Libro muy documentado sobre este pueblo que sentó cátedra en la Europa del Medioevo, por su comportamiento atrabiliario, inesperado y violento; aunque en este caso ya se han asentado como normandos y no como vikingos sensu stricto. La obra comienza cuando dos ejércitos se están preparando para enfrentarse en el septentrión francés, en ambas riberas del río Epte. Los enemigos tenían nombre histórico conocido. En una de las orillas estaba el rey de los francos occidentales llamado Carlos III “el Simple” (879-929), quien sería consagrado como monarca de los francos-occidentales el 28 de enero del año 893 por el obispo Fulquerio “el Venerable” de Reims, y apoyado por su principal magnate que era Roberto I de Neustria (866-923). En la otra orilla estaban desplegadas las tropas del vikingo Rollo/Rollón “el Caminante” (Hrolf Ganger, 846-930), llamado así porque no había cabalgadura que pudiese soportar sus 140 kilogramos de peso y su imponente estatura de unos 2 metros de estatura; este se había convertido ya en un indomeñable saqueador vikingo y en un problema insoluble para las poblaciones ribereñas del río Sena. No obstante, el soberano de los francos ya había intentado mantener contactos diplomáticos con el normando, ofreciéndole la mano de su hija Gisela (fl 911). Las condiciones ofrecidas eran claras, el vikingo debería prestar servicios militares al rey franco, y adoptar el cristianismo como su religión, además recibiría los territorios costeros septentrionales (entre Andelle y el mar), por supuesto que Rollo lo aceptó todo sin poner la más mínima pega. Cuando se iba a subscribir el tratado, Rollón lo pensó mejor y tras examinar la debilidad de los francos, envió al obispo de Ruán/Rouen con unas nuevas condiciones; en ellas exigía todo el territorio situado entre el río Epte y la costa, que era una franja territorial de unos cincuenta kilómetros más ancha. Roberto de Neustria aconsejó al rey que aceptase estas nuevas condiciones, ya que de esta forma se podría obtener el vasallaje de un guerrero tan importante, por lo que el monarca de los francos tuvo que claudicar transigiendo con todas las condiciones territoriales del noruego. “Por fin, Rollo estaba listo para someterse. Colocó en público sus manos entre las del rey en un acto ritual de encomio (u homenaje, como se conocería más tarde). Ninguno de los antepasados de Rollo había estado dispuesto a someterse a otro de esta manera, pero ninguno de ellos había tenido a su alcance tan valiosas recompensas. No obstante, Rollo no perdió su orgullo. Se negó a besar los pies del rey en señal de gratitud, como era la costumbre, y envío a uno de sus hombres a hacerlo. Sin embargo, este tampoco estaba dispuesto a ir tan lejos. En lugar de arrodillarse para besar los pies del monarca, como cabía esperar, el audaz vikingo alzó la pierna de Carlos sin contemplaciones hasta su propia cabeza y el rey acabó rodando por el suelo. La superioridad de Rollo y sus hombres frente a sus homólogos franceses difícilmente podría haber sido más evidente”. Pero, todos estos datos nos los proporcionará el cronista Dudon de Saint-Quentin, que sería el cronista oficial de los primeros asentamientos normandos franceses. Lo problemático del caso estriba en que el clérigo referido escribió su obra cuando ya habían transcurrido más de noventa años desde que se produjeran estos acontecimientos. Por todo lo que antecede, sí se colige que existió algún tipo de acuerdo con los vikingos, aunque no se sabe si ocurrió algo más. A pesar de las afirmaciones del clérigo, el denominado como pacto de St-Clair no fue nada especial o relevante. Los vikingos u hombres del norte irrumpieron en la Europa occidental, en el genocidio de Lindisfarne, en los finales del siglo VIII. Su creciente capacidad marítima conllevó que las operaciones exteriores fueran más fáciles que nunca; ya que los reinos británicos estaban sometidos a una importante inestabilidad, fácilmente aprovechable por aquellos furibundos vikingos. «De la mano del joven medievalista Levi Roach, esta obra nos acerca a una de las civilizaciones que más alteraron el rumbo de la historia medieval europea. Desde sus inicios como saqueadores vikingos y más tarde mercenarios y vasallos francos a las órdenes del temible y legendario Rollo, los normandos se propagaron por toda Europa, asimilándose a las principales culturas cristianas para servir a sus caprichosos príncipes y duques con su emblemático afán de guerra, gloria y riqueza. Roach nos lleva junto a estos personajes diluidos por la historia para conocer sus peripecias, y cómo estas derrumbaron y reedificaron los cimientos de la cultura europea. No hubo pueblo ni frontera a los que estos guerreros no llegasen, desde la lluviosa Inglaterra hasta las impresionantes urbes bizantinas, pasando por la Iberia almorávide o la Italia fracturada del medievo. Cualquiera que fuese su destino, los normandos hacían sentir su presencia, trazando el rumbo del catolicismo o desafiando a los grandes imperios de la época. De paganos a cristianos, de piratas y vándalos a príncipes y reyes, la ascendencia meteórica de los normandos no solo muestra su capacidad camaleónica como pueblo, sino que ejemplifica la turbulenta y sinuosa historia medieval, donde la traición, la guerra, la intriga y la diplomacia eran moneda de cambio en cada pueblo con los que trataban». Por todo ello, los diferentes reyes europeos decidieron reclutar a aquellos valerosos guerreros nórdicos para sus propias mesnadas, y así conseguir vencer a sus vecinos; pero los normandos comenzaron a tener claro que necesitaban tierras a cambio de realizar cualquier tipo de servicio militar. Verbigracia, los monarcas europeos franceses o británicos asentaban a grupos de hombres del norte, mayoritariamente noruegos o daneses, para que defendieran esos territorios costeros de sus propios compatriotas. Se puede aceptar, que el propio Rollón/Rollo podría haber llegado desde Noruega formando parte del gran ejército de los vikingos que depredó y conquistó amplios territorios en la Gran Bretaña, sobre todo entre los reinos de anglos, jutos y sajones. Desde ahí se pudo desplazar hasta el reino de los francos occidentales, y participar a principios de los años 880 en el asedio de París, y como los parisienses estaban capacitados para resistir, algunos de estos vikingos decidieron invadir las tierras bretonas y el septentrión del río Sena; es obvio que aquí estaría Rollo, donde probablemente se asentaría meses antes de llegar a subscribir los pactos con el Rey Carlos III, ya citado. Lo que es necesario indicar es qué desde el punto de vista político, el pacto entre los francos del Rey “Simple” y los vikingos de Rollo fue un éxito sin parangón para la época, ya que Rollo se demostró muy eficaz para conseguir disuadir a otros vikingos de invadir la zona, y serían defensores de la política de los francos en el siglo X. ¡Obra muy destacada! «Senatorii ordinis, sed qui non dum honorem capessisset». Puedes comprar el libro en:
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