- ¿A ti te gustan los güevos, Puri?
- Te refieres a los que hay que poner encima de la mesa para mantener la dignidad o a aquellos de madera con los que zurcían las medias las mozas de mi pueblo?
- Tía, no derives. Güevos hay de muchos colores y tamaños, aunque cada vez escaseen más en este mundo imperfecto. Me dijo la Pilu que el Sebas tenía un amigo que tenía un conocido que tenía una granja en Alabama.
- Menudo fantasma es el Sebas, Vani. Seguro que el conocido de su amigo también explotaba yacimientos de carbón, petróleo, y gas natural, por no hablar del hierro para los tornillos que le faltan a la criatura.
- No te embales, Puri, que la tercera parte de la tierra de Alabama se dedica a actividades agrícolas y ganaderas mayormente. Antes lo habitaban las tribus cherokee, creek, chickasaw y choctaw Alibamu, que así la llamaban estos últimos (I open the thicket: «yo elimino la maleza»), y tiene múltiples bosques donde crecen felices y fuertes los robles, los pinos, preciosos magnolios, altos cipreses y los nogales de las famosas y ricas nueces. Y los cacahuetes. Los bosques ocupan el 65% del estado, ahí lo dejo.
- Con un río tan grande como el Alabama, que lo atraviesa hasta desembocar en el Mobile, no me extraña que la naturaleza se expanda a sus anchas y las granjas proliferen por doquier con ganado vacuno y aves de corral, léase pollitos pío pío y gallinas orondas y gordas. Aunque me siguen gustando más las imágenes de los pueblos castellanos, que guardo en algún lugar recóndito de mi memoria, donde pacen felices y a veces revueltas, rústicas Avileñas Negras Ibéricas, Frisonas, Moruchas, Limusinas, Pardas, Retintas y hasta Salers junto a imponentes toros Charoleses que cruzaron el canal.
- Mucho cuerno hay por tu tierra, sin contar los de las cabras y carneros que todavía la pastorean. Pero yo andaba por Alabama con las granjas de gallinas y los que se creen gallos de corral porque aún lucen cresta en la testa. Anonadada me hallo con el relato que el Sebas cuenta que no es un cuento: había un granjero muy pobre que trabajaba de sol a sol, sin descanso, y apenas podía mantener a su familia, pues no tenía ni una vaca y menos podía comprarse un tractor para cultivar unas tierras. Tantos eran sus lamentos desde que se levantaba hasta el ocaso, que llegaron a oídos de un ser mágico y caritativo que habitaba en los bosques. Con su buen corazón, intentó paliar la desgracia del granjero. Pensando y cavilando, decidió regalarle una hermosa gallina, sin caer en la cuenta de que la avaricia humana no tiene límites hasta que le lleva a la infelicidad; porque esta gallina también tenía “poderes”.
El hombre aceptó feliz la dádiva y raudo reservó el mejor sitio del corral a la rolliza ave, dedicándole cuidados, mimos y caricias sin pudor en detrimento de las pitas fieles que habían acompañado a la familia esforzándose en poner güevos de dos yemas. La sorpresa del granjero y de su parienta fue mayúscula cuando una mañana contemplaron atónitos que la susodicha galliforme había puesto un huevo de oro…
- No jodas Vani, que te has ido de cuento y andas con la fábula atribuida a Esopo en la que la protagonista no era una gallina, sino una oca culona.
- El fenómeno se repitió a diario y las penas del granjero y su mujer dejaron de ser tales porque su fortuna se hacía cada vez más grande a medida que la gallina ponía más y más güevos a diario. Atrás quedaron los lamentos y la tristeza, y se fue olvidando de su oficio de granjero, de las otras gallinas y del buen corazón que un día albergó su pecho. ¡Era un hombre rico! A la vez que frío y calculador. Sus sentimientos se tornaron oscuros dejando paso a la codicia y al deseo de tener más y más.
Hasta que un día decidió jugárselo a todo o nada. Si la gallina ponía güevos de oro es porque dentro ocultaba un tesoro aún mayor. Cogió un enorme cuchillo y sin encomendarse a nadie la abrió en canal para descubrir, con horror, que dentro del ave no había nada distinto a lo que tenían las que descuartizaba para hacer un buen caldo y una pepitoria cuando era pobre.
- Y ahora me cuentas la moraleja, tía, que la codicia nos puede llevar a perder lo poco que tenemos y que es mejor conservar esa minucia que arriesgarse a perderlo todo en busca de más. También el francés Jean de La Fontaine y el español Félix María de Samaniego escribieron versiones del cuento del Sebas y el granjero de Alabama. Todo se resume así:
La codicia es mala consejera,
y hace tu fortuna pasajera.
- Pues yo creo que es lícito querer más. Lo malo es cuando no mides las consecuencias de tus decisiones y te obstinas en obtenerlo a cualquier precio sin prever que puedes perder lo que tenías.
- En efecto, pequeño saltamontes. Y te voy a contar otra versión del cuento: erase una vez que se era un granjero que se creía pobre y necesitado. Se lamentaba de su mala suerte y no sabía dónde buscar solución a sus males. Hasta que un día se topó con el hada madrina en forma de faisán que le regaló una pava. La llevó a su jardín y la cuidó con esmero. Una mañana descubrió que la susodicha había puesto un güevo brillante ovalado, ¡de oro! No daba crédito a lo que veía y lo observó con arrobo. El fenómeno fue repitiéndose cada mes y su suerte empezó a cambiar…
- ¡Qué historia, colega!
- ¡Y que lo digas, Vani! Hasta que un día se dio cuenta de que a medida que crecía el culo de la pava, el güevo iba cambiando de forma… ¡Ponía güevos cuadrados!
- ¡No jodas tía! ¡Alucino! ¿Y qué pasó?
- Que el acontecimiento le empezó a acojonar por lo inusual y no sabía cómo deshacerse de tal maravilla. Algo no encajaba.
- ¿Y cómo acaba el cuento?
- Que lo más probable es que ya veremos, tía. ¡Ahí lo dejo!