La destreza para manejar con alta efectividad tanto el discurso breve y preciso de la narrativa corta como el extenso que es característico de la novela, es una cualidad que no se da abundante en el campo de las letras en nuestra lengua y de modo parecido en otras.
Inclusive cuando el experimento, signado por el afán de lucro, tiene detrás el apoyo logístico y el enorme aparato de marketing de los grandes grupos editoriales, las falencias del autor o la autora a la hora de pergeñar forzadamente el caudal tipográfico requerido se evidencian ante el ojo atento del lector cultivado, quien detecta fácilmente las falencias de una diégesis estirada hasta el grotesco, los enormes ripios del mamotreto, cuánto de relleno inútil contiene, qué cantidad de noche y no de luz escritural alberga. A buen entendedor, pocas palabras y eso a pesar del buscado éxito de ventas del que pueda alardear el engendro.
En el otro extremo hallamos esta flamante entrega de la autora argentina Fabiana Galcerán, su novela La casa de los susurros (1), que demuestra una vez más su indiscutible capacidad para el desarrollo narrativo más ajustado y preciso, a través de 260 páginas plenas de imaginación, bien sujeta a la verosimilitud que es el sine qua non de la buena prosa. Ya había deslumbrado a sus lectores con la colección de cuentos La versatilidad de las cosas, en 2022, y cabe trazar similitudes muy positivas entre ambos títulos, pese a la diferencia entre géneros. Como en sus cuentos, Galcerán exhibe un empleo bien templado de los recursos narrativos, con una estudiada economía de estos, de manera que no hay concesiones al brillo efímero de tal o cual frase o circunstancia por el mero lucimiento del estilo. Todo en La casa de los susurros responde cabalmente el eje central de lo narrado, se ciñe a este párrafo tras párrafo para dar por resultado una edificación sin fisuras, firmemente arraigada desde los cimientos hasta el techo: una genuina estructura antisísmica es lo logrado por la autora porteña en su segunda entrega a los lectores.
Otro rasgo muy destacable de lo obtenido por Galcerán en este cambio de género es que sumó al desafío de pasar de la narración breve a la extensa la elección para hacerlo del subgénero quizá más peligroso de todos, literariamente hablando. Básicamente La casa de los susurros es una novela romántica, posibilidad escritural que suele ser la flor y nata del mainstream, donde abunda hasta el hartazgo la receta convencional de situaciones, conflictos y frases hechas y repetidas hasta el agobio, como bien dan cuenta de ello las carradas de títulos que, año tras año, repletan de paraliteratura tanto las mesas de novedades de las librerías como las bateas de los supermercados, vecinas a las latas de conserva y las ofertas de electrodomésticos.
Autora de coraje, la Galcerán, como bien se ve. Impone la presencia de genuina literatura allí donde merodea asiduamente el lugar común, la cursilería, los personajes de psiquis plana y la obviedad más empalagosa, salvo por contadas excepciones que la cuentan en sus filas.
Francesca, su protagonista, hereda una suntuosa propiedad en Italia que la arranca definitivamente de su monótona existencia porteña, pero que a la vez la sumerge en un océano de situaciones muy bien logradas, donde el amor, la intriga, el peligro siempre latente y un suspenso mantenido a lo largo de toda la diégesis novelística tienen la primera palabra y también la última, signado todo el conjunto por la recreación de la compleja historia familiar.
Galcerán no pierde el hilo de lo narrado en ningún momento y es cosa a destacar su maestría para la puesta en escena del mundo propio de la llamada Gran Guerra (1914-1918), logrando con creces el clima de época de un modo más que convincente. Esto genera el trasporte casi inmediato del lector a situaciones e interacciones con personajes primarios, secundarios y terciarios tan vívidos, que ya deja de ser el espectador exterior a lo que sucede, para convertirse en un coprotagonista más de La casa de los susurros, con una llamativa percepción visual, casi táctil, de cuanto acontece en ella. Raro logro, que no deja de recordarnos las mejores páginas de la fundadora del subgénero, Jane Austen (1775-1817), particularmente en su célebre Pride and Prejudice (2). Un llamado a perder el prejuicio y deponer el orgullo del lector cultivado acerca de la “novela ·romántica”, tal es el caso de La casa de los susurros, de la argentina Fabiana Galcerán.
Otro acierto de Ediciones Diotima, que inaugura así una nueva colección, Edenbrooke, dentro de su ya bien afiatado catálogo.
La autora
Fabiana Galcerán nació en Buenos Aires. Publicó en 2022 el libro de cuentos La versatilidad de las cosas (Ediciones Diotima, ISBN: 978-987-48832-3-0, Buenos Aires, 150 pp.). Estudió idiomas y cursó Historia en el Metropolitan Museum of Art de New York. Es narradora y fotógrafa. Profesora de piano y solfeo egresada del Conservatorio Williams. Cursó la carrera de Escritura Narrativa en Casa de Letras. Concurrió a numerosos cursos y talleres literarios, entre ellos los de José María Brindisi, Ariel Bermanl, Pablo de Santis, Fernanda García Lao, Mónica Sifrim, Santiago Llach, Hugo Correa Luna, Mariano Ducrós, Marcelo Guerreri y Pedro Mairal. Intervino, además, en antologías de cuentos dentro de Argentina y en el exterior. Tiene dos hijos. Actualmente vive en Buenos Aires.
NOTAS
(1) Ediciones Diotima, ISBN 978-631-90320-0-0, 260 pp., Buenos Aires, 2023. https://www.diotima.ar/
(2 ) Austen, Jane. Pride and Prejuice, traducido habitualmente como Orgullo y prejuicio, Ed. T. Egerton, Whitehall, Londres, 1813.
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