Una idea editorial que tenía prevista la conjunción de la obra Cien años de soledad del genial escritor colombiano Gabriel García Márquez con la brillantez gráfica del pintor, humorista gráfico, ilustrador y dibujante asturiano Alfredo González. Finalmente, la celebración de la amistad, la admiración y respeto de una obra gráfica única, el concepto editorial de cuerpo y alma a lo paradójico, al permanente movimiento y cambio, a proyectos “dulces y brutales”, desembocan en un oxímoron perfecto que da nombre a la colección, Qué dulce brutalidad. Desde luego, hay que resaltar las colaboraciones literarias de Jesús Ruiz y Julio Manuel de la Rosa, escritor fundamental que formaba parte de aquella generación llamada de los “narraluces”, una generación de novelistas andaluces (Caballero Bonald, Fernando Quiñones, Alfonso Grosso, Aquilino Duque, Vaz de Soto) que irrumpieron con fuerza en el panorama literario no sólo por su calidad literaria que se caracterizaba por un especial cuidado del lenguaje que también aparecía en la vertiente poética, una prosa sensorial y con tintes críticos, sino también por recibir el reconocimiento crítico de numerosos y prestigiosos premios desde el Alfaguara hasta el Planeta pasando por el Nadal o el Sésamo. Julio Manuel de la Rosa repasa con acierto algunos comienzos memorables de novelas fundacionales. Desde luego, la sensación tan impactante y novedosa que supusieron las primeras líneas de Cien años de soledad, “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde en la que su padre lo llevó a conocer el hielo”. Serán pues objeto de admiración Cien años de soledad, pero también El coronel no tiene quien le escriba, sin olvidar la fuerza narrativa de Herman Melville con Moby Dick y su “Llamadme Ismael”, traducción tan directa que las controversias en torno a su traducción más o menos fiel casi desinteresan. Luis Martín Santos con una novela indiscutible como Tiempo de silencio. Estableciendo no solo una cronología crítica del éxito que supuso la obra del Premio Nobel, sino consideraciones esenciales como las de Ricardo Gullón que resaltó el arte de contar de García Márquez, porque su novela es igual a la historia humana, explicando “esa identidad a través del análisis de los mitos bíblicos...se abre con un Génesis y se cierra con un Apocalipsis”. Julio Manuel de la Rosa subraya las influencias de Faulkner e incluso establece coincidencias entre los espacios de Yoknapatawpha y Macondo para considerar Cien años de soledad como “novela fundacional abierta” y ¡Absalón, Absalón!, como “novela fundacional hermética”. Las aportaciones de Vargas Llosa sobre el escritor colombiano comparable a Cervantes, Flaubert o Joyce son igualmente recogidas. En todo caso, la exposición y catálogo con las interpretaciones ilustrativas de Alfredo González a propósito de algunos pasajes de la novela merecen cuando menos el unánime reconocimiento. Las consideraciones de Jesús Ruiz sobre el propio quehacer creativo del dibujante captan con toda belleza y nitidez la esencia del brillante trabajo de Alfredo González que desde luego se conforma como un modo de reflexión y una asombrosa empatía con el espectador. Coincidimos en que logra “dotar a la línea del dibujo de una fuerza capaz de continuar sin solución de continuidad la geometría de la arquitectura y las cosas con las irregularidades de la naturaleza”. Ciertamente, se podría percibir algunas sugerencias surrealistas que figuran con un trasfondo humanista solidario, pues con el entusiasmo del color y la imaginativa línea lúdica que en ocasiones se desprenden, percibimos las dimensiones de los pasteles y lápices proyectando los ideales narrativos de García Márquez. Alfredo González, del que ya pudimos dar cuenta de su labor en el volumen Songs by drawings, ilustrando canciones de Leonard Cohen, nos sorprende con 68 dibujos tan sugerentes como sensuales, pienso en “El baño”, “Burdel de mentiras”, “Clases de baile”, “Descubre el amor” o “Apuesta culinaria”, destacando de modo muy personal “Seguía lloviendo”, “Inundación” y “Una llovizna de flores amarillas” que son la base primordial de un relato con el que estoy librando una descomunal batalla. Si sumamos que recibe el Premio Nacional de Ilustración 2017, quizá no añadimos nada conceptualmente, pero aceptamos irremediablemente que su trayectoria tan sugerente como variada, con un infatigable trabajo a lomos va dejando ya huellas manifiestas. Puedes comprar el libro en:
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