Durante muchos decenios, la soberbia evolutiva de los seres humanos consideró el antropocentrismo como el modus vivendi et operandi único de los hombres; la mayoría de los atributos y cualidades de estos hombres eran patognomónicos solo del Homo sapiens. No obstante, el hallazgo de fósiles de homínidos fue de forma paulatina transformando esta filosofía, y subsiguientemente se comenzaron a reconocer las múltiples habilidades de los diversos componentes del género Homo. El Homo habilis fue concebido por sus descubridores como el origen primigenio de la especie del Homo sapiens, y destinado a representar un cambio paradigmático en la evolución por dos razones: por su biología, con un tamaño cerebral considerable y una locomoción bípeda; y la segunda por sus hábitos singulares, consistentes en la fabricación y el uso de herramientas de piedra. Sea como sea, la especie denominada como Homo habilis ha sido y sigue siendo la que más controversias ha suscitado, y aún suscita en el estudio de la evolución humana. El científico, naturalista, botánico y zoólogo sueco Carolus Linnaeus/Carl Nilsson Linnaeus (1707-1778), que vivió en el pasado siglo XVIII, creó un sistema con el que realizó la clasificación del mundo natural; y consideró que los seres humanos éramos animales. Carl von Linne, tras ser ennoblecido, describió una clase a la que llamó Anthropomorpha, la cual subdividió en tres géneros, a saber: Homo-humano, Simia-monos y Bradypus-perezoso. Aunque más adelante ya definió el término de Homo sapiens para referirse a los hombres actuales. Una de las cuestiones más interesantes es lo relativo a sus patologías: «En 1992, el antropólogo James Wood y su equipo acuñaron el término ‘paradoja osteológica’. En su estudio reflexionaban sobre la contradicción que suponía clasificar a los individuos con lesiones como patológicos y a aquellos sin rastro de enfermedades como sanos. Es importante considerar las huellas dejadas por las patologías como un signo de lucha y, en muchos casos, de victoria. En el momento en que un hueso u órgano recibe un ataque se inicia el proceso de reparación. Este proceso puede ser relativamente corto, como una fractura ósea, o acompañarnos toda la vida, como las enfermedades crónicas. Es ahí donde radica la paradoja: los individuos que vivieron lo suficiente para desarrollar una respuesta inmune deben ser considerados más sanos que aquellos individuos en los que su cuerpo no tuvo tiempo a reaccionar y murieron a causa de la enfermedad. A diferencia de los investigadores que trabajan sobre organismos modernos, en el campo de la evolución humana la evidencia es parcial y en pocas ocasiones podemos construir el perfil de vida y mortalidad de un individuo o de un grupo. Y es mucha la belleza que cada una de esas historias esconde. La enfermedad nos habla de lucha, individual y de grupo, y en la mayoría de ocasiones sirve para detallar aspectos sobre la adaptación a nivel funcional y ecológico de una especie, así como su comportamiento. Es destacable el caso de ‘Benjamina’, un individuo infantil recuperado del yacimiento de la Sima de los Huesos, en Atapuerca, que sufrió una craneosinostosis (cierre temprano de las suturas craneales), lo que le provocó retraso psicomotor, y pese a ello vivió hasta los diez años». Las patologías estudiadas y encontradas en los individuos de Homo habilis están muy localizadas, por lo que, por lo tanto, estos datos no permiten realizar un acercamiento, fehaciente o riguroso al 100%, sobre cuáles fueron las causas de la muerte de estos nuestros antecesores, pero si permite que podamos conocer cuáles eran sus comportamientos sociológicos. Verbigracia los restos de un pie, y los fragmentos de una tibia y de un peroné, que fueron hallados por el equipo de los paleontólogos Leakey en la región de Olduvai, presentan como causas de su muerte, lesiones que corresponden a un traumatismo muy importante; lo que se explica por la existencia de un crecimiento óseo en la base de los metatarsianos, y este hecho patológico invade los tejidos blandos adyacentes. Curiosamente es muy interesante y destacable en grado sumo, que también se produce un crecimiento óseo en el tejido fibroso articular existente entre tibia y peroné. Según lo antedicho, el paleontólogo Randall Susman manifiesta que la patología existente en estos dos individuos demuestra, de forma palpable, que estos dos sujetos eran ya plenamente bípedos, y no arborícolas y bípedos en raras ocasiones. “También los dientes tienen mucho que decirnos sobre patologías. El científico M. Bombin lideró un estudio sobre la presencia de manchas por falta de esmalte -hipoplasias en los dientes caninos de los homínidos del Plioceno-Pleistoceno-. El investigador identificó defectos en forma de líneas en cuatro de los cinco individuos de Homo habilis que analizó. En todos ellos, los defectos ocurrieron cuando la formación de la corona dental estaba a la mitad y, en muchos de los casos, en los dos tercios. De acuerdo con las estimaciones de los tiempos de formación de estas coronas en Homo habilis, Bombin concluyó que las hipoplasias, que se producen por falta de mineralización, coincidirían con el momento del destete y, por lo tanto, responderían a un momento de estrés nutricional. Además, la severidad o profundidad de las líneas fue interpretada como un cese abrupto de la alimentación previa, probablemente debido a un nuevo alumbramiento de la madre. El investigador destacó en su trabajo la supervivencia de las crías pese al agudo estrés sufrido en un momento crucial del desarrollo”. Estos Homo habilis está demostrado, sin el menor género de dudas, que podían caminar erguidos con facilidad, estaban capacitados para tallar herramientas de piedra utilizando una sencilla tecnología propia, todo ello para poder obtener el máximo provecho de las presas que capturaban, aunque también se dedicaban al carroñeo, ya que su tamaño era demasiado pequeño como para poder arriesgarse a la caza de grandes animales. Se limpiaban los dientes, paras evitar las dolorosas caries, con palillos preparados ad hoc. No tenían un cerebro mucho mayor que el de los australopitécidos, pero ya era lo suficientemente complejo como para poder aprender y llevar a efecto un proceso de fabricación de materiales, y adaptar su modus operandi a un entorno hostil y lleno de peligros para su propia existencia. En el capítulo cuatro se nos ofrece, de forma muy pormenorizada, un estudio sobre los fósiles encontrados del Homo habilis. Entre las páginas 137 y 139 nos ofrece una pequeña bibliografía, que debería ser más amplia y, por supuesto, no me gusta el título de ‘Para saber más’, ya que la divulgación no está reñida con el rigor y la amplitud bibliográfica; esa es mi opinión más que razonada. También, y esto es más que necesario, presenta entre las páginas 129 y 135 un glosario de términos, que siempre es de agradecer, y más en la Prehistoria. «Eleanore regina anglorum, salus et vita. ET. Regis regum rectissimi, prope est dies domini». Puedes comprar el libro en:
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