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"Evita a Eva", de José Membrive

domingo 23 de junio de 2024, 22:21h
Evita a Eva
Evita a Eva
José Membrive (Andújar, Jaén, 1953) es poeta, narrador, ensayista, profesor de literatura, articulista y editor de Ediciones Carena (Barcelona). Un sello editorial de gran importancia en la Barcelona de los últimos treinta y dos años, desde su fundación en 1992. Fundada junto a la poeta Araceli Palma-Gris, Ediciones Carena, es una editorial muy activa que propugna una literatura ligada a la vida, a los derechos humanos, pero, sobre todo, a los valores artísticos. Sus colecciones principales son: narrativa, poesía, teatro, filología, ensayo social, música, viajes y cine.

Estudió el bachillerato en los seminarios de Baeza y Jaén y se licenció en Literatura y Lengua Española en la Universidad de Granada. Posteriormente se trasladó a Cataluña para iniciar su actividad en la docencia, que se prolongará durante casi treinta años. En 1984 se incorpora a la tertulia literaria Azor, del poeta José Jurado Morales, que, una vez extinguida, tendría su continuación en Diálogos Literarios, que él mismo dirigió durante doce años, en el Reial Cercle Artístic de Barcelona. En la actualidad coordina la tertulia Carena. Actualmente es también miembro de la junta directiva de la Asociación Internacional Humanismo Solidario.

Como articulista ha publicado en diferentes medios de comunicación, hoy día participa en revistas literarias y culturales (Ojos de Papel, Ritmos XXI…) y en su propio blog besos.com. Ha publicado los siguientes poemarios: Del amor y la noche (Ed. Rondas, 1985), Reductos de silencio (Devenir, 1991), Besos.com (Ediciones Carena, 2002), El Pozo (Ediciones Carena, 2006) y De bien nacidos (Ediciones Carena, 2017); y en narrativa, El rockero de Mollet y otros relatos (Ediciones Carena, 1999), y Evita a Eva (Ediciones Carena, 2023). En ensayo El Homo Transcendente (Ediciones Carena, 2013) y Por el derecho a disentir (coautor, 2014). También en literatura infantil El mundo de Copeto, junto a Carlota Managuerra.

En 1985 Vázquez Montalbán publicaba por primera vez Crónica sentimental de la transición donde trataba de llevar a cabo una reconstrucción histórica, pero también la emotividad repleta de afectos contradictorios que conforman esta experiencia.

En cierto modo, con Evita a Eva, primera parte de la trilogía “La travesía del desierto”, José Membrive ha querido también construir una crónica sentimental, una reconstrucción de una parte de la historia de España que es pareja a su propia reconstrucción memorial, emotiva y sentimental. La que transcurre entre 1966, fecha en que el autor tiene trece años, hasta 1979, con veintiséis años. Una época enormemente importante en la historia de España que pasa de un régimen dictatorial a la llegada de la constitución del 78. En este periodo de catorce años, que avanza linealmente, concita una novela a caballo entre lo memorial, la reconstrucción histórica y la invención personal (de hecho algunos nombres están deformados y algunos hechos también) con el objetivo cierto de conceder su propio recorrido personal y social pero también su propio recorrido novelesco. De hecho, al comienzo el autor nos advierte de que más que una historia personal es “la historia de una generación que creció a trompicones”.

Evita a Eva lleva un título paronomásico (muy habitual en su obra) y simbólico que declara la importancia de la represión de los sentimientos personales y la sexualidad (en esa Eva a la que se debe evitar) en una época dominada totalmente (en el caso del autor es fehaciente) por la Iglesia y su discurso más recalcitrante.

Es conocido desde Freud que, según él, el origen de los trastornos psíquicos se hallaban en la vida sexual de los pacientes. Y su seguidor más conspicuo, Foucault advertía en los tres volúmenes de Historia de la sexualidad de estas "hipótesis represivas", la creencia común de que hemos "reprimido" nuestros impulsos sexuales desde el siglo XVII y aspiraba a la idea de que somos nosotros los que debemos tener el control sobre nuestros propios cuerpos, sobre nuestros deseos y pasiones.

Desde las primeras páginas encontramos un punto de vista irónico, sarcástico, incluso en determinados momentos mordaz, muy jocoso ciertamente, pero en otras el tono se vuelve más áspero, incluso trágico, por ejemplo, cuando hace referencia a la muerte de su hermano Salva, pero no pierde el humor y el sarcasmo, incluso en los momentos más delicados como su encierro en la cárcel temporalmente por pertenencia a la Joven Guardia Roja, formación juvenil del PTE o en los propios títulos de los cuatro capítulos: “¡Evitad a Eva!, ¡Vade retro, sotanas!, Creyó que Marx era el cielo ¿se equivocaba? y Más porros y menos porras (No hay Marx que cien años dure)”; de nuevo con el juego paronomásico.

En determinados momentos me ha recordado al periodista y narrador malagueño Alfonso Vázquez, de todos conocido, en el tono jocoso, aparentemente distendido pero con una enorme carga de profundidad y crítica sociopolítica.

En esta reconstrucción memorial se van a sentir plenamente identificados muchos de los que vivieron (vivimos) ese periodo desde las primeras páginas donde abunda la represión de la sexualidad, desde el momento en que un joven de familia campesina pobre (y con diez hijos) decide para poder estudiar entrar en el seminario: “Al despabilar –dice en la segunda página-, constato con horror que ha habido sicalíptica eyaculación, apocalíptica diría yo, por sus devastadores efectos sobre mi alma. Urge una confesión a corazón abierto” (p. 14).

Nos adentramos en los pensamientos y las sensaciones de un niño entrada la adolescencia con un lenguaje hiperbólico que va mostrando un mundo en el que la represión se haya presente desde el principio y las tres palabras a combatir: mundo, demonio y carne.

Así el padre Quintín Sariegos en su libro La luz en el camino decía: “En el 90 por ciento de los casos son ellas (las mujeres) las que desperezan la fiera que duerme en la naturaleza del hombre con el ofrecimiento de su celo apetitoso”. Esa Eva a la que hay que evitar[1]. Mi querido Francisco Umbral, sobre el que escribí la tesina, decía en su obra Memoria de un chico de derechas: “Nos enseñaron a odiar el propio cuerpo, a temerlo, a ver en su desnudez rojeces de Satanás, repeluznos de Luzbel, frondosidades infernales. Odiábamos nuestro cuerpo, le temíamos, era el enemigo, pero vivíamos con él, y sentíamos que eso no podía ser así, que la batalla del día y la noche contra nuestra propia carne era una batalla en sueños, porque ¿De dónde tomar fuerza contra la carne sino de la propia carne? Había un enemigo que vencer, el demonio, pero el demonio era uno mismo”.

El poder de la iglesia y sus proclamas contra la sexualidad ocupa gran parte de las primeras páginas del libro donde refiere su ingreso en el seminario el 12 de septiembre de 1966 y toda su memoria se detiene en detalles que ha ido guardando (como el del niño Baltasar Garzón, compañero de marras, del que dice: “El niño se llamaba Baltasar Garzón y ya apuntaba maneras de cómo enfrentarse a retos gigantescos (…) Baltasar era un portero excepcional, casi suicida”.

Expresa buen número de anécdotas que muestran ese mundo del adolescente que comienza a sentir sobre sí la represión de sus mayores instintos sexuales en un momento en que la sexualidad llama a su puerta, pero también las costumbres de la época, sus primeros amores ocultos, la historia de Rafael el Tuerto, Rosalía…, y la consolidación de la iglesia como su “refugio”, convirtiéndose en un ser asocial, al menos en el trato con la mujer, y con un miedo enorme a enfrentarse con el mundo.

En 1967 es su primer encuentro con la literatura (que le valdrá un premio en el colegio) y desde entonces se convertirá en su principal aliada.

El ámbito familiar también es resumido con algunas pinceladas, su llegada al cortijo, la forma de vida, sus comienzos en la lectura con la ayuda de su hermano mayor Manuel, el accidente en un brazo que marcaría su destino, y la música también sanadora, pues logró tocar bien el laúd, pero también el amor platónico hacia Elena, o el no menor hacia San Francisco de Asís: “Pronto supe, dirá que él fue quien sentó las bases de mi reconstrucción interna” (p. 71). Reproduce sus primeros poemas y aquella recreación de la pérdida del paraíso y del intento de recuperación que todo humano llevamos dentro.

En el segundo capítulo se centra totalmente en su etapa como seminarista y la llegada a su vida de Joan Manuel Serrat. Es el periodo del 69 al 74 y toda la salutación de su mística personal y su encerramiento en sí mismo, la importancia de la virginidad y los constantes problemas de conciencia, pero también la llegada al activismo social con los curas obreros y la teología de la liberación (“Teología –dirá- que proclama, dentro de la Iglesia, la necesidad de escuchar el grito de los pobres, de las clases explotadas, de las culturas humilladas, de los negros discriminados y de las mujeres oprimidas por la cultura patriarcal”, p. 107)- , con lo que sus ideas se van ampliando hacia otros horizontes que le harán llegar casi irremediablemente y como un acto natural a su militancia inicial en el PCE y posteriormente en la Joven Guardia Roja, JGR, y el PTE (como dice Don Santos: “- La mayoría de nuestros jóvenes, los más comprometidos, acabarán en el Partido Comunista. Se los estamos sirviendo en bandeja”, p. 112). El golpe de Pinochet en Chile también ocupa un espacio.

A partir del capítulo III, desarrollado entre los años 1974 y 1976, se adentra de un modo harto hiperbólico, por momentos sarcástico y bastante esperpéntico, en las diversas situaciones en las que tiene que enfrentarse partiendo de una contradicción inicial pues tiene que romper con su pasado clerical para adentrarse en movimientos sociales y políticos que veían a la Iglesia como una rémora, el opio del pueblo, en el sentido marxiano; pero también la ruptura con la la propia familia, pues el ideal revolucionario en el que se insertan impide cualquier sentimiento ajeno que le impida conformar su ser.

Es un periodo que, al cabo de los años (cuando escribe cincuenta años después estas memorias) le permite a José Membrive penetrar con distanciamiento y no poca retranca, al mismo tiempo que comienza sus estudios universitarios en el colegio universitario de Jaén para proseguirlos más tarde en la facultad de Filosofía y Letras de Granada, donde se licenciará a finales de los setenta. Uno de sus profesores en la facultad de Jaén le dirá cuando lo vea tan metido de lleno en el activismo político: “Tienes un gran potencial literario y es una pena que pierdas el tiempo con ideas políticas que, aunque son buenas, están gestionadas por arribistas de todos los colores” (p. 144).

Son momentos de incertidumbre ante la mujer y da la impresión de que él llega a ese activismo político también por la necesidad de liberación y encuentro con la mujer, que ya participa activamente, en estos movimientos, y la convicción de que debe de cambiar y seguir el ideal revolucionario del que lo impregna el personaje Ramón, el nuevo líder de las JGR. En consecuencia, vamos viendo también el perfil que los demás tienen de él: “Te dejas manipular con una facilidad pasmosa. Quieres quedar bien con todos y al final te olvidas de ti mismo” (le dirá un policía amigo, p. 156).

Va conformando toda una serie de situaciones que muestran su absoluto compromiso político con la causa revolucionaria en unos años en los que era lo habitual en los jóvenes que nos adentrábamos en ese periodo de transición política desde un régimen dictatorial hacia otro democrático.

El último capítulo transcurre entre los años 1976 y 1979. De nuevo la mujer –sobre la que pivota gran parte de su aventura, por esa necesidad de negación que le llega desde el ámbito religoso, ocupa un espacio esencial, su encarcelamiento, sus primeras relaciones sexuales, la campaña electoral del 77 y la legalización del PCE, y definitivamente la consumación del amor y la sexualidad –con la derrota simbólica de Damiancito, aquella historia del niño con la cabeza rota por su pacto sexual con el Diablo- y “el primer beso de amor de mi vida” (p. 205), la llegada de Elena y los porros: “Las masas proletarias son dignas de gozar, de alucinar, de extasiarse; la droga alegra la vida y atrae a la juventud más osada”, decía el bigotudo revolucionario secretario general. El recuerdo de algunos profesores como Juan Carlos Rodríguez, Emilio Orozco y Álvaro Salvador y el amor hacia Ángela con la que se marchará a Barcelona.

En definitiva, un libro de grata lectura, ágil, directo, sincero y entrañable que nos permite una mirada sobre una España, que tienen a la Iglesia y a la dictadura como principales baluartes para reprimir todo tipo de sentimientos e ideales de transformación; y a un individuo, José Membrive, que vive su aventura personal y social y nos la cuenta con una sonrisa, con una mueca, pero también con un profundo padecimiento de fondo, con una proclama de verdad con la que quiere desahogarse, aliviarse de un mundo recluido y que ahora con su narración ve la luz.

[1] El padre García Figar atribuía a la masturbación problemas físicos y mentales y decía “Desnutrición orgánica. Debilidad corporal. Anemia general. Caries dental. Flojera de piernas. Sudor en las manos. Opresión grande en el pecho. Dolor de nuca y espalda. Pereza y desgana para el trabajo y hasta la imposibilidad de realizarlo. Acortamiento de la vida sexual, imposible de rescatar más tarde. Pérdida de atracción para el sexo contrario y repugnancia al matrimonio. Esterilidad espermatozoide. Retentivo nulo. Oscuridad en el entendimiento. Obsesiones y desvaríos. Voluntad débil. Incapacidad para el sacrificio. Aficiones animales”.

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