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AL ENCUENTRO DEL TIEMPO VIVIDO

Sobre Un hombre que se parecía a Al Pacino. Cuentos del primer café, de Justo Sotelo
miércoles 05 de junio de 2024, 17:16h
Un hombre que se parecía a Al Pacino
Un hombre que se parecía a Al Pacino

I

Justo Sotelo es un autor de amplia y reconocida obra literaria: novelista, narrador, ensayista. Es también profesor universitario, catedrático de economía y doctor en literatura comparada. Pocos como él abarcan tan distintos saberes y ambiciones culturales.

Además de textos de carácter económico destacan sus ensayos literarios sobre la narrativa de Manuel Rico y Haruki Murakami, el afamado autor japonés, muchas de cuyas obras han sido traducidas al español. En 2013 publicó su tesis doctoral sobre su obra, que tuvo una amplia repercusión cuando Murakami recibió el premio Princesa de Asturias 2023.

Sobresale Sotelo por sus novelas y libros de cuentos. Con Vivir es ver pasar fue finalista de los premios Sésamo y Ateneo de Sevilla. No hace falta citar más títulos pues todos están en internet a la ínfima distancia de un golpe de tecla. Y allí se encontrarán también las muchas y positivas valoraciones críticas que reciben sus obras. En 2021 publicó Poeta en Madrid, un libro en que, dando un gran giro a su propia narrativa, se imbrican y traban distintos géneros literarios en una fecunda fusión con la que realizar un viaje al centro de la creación literaria y del propio hecho creativo.

En paralelo a su intensa búsqueda literaria, Sotelo dedica desde hace muchos años un gran esfuerzo y entusiasmo a la promoción y fomento de la Cultura (así, con mayúscula) por medio de su ya famosa tertulia literaria. Inaugurada al principio en la universidad, se ha venido celebrando durante estos años en distintos locales de Madrid; en la actualidad en Casa Manolo, calle Princesa 83. Con la cordialidad de una tertulia de amigos, con la sencillez de un encuentro espontáneo entre afines, Justo Sotelo reúne cada semana en su Tertulia (también así, con mayúscula) a un buen número de gustadores de la literatura, especialistas y autores y creadores en distintos ámbitos artísticos. La preside el saber, la libertad y el respeto. O sea, Sócrates.

Decía que en su forma literaria Poeta en Madrid es fusión, combinación, simbiosis. Al autor ya no le basta una forma, un estilo o un género, necesita seguir varias vías de aproximación a la realidad para llegar al lugar que busca. Por un solo camino se perdería; por varios a la vez y casi opuestos su pluma vuela más ligera y más alto para ver más lejos, quizá otros mundos. Es lo que sucede con el libro que motivan estas líneas: Un hombre que se parecía a Al Pacino, un libro verdaderamente singular.

Muy distinto a Poeta en Madrid, tiene con él sin embargo la ambición de romper con los moldes habituales en la narrativa, para dejar que el propio texto vaya explorando desde sí mismo, y casi por sí mismo, lo que pudiera ir apareciendo por delante. No tanto quizá como una innovación pretendida sino como una exigida necesidad en la estructuración y organización de los textos, más o menos explícita por parte de su creador. Aquí el libro habla; habla incluso cuando calla el autor, y seguramente más si calla. La palabra siempre va por delante de quien la escribe. Los lectores podemos quedarnos en ella sin más o ver el horizonte que abre ante nosotros.

II

Hay otro Justo Sotelo que todavía no he mencionado: el muy activo en las redes sociales, que escribe frecuentemente breves textos de muy distinta condición. Hay relatos, ensayos, poemas en prosa, confesiones, confidencias, intimismo, extroversión. También hay un prudente y hasta elegante silencio sobre algunas cosas de las que no quiere hablar, particularmente la política. Un silencio para la concordia. El autor se nos muestra en las redes con atrevimiento, con gran soltura narrativa, diría que con delectación en mostrarnos su mundo, sus amigos, sus alumnos, sus viajes, sus compositores, sus lecturas...

Nos habla, por ejemplo, de su primer café de la mañana, tantas veces mencionado, incluso en el título, y que para sus seguidores se ha convertido en algo así como una señal de identidad. No es fácil conseguir que algo tan común se convierta en mundo propio, y que por ser tan suyo se nos mete dentro y es ya nuestro, estamos con él tomando nuestro propio café. Nos invita. Los grandes de la comunicación hacen esto mismo cuando comienzan sus programas con el mismo lema cada día, que es marca de la casa. «Yo no me repito, insisto», decía Ramón Gaya cuando alguien le achacaba que siempre pintaba lo mismo: el agua, una acequia, una flor en el vaso.

Un hombre que se parecía a Al Pacino es una amplísima recopilación de esos breves textos que a lo largo de varios años iba publicando en las redes sociales. Naturalmente, para su inclusión en el libro fueron corregidos y reordenados. La estructura más visible es la de las estaciones del año en que se escribieron. Cada una de ellas tiene sus propios matices en la percepción de la realidad.

La realidad a la que Justo Sotelo se entrega es amplísima en su enorme diversidad de motivos y temas: la universidad, el cine, sus autores más queridos y citados, los amigos, los encuentros, el arte, la música, los libros, los paseos sin rumbo, siempre tan prometedores de un mundo interior, los viajes, las ciudades, la noche, el día, la mañana, los atardeceres, su amado Kant, siempre citado en sus textos aparentemente más humildes, pero luminosamente evocadores de su filosofía.

Tantos son los temas que aborda que es imposible mencionarlos todos. Lo llamativo es la forma de abordarlos: con delicadeza, levemente tratados, sin regodearse en sus conocimientos, también sin ocultarlos. Como a todos, le gusta que le quieran pero no nos lo exige. Sabe que sabe, y nos lo dice con elegancia, con la sutil pulcritud de no alardear demasiado de sus muchos logros académicos y literarios, contándolo todo con una sencilla naturalidad que pronto nos conquista.

Ayuda a ello el empleo frecuente de expresiones afables, coloquiales, como quitando importancia a la ocasión concreta que está viviendo y que va a contarnos. Quizá por esto el autor puso a su libro el título que tiene, que sin duda suscita en nosotros una sonrisa de complicidad. «Me aburre», «me apetece», «me divierte» son, entre otras muchas, muletillas, se diría que juveniles, a las que recurre para decirnos sus intereses o inquietudes del momento. Lo que nos dirá será una prudente estima de algo o de alguien, una elevada ocurrencia puntual, un sentimiento noble. Sí, siempre por delante la nobleza.

No faltan en el libro referencias al dolor, la guerra, la pobreza, el sufrimiento, el trágico virus. Pero lo negativo del mundo está aquí tratado con extremada prudencia y contención, con exquisito respeto por quien lo pasa mal. También esto es marca de la casa Sotelo: que el mal existe no puede ocultarse pero no se dejará poseer por él ni permitirá que enturbie su mirada.

Lo mismo sucede con todo lo que no está bien y que merece crítica y repulsa, particularmente en cuanto a las personas que cita. Adiós a todo eso. En tiempos de tan áspera palabrería como los nuestros, es para mí uno de sus mayores logros. «No juzguéis y no seréis juzgados». Juicio en el sentido de condena. Sotelo nunca condena, no reprocha, no censura. Elogia, elogia siempre.

Es algo que con la claridad de ahora no se apreciaba cuando estos textos íbamos encontrándolos en su blog o en las redes sociales. Reunidos en el libro adquieren la fuerza de lo que de verdad merece la pena: vida en positivo, feliz si es posible. La llamada a la felicidad la reitera casi tantas veces como su café de la mañana. De nuevo un distintivo de su identidad, su otra marca personal.

III

Un hombre que se parecía a Al Pacino ha recibido numerosas reseñas y comentarios que abordan el libro desde distintos puntos de vista. Voy a referirme a un aspecto que la obra adquiere en cuanto conjunto de textos dispersos, reunidos como libro en una totalidad. Siendo el todo más que la suma de las partes, el libro puede recibir una interpretación no prevista en los fragmentos pero que tiene en ellos su raíz y principio. Como toda hermenéutica, asumo el riesgo de un exceso de interpretación. Me refiero a lo siguiente.

Cuando el autor los fue difundiendo por las redes sociales y en su blog estos textos tenían carácter de presente, contaban hechos y vivencias de un concreto ahora. Aunque también en aquel ahora de entonces recordaba a veces el pasado, son en general textos que narran un presente cercano, frecuentemente inmediato. Este matiz se pierde al reunir todas las piezas pero se gana un matiz nuevo que enriquece al libro. Cuando se escribieron iban siendo algo así como un incesante fluir de conciencia. En el libro son fluencia detenida. Pero hay algo más.

El tiempo que la obra como conjunto rememora no es aquel presente puntual, histórico y cercano sino un presente continuo ahistórico y atemporal. Un tiempo atemporal es un tiempo fundacional y mítico. Su remembranza es actualización. Traerlo al presente es volver a vivirlo, y vivir en el mito y de él es traspasar la frontera del tiempo para adentrarnos en el no tiempo de los orígenes, cuando la vida empieza y todo es nuevo y se inaugura el sentido.

Parecen elucubraciones sutiles y extrañas, y sin embargo es algo muy común. Todos los pueblos y culturas tienen sus mitos fundacionales, y hasta las familias y cada individuo los tienen. Arcaicas narraciones, recuerdos compartidos, lejanas vivencias personales, incluso esos sueños que nos llevan allí donde estuvimos y de los que volvemos sorprendidos, pues no sabemos bien qué nos pasó, de vívidos que los sueños fueron.

Por eso los mitos siempre son verdad. Nos dan la verdad de nuestro origen, nos sitúan en el fundamento de lo que somos desde lo que fuimos. Ayer es hoy, un intemporal presente que el tiempo del reloj parece forzarnos a olvidar. El mito se encarga de recordarnos que abrir paréntesis vacíos de tiempo cronológico es un deber sagrado, si es que queremos ser y reconocernos en lo que somos por venir de lo que fuimos.

Pues bien, estoy convencido de que el libro, en cuanto totalidad de piezas inicialmente separadas engarzadas posteriormente en gran retablo, tiene este carácter mítico de actualización de un ayer que se hace hoy para serlo siempre. Estos Cuentos del primer café (me gusta mucho el subtítulo) adquieren en el libro una condición de canto épico. Épica y mito son palabras tan erosionadas que ya apenas se entienden ni nos dicen nada. Y sin embargo ellas nos llevan dentro, somos suyos. Épica del yo y mitología del sujeto son fundantes de la persona.

El yo es la actualidad de la realidad personal en el mundo. Narrarlo es revivirlo. El mito revive el tiempo que fuimos para hacerlo ser de nuevo y sin fin. Sotelo lo sabe intuitivamente, de ahí su afán constante de volverse hacia sí mismo contándonos sus gestas. No serán grandes hechos sino una épica de lo común y cotidiano. La nuestra, la de todos. Por eso nos reconocemos en las pequeñas cosas que nos dice y nos identificamos con él. Creo que es el mayor logro del libro.

Mito y realidad son lo mismo, pues la realidad personal (y social, por supuesto) se construye desde aquel. Dice el autor muchas veces: «Ayer por la tarde…», «ayer me pasé…», «anoche vi…», «ayer seleccioné…», «al despertar esta mañana…», etc., etc. ¿A qué tiempo se refiere? A ninguno y a todo el tiempo. Su tiempo. Que el lector haga suyo el tiempo del autor es lo más parecido a una común unión de tiempos separados, unión a la que el mito invita.

Recordando una conversación dice, por ejemplo, en la página 117: «Debemos escribir desde el tiempo que nos ha tocado vivir, desde esta época…». Pero ese tiempo y época pasarán. Lo que no pasa es el fundamento que aportaron a la personalidad del autor, que en estas páginas se vuelve transparente pues el mito es luminoso.

Con Proust al fondo, en el libro de Justo Sotelo no se percibe el tiempo como algo perdido que debemos buscar sino como lo que le sale al encuentro por haberlo vivido y contado ya en su día, reviviéndolo ahora. Es lo que sugiere el título de estas líneas.

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