A la primera pregunta, me dije, la respuesta es muy sencilla, ambos molestan y molestan mucho en dos campos de la realidad aparentemente distintos, pero solo aparentemente. Y como, frente a los que no molestan, prefiero a los que molestan, mi intención, aquí, finalmente, es reivindicar lo que los dos, Irene Montero y Vinicius Junior, tienen en común: la virtud de molestar mucho a muchos, algo que me atrae de las personas como ellos dos.
Y, en cuanto a lo segundo, les diré que, qué quieren que les diga, que, frente al eufemismo vergonzante, prefiero la palabra respetuosa y directa.
Irene Montero es una mujer feminista que no se calla, que no solo denuncia lo que no es justo, sino que trata de cambiarlo de modo efectivo, a pesar del coste personal que esa actitud conlleva, del estigma mediático y de las ofensas en las redes y el ostracismo político al que la han condenado sus iguales; Vinicius Junior, igual que ella, no se calla ante lo que ve y le toca sufrir, domingo tras domingo en los campos de juego y, día tras día, en los medios y en las redes, y, como ella, reacciona y se enfrenta a todos esos prejuicios e insultos, y, como ella, trata de cambiar lo que no está bien y es injusto.
Ninguno de los dos se conforma con lo dado y pagan, por ello, una dura factura sin chistar; y esa valentía, cuando la veo en alguien, me atrae irremediablemente, la observe donde la observe, ya sea a mi alrededor, en mi entorno personal, ya sea en la sociedad, en general.
Por eso me gustan las feministas molestas, los negros y las negras molestas, los gordos y las gordas molestas (sí, gordo y no persona con cierto sobrepeso, o algo por el estilo); por eso me gustan las palabras que no mienten ni esconden, aunque, a veces, renuncie a ellas por conveniencia, no voy a mentir yo, ahora, precisamente.
Por eso es por lo que me gustaba más Krahe que Sabina, o Malcolm X más que Luther King, o Trotski más que Stalin, o Nina Simone más que Diana Krall, o The Clash más que Sex Pistols; y, por eso, me gusta más Irene Monero que Yolanda Díaz o Mónica García, o los pequeños sindicatos más que Comisiones y UGT, a pesar de que sigo afiliado a Comisiones (no voy a mentir, aquí, tampoco), o Vinicius Junior más que Balboa, por poner un ejemplo; o Julián Ríos más que Antonio Skármeta o Roberto Bolaños más que Antonio Muñoz Molina (por poner algunos ejemplos panhispánicos de escritores ligados por edades y coyunturas semejantes).
Me gustan las personas que no se conforman, las que se arriesgan y tratan de cambiar lo que está mal o es injusto, arriesgando su tranquilidad o su estatus, las que salen de su área de confort, de mujer feminista (pero, eso sí, sin pasarse) que no molesta, o de negro eficiente en su disciplina, en este caso el fútbol, que hace oídos sordos a los gritos y gestos racistas y que no contesta, porque es mejor no meterse en líos y ya pasarán o se cansarán los energúmenos.
Esas personas, como Irene Montero o Vinicius Junior son las que ayudan a cambiar de modo efectivo las cosas, las otras reman a favor de la mayoría, vaya a donde vaya lo que las mayorías dictan, normalmente en una dirección diametralmente opuesta a lo justo y lo que está bien.
En fin, que me gustan las feministas molestas y los negros y las negras molestas (qué decir de Ángela Davis o de la gran Nina, sin ir más lejos), como las gordas y los gordos molestos, o los escritores y las escritoras molestas (qué me dicen de la gran Gloria Fuertes o de Doris Lessing, o Adrienne Rich), o los músicos molestos, que no se venden por dos duros o miles de duros. Por favor, Irene, Vinicius, seguid incomodando y molestando, os necesitamos.
Lo repito, no sé si estas preguntas y estas dudas que me asaltaron a propósito del tratamiento de un personaje concreto de mi novela en curso tiene que ver mucho, o poco, con la literatura, pero, en mi interior, algo me dice que sí, que tienen mucho que ver; por eso, aquí las dejo caer, como el que no quiere la cosa.
Puedes comprar su último libro en: