En ciertos mundos imaginarios, en lo etéreo, en sueños, te busco, pero no te encuentro. Mi soledad en esta ínsula, privada de tu perfume, me atormenta en la más mínima sobriedad. Los aciagos atardeceres color cobre alumbran tu rostro allá, en el alto Urano, de manera celestial, sin poder alcanzarte, sin poder tocarte.
La brisa de los mares viene con tu recuerdo, con los días dorados donde paseábamos por los jardines de aquel lujoso palacio, mirando a los dioses en el lago y su reflejo, corriendo como infantes con la mirada cómplice de tantas estatuas y tantas pinturas, siendo uno mismo por un momento, un momento que se convertía en eterno.
Todo eso me han quitado, me han despojado, y aquí, en esta lejana tierra, en exilio, planeo cada día cómo volver a ver esos olivos luceros de tu merced, donde cada noche, los trato de ver en la oscuridad de mi ser. Al fracasar en mi empresa nocturna, busco cada mañana escapar del lúgubre laberinto de este juego llamado traición, para volver contigo, con tu elegancia, con tu fuego seductor. Y con tu profunda belleza caminar juntos por esa gran ciudad de luces, donde las torres brillan, donde el arte es tu sonrisa, y la cultura visualiza el amor de dos dementes empedernidos, perdidos en el abismo. Por lo que digo, las mil guerras que lideré nunca me dieron tanto temor como no ver tus ojos hoy.
Las visiones nocturnas no me consuelan, ya que no estás en ellas. Todo este esfuerzo es para volver contigo… ya que te busco en sueños, pero no te encuentro, te busco en sueños, pero no estás en ellos.