“Dudo, luego existo”, es el equivalente a “pienso, luego existo”; porque pensar es dudar y quien no duda no piensa y quien no piensa no existe como ser pensante, característica propia de los seres humanos, porque ya da por sentada la verdad anacrónica del momento y elude la verdad venidera en el futuro. Cada día evolucionamos, cambiamos en función de lo aprendido, y mañana, desde la nueva dimensión del conocimiento debemos volver a pensar sobre lo ya pensado y valorar la cuestión según el nuevo momento… y así vamos creciendo. Hay “verdades” científicas que trascienden en el tiempo, pero otras, de tipo subjetivo, experimentadas en la propia existencia, son movibles.
No me gustan las fes y los dogmas anclados a lo divino, al credo y las religiones, pues no aguantan con solvencia la crítica del pensar. ¿Por qué he de creer algo que otros no creen sin cuestionarme donde puede estar la verdad, o si esa verdad es posible para el conocimiento humano? Ninguna fe o credo es creíble para mí cuando veo que existen tantas, cuando veo que son manifestaciones que fraguaron una cultura social excluyente, cuando sirvieron para sembrar guerra y confrontación en lugar de acercamiento, para dominar y establecer estructuras sociales de poder.
¿Qué dios es el verdadero? ¿Tal vez el que cada cual crea? ¿O el único dios es el que conforma un todo panteico, o una energía cósmica que nos coloniza para desarrollarse en nuestro interior mientras crecemos, para luego volver al cosmos infinito que se nutre de ella? No lo sé, pero sí sé que cada cual está en su propio camino, que en función de donde se encuentra así será su pensamiento, dependiendo de lo que sabe, de lo que entiende, de cómo computa los estímulos que percibe, siempre sujeto por los limitados mensajes de sus sentidos, sus emociones, prejuicios y condicionantes diversos.
El científico duda, hipotetiza y concluye según los resultados de su investigación que se mueve condicionada por el método y los instrumentos que usa para tal fin. Las leyes y principios matemáticos y físicos que conforman el universo es la génesis de una verdad hipotética que se concluye en base a esa premisa, pero también sabe y entiende que existen variables, conocidas o no, que pueden condicionar las conclusiones, y que coexisten verdades ocultas que escapan a nuestro conocimiento actual... por eso se investiga. Siempre recordaré, cuando yo estudiaba los antiguos cursos de doctorado, la explicación de un profesor que decía que la investigación es como un panal de abejas con celdas o dependencias donde habita el conocimiento, cada puerta que abres de un hexágono te lleva a otro lugar del conocimiento donde existen otras cinco puertas que dan a otras tantas estancias desconocidas.
El ser humano ha necesitado creer en algo para resolver la duda existencial y así evitar que esta le atormente el pensamiento, cuando ese ejercicio es mentalmente lesivo y rechazado por la impotencia de gestionar el proceso de pensar y alcanzar conclusiones, aunque fueran la necesidad de vivir con la propia duda dada nuestra nimiedad y limitación. En esos casos es más fácil creer que pensar, es más fácil integrarse en un colectivo ideológico que ser crítico disidente. La duda crea disonancia cognitiva y, por ende, inseguridad y conflicto interno cuando esa duda no es el estímulo que te lleve a la búsqueda de la verdad, aunque sea utópica.
No obstante, la base de la implantación de poder radica en conseguir ciudadanos que asuman el pensamiento colectivo impartido desde ese mismo poder, que acepte que su misión es la sumisión o aceptación de la norma impuesta en esa sociedad. Si enseñamos a pensar libremente acabaremos siendo cuestionados por aquellos a los que enseñamos y perderemos el poder y la influencia de nuestro propio pensamiento o credo, cayendo en la simetría que no reconoce nuestra superioridad. En ese caso juegan a mantener la asimetría (yo pienso más y mejor que tú, sé más que tú y, por eso, tú me has de dar la razón y creer en lo que te digo), que conlleva el poder del conocimiento para colonizar las mentes de los demás mediante el uso de nuestro razonamiento en un campo mental de barbecho ajeno.
Pero, por suerte, también existieron aquellos que practicaron el sano “deporte” del pensar para afrontar los retos existenciales y desarrollar la necesidad del conocimiento. Por desgracia no es un hábito educativo implantado, no solemos enseñar a nuestros hijos a pensar, ni tampoco lo hacen en las escuelas mediante los programas establecidos. Nos enseñan a ser, a ser lo que ellos quieren, los integrados, los sumisos, a comportarnos con arreglo a las normas, y quien no lo hace se desacredita.
Mas la sociedad siempre evolucionó por aquellos genios que pensaron, por quienes cuestionaron las cosas, investigaron y crearon, desde el conocimiento y la fantasía, procurando acercarse a la verdad contrastable y no a la verdad impuesta desde la fe y la aceptación de la hipótesis sin confirmar. Gracias a aquellos locos que rompieron el muro del manicomio que mantenía las mentes encorsetadas, encontrando el campo de cultivo del librepensador.
Por tanto yo soy dudante. Lo soy porque me gusta conocer y entender lo que veo, contrastarlo y pensar que nada se puede creer o negar si no se tiene la convicción absoluta de ello. Ser dudante es ser agnóstico del credo, aplicado a la religión. Un dudante no es creyente en un dios, ni es ateo, porque esa duda no está resuelta. Un dudante puede ser ignóstico, entendiendo el ignosticismo como la duda sostenida hasta que quien te plantea la cuestión no lo haga con la precisión adecuada para decidirte. Un ignóstico, ante la pregunta de si cree en dios, repreguntará a su vez: ¿Qué es para ti ese dios? Y luego verá si comparte o no ese pensar. Un ignóstico no cree en las religiones como forma de trascendencia, sino como una realidad social inmersa en la cultura del entorno que condiciona las estructuras del pensamiento y el desarrollo de esa sociedad. Duda, en todo caso, si esa estructura o cultura social es la adecuada para el buen desarrollo de la gente y su evolución. Busca sistemáticamente un modelo mejor que eleve el desarrollo personal, intelectual y material de los seres humanos en su conjunto.
Yo, sinceramente, me siento bien siendo dudante, aunque, a veces, me pregunte para qué narices hemos venido a este jodido mundo y luego me responda: Para pensar y desarrollar la inteligencia, para comprender el mundo y mejorarlo, para ser y elevar la perfección de la especie... ¿Será para eso…? No sé, sigo dudando, pero mientras tanto seguiré pensando.
*Antonio Porras Cabrera
Natural de Cuevas de San Marcos (Málaga), es profesor jubilado de la Universidad de Málaga; Psicólogo, Enfermero especialista en Salud Mental y gestión hospitalaria. Profesionalmente se ha dedicado a la asistencia y gestión sanitaria y a la docencia universitaria.
En su faceta de escritor y poeta, tiene publicados 11 libros de diversa temática: poesía, ensayos, novela, relatos, etc. colabora en varias revistas literarias y es articulista de prensa. Es miembro de la ACE-A, Ateneo de Málaga, presidente de ASPROJUMA (Asociación de Profesores Jubilados de UMA) e integrante de diversos grupos, en el campo digital, relacionados con la actividad literaria a nivel nacional e internacional.
Artículo enviado por José Antonio Sierra