas extintas? Y, sobre todo, ¿cómo y por qué hemos llegado hasta aquí?”. El padre de la teoría de la evolución fue el británico Charles Darwin, por medio de lo que él definió como la selección natural, el resultado final de todo ello sería su obra más controvertida llamada ‘El origen de las especies’. Estuvo años documentándose antes de publicar sus ideas sobre la evolución; también tuvo que aceptar el plagio, en este caso de Alfred Russel Wallace, quien no tenía el más mínimo inconveniente en publicar las conclusiones de Darwin, y por lo tanto publicaron una obra conjuntamente.

«El pensamiento evolucionista de Darwin, basado en la selección natural, era sorprendentemente moderno pese a no conocer las bases de la herencia genética, que constituye un factor esencial de dicho mecanismo. Esencialmente, se basa en tres observaciones: que los seres vivos tienen mucha más descendencia de la que llega a reproducirse, que dicha descendencia presenta variaciones en múltiples caracteres y que dichas variaciones a menudo se heredan. A partir de estos tres ingredientes, Darwin dedujo el mecanismo de la selección natural, según el cual los organismos con variaciones más adecuadas a su ambiente y modo de vida tienen más posibilidades de sobrevivir y reproducirse, lo cual, a lo largo del tiempo, hará que las variaciones más favorables lleguen a ser predominantes y, en definitiva, que los organismos evolucionen y den lugar a nuevas especies».

La selección natural de Darwin conduce a la aparición de las denominadas adaptaciones de los seres vivos a situaciones complicadas y difíciles. En realidad, no todos los caracteres de los seres vivos se heredan, sino que algunos tienen una relación directa con la plasticidad de las estructuras anatómicas. Tampoco es adaptación aquello que se produce cuando un determinado carácter ha sido utilizado, a posteriori, para que realice otra función muy diferente. La evolución se define como el proceso de cambio que tiene lugar en las diversas características hereditarias a lo largo de generaciones sucesivas en una o más poblaciones de organismos vivos, por medio de la selección natural o de la deriva genética, que ya es un mecanismo adaptativo.

La visión de Darwin choca frontalmente con la iconografía popular sobre la evolución humana, que aún hoy en día insiste en poner toda una serie de especies actuales y extintas, la una detrás de la otra, como si fuera una supuesta serie de ancestros y descendientes que van desde un mono o un chimpance hasta un humano moderno. Esta iconografía refuerza una idea completamente equivocada y antropocéntrica de la evolución como una cadena lineal de ancestros y descendientes, con los humanos como el pináculo de la creación. Esta concepción errónea queda resumida en la frase ‘el hombre desciende del mono’ y en la infame búsqueda del supuesto ‘eslabón perdido’. Ni hay un solo mono, ni los humanos hemos evolucionado a partir de los monos actuales. Más que una cadena, la evolución es como un arbusto, donde los tallos van ramificándose hasta que pasa el jardinero (la extinción) con unas tijeras de podar y corta unas ramas por aquí y otras por allá, mientras que aquellas que se salvan son las que continúan brotando; y así sucesivamente por los siglos de los siglos”.

Todas las actuales especies de seres vivos están relacionadas unas con otras, en mayor o menor medida; y los paleontólogos son los encargados de dilucidar el parentesco plausible entre todos ellos; y para llegar a tener la certidumbre de cuales eran los ancestros comunes de una especie determinada actual se necesita la ayuda del registro fósil. Charles Darwin tuvo que luchar contra la creencia, generalmente aceptada en su tiempo, de que las especies eran inmutables; por lo que fue lo suficientemente sutil y sensible como para escribir que su teoría estimaba que arrojaría luz sobre cual fue el origen del hombre y su historia. Más atrevido fue Thomas Henry Huxley que escribió, en el año de 1863, que los humanos estaban más emparentados, incluso de forma muy estrecha, con los gorilas y los chimpancés de África que con los orangutanes y los gibones de Asia. Darwin ya se encargó de dejar claro que existían peculiaridades de los seres humanos con respecto a nuestros parientes más próximos.

Las podemos agrupar en cinco: locomoción (el bipedismo), manipulación refinada (fabricación de instrumentos), cognición (un gran cerebro relacionado con una mayor inteligencia y una historia vital lenta), dieta (aparato masticador reducido) y comportamiento sociosexual (dimorfismo sexual reducido, es decir, poca diferencia de tamaño entre sexo masculino y femenino)”.

El paleontólogo británico llegó a la convicción de que el bipedismo, tan importante para la evolución de los homínidos, tuvo una relación directa con la encefalización, la utilización ya de herramientas y la reducción de los caninos; todo ello en pos de una mayor humanización de estos ancestros. Existiría, por consiguiente, un sistema de retroalimentación o feed back, que nos habría conducido hasta la cultura o conocimiento superior del intelecto. El libro presenta un más que completo glosario que sirve, muy mucho, para tener una concepción más prístina de la obra que hoy nos ocupa. Otro capítulo se dedica a las conclusiones necesarias sobre la obra, el capítulo dedicado al ancestro común entre seres humanos y chimpancés, analizando al ancestro de nuestros ancestros, deseo destacarlo. Lo que no me gusta es calificar a la bibliografía como un apartado para saber más. Sea como sea otra monografía muy interesante sobre la paleontología, y muy pertinente para conocer un tema prehistórico conspicuo. «Glaudius Domini super terram cito et velociter».

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