La Historia Universal acoge a reyes, reinas, héroes, heroínas, y a personajes que, por cuna, o actos valerosos, se han hecho un hueco en esa historia oficial de cada país. Sin embargo las sociedades están llenas de personajes anónimos, olvidados por la historia. Imaginemos a esos seres sin rostro: hombres y mujeres de todos los tiempos, golpeando la aldaba de la novela, en busca de un lugar propio. Y a la acogedora novela, como anfitriona modélica, abriéndoles la puerta y ofreciéndoles asilo. Los novelistas, esos otros observadores del devenir personal y social de cada época, con el rico material que representan esos hombres, mujeres y niños, se dedicarían a elaborar con ellos, ficciones inspiradas en sus vidas y en sus contextos sociales.
La perfecta anfitriona que es la novela, convertiría pues su casa en albergue, residencia, habitáculo, de esos seres a los que ha dado acogida. Esa especie de nigromante que es el escribidor de novelas, los imagina en una historia, aderezada con ingredientes muchas veces de su propia vida que mezclada con la de ellos adquiere el vigor de la credibilidad. En las novelas conviven los usos y costumbres de cada época con las interioridades del personaje creado. Serían retratos sociales y psicológicos. “El historiador o el sociólogo tratarán de comprender cómo se construyen testimonio individual y memoria colectiva” nos dice Isabel Cerdeira[1] en su magnífico ensayo: “Novela e historias de vida”.
El personaje será pues ese ser, al que el novelista, como creador, brinda su soplo de vida. ¿Cómo es posible que algunos como don Quijote[2], Sancho Panza, Romeo o Julieta[3], Sherlock Holmes[4], o el inspector Poirot[5] sean más conocidos que sus creadores? No hay sino pasearse por pueblos de la Mancha y observar esa proliferación de esculturas de Sancho y el Quijote. Si el viajero se anima a conversar con algún paisano de esos lugares comprobará la certeza que albergan sus mentes sobre la realidad de estos personajes y muchas veces la ignorancia de Cervantes. Algo parecido ocurre con los fatídicos Romeo y Julieta, hijos literarios de Shakespeare, a los que la gente sigue visitando en Verona, olvidando al ilustre progenitor. Son pocos los que conocen a Mr. Conan Doyle, pero muchos más los que ponen cara a su hijo literario: ese inspector con lupa y levita llamado Sherlock Holmes, lo mismo ocurriría con el archiconocido inspector Poirot, hijo literario de Agatha Christie. Y así sucesivamente con personajes como Mobby Dick[6] o Robinson Crusoe[7], con más fama que sus propios progenitores: Herman Melville y Daniel Defoe. Este fenómeno se repite en muchas novelas. La criatura eclipsa al creador. En cierta ocasión le preguntaron a Faulkner ¿Quién es más relevante el autor, o el personaje? Se limitó él a responder: “lo importante es que alguien haya escrito “El Quijote”, apoyando de ese modo la relevancia de la creación sobre el creador.
Individualidades femeninas
Existen igualmente individualidades femeninas que se han corporeizado en el imaginario colectivo como auténticos personajes históricos. Anna Karenina[8], Madamme Bovary[9], Enma Ozores[10], Fortunata y Jacinta[11], se mueven por el universo literario con autonomía propia, sin que sea imprescindible sacar a colación el nombre de su creador, tal es la fuerza con que han quedado impresas en la mente y en el sentir del lector. Bien es cierto que la gran pantalla, ese invento posterior a sus vidas, ha jugado un papel vital en la visualización de sus figuras.
Enma Bovary, traída al mundo en 1856 por Gustave Flaubert sería la pionera de esta saga de féminas adulterinas. La seguiría Anna Karenina que en 1878 surgía de la mente de Leon Tolstoi, para caer en las garras de su pasión por el conde Vronski. Leopoldo Alas Clarín concebiría en 1884 a otra mujer: Ana Ozores, asediada por los prejuicios de su entorno, pero a pesar de ellos, dispuesta a sacar adelante su deseo.
Estas tres mujeres tendrían en común su pertenencia a una clase social privilegiada y un fracaso matrimonial que les catapultaba a salirse de los límites morales impuestos a las mujeres de su época. La Fortunata de Galdós, se situaría por debajo de ese marco social privilegiado en el que sí se encontraba Jacinta, la esposa de Santacruz, compartiendo varón con la anterior pero con menos éxito a la hora de colmar sus ansias de maternidad.
Todas estas mujeres de ficción tienen en común el ser fruto de una mente que aprecia su deseo femenino pero desde lo masculino. Da toda la impresión de que los creadores de estas mujeres, aunque busquen otros pretextos, les han dado condena, de una u otra forma, por su adulterio. Enma Bovary tomará veneno al no sentirse correspondida por su amante. Anna Karenina acabará auto guillotinándose, colocándose ella misma en la picota de una vía ferroviaria, cuando la congoja por el desamor de Vronski se le vuelva tan insoportable, que es como si el agua le hubiera llegado al cuello. La muerte de Ana Ozores será más metafórica, llevada a cabo por el Magistral a quien ha confesado ella su desliz amoroso con Álvaro Mesia. Fortunata. tal vez la más valiente, pierde la vida en honrosa lucha contra la siguiente amante de Juanito Santacruz. Galdós sacia de ese modo el instinto maternal de Jacinta, mujer estéril, que con el hijo de la amante de su marido, lo llena por completo. Estas heroínas transgresoras reciben su justo castigo seguramente para colmar el sentimiento moral de una sociedad a la que los autores han de complacer.
Resulta chocante que a estas damas decimonónicas les opriman corsés sociales que no sujetaron a las damas que aparecen en las novelas amorosas de María de Zayas[12], ilustre autora del siglo XVII español. Con Ana Caro Mallen[13] y Juana Inés de la Cruz[14], la Zayas forma el triunvirato de escritoras ilustres del Siglo de Oro Español. Cabe preguntarse cuál hubiera sido el desenlace en las vidas de estas féminas del siglo XIX de haber sido concebidas por aquellas autoras del XVII.
La Sibila de Madrid, como llamaron a la Zayas se expresó en su época con una libertad inaudita, tocó temas amatorios sin ninguna cortapisa moralizante. Escribió una “Novelas amorosas y ejemplares”, que fueron calificadas como “El Decamerón español” con una gran desenvoltura en el plano sexual. En una de sus tramas una mujer perseguía a un hombre que veía por el balcón; en otra, una mujer escondía en el armario a un amante negro al que devoraba sexualmente, antes de infinitos adulterios. Como cabía suponer, en el siglo XVIII fue prohibida por la Inquisición.
Pero lo importante es que en pleno siglo XVII estas autoras proponen para la mujer una visión del mundo que les haga reflexionar y tomar conciencia de su condición de mujeres valientes, capaces e inteligentes. En su segunda colección de novelas amorosas y ejemplares la Zayas insiste en que la aceptación del papel tradicional por parte de las mujeres, no les lleva a la felicidad como pretenden los moralistas de la época. Decía ella cosas como ésta: “por tenernos sujetas desde que nacimos van enflaqueciendo nuestras fuerzas con temores a la honra, y el entendimiento con el recato de la vergüenza, dándonos por espadas ruecas, y por libros, almohadillas”.
Seguramente Tolstoi, Flaubert, Clarín, Galdós, destacados autores decimonónicos, con méritos literarios indudables, ignoraron a esas brillantes escritoras del siglo XVII que les antecedieron. El propio Clarín ridiculizó la inclinación de su Ana Ozores hacia la actividad literaria y también se preocupó de poner todos los obstáculos para que su contemporánea Emilia Pardo Bazán no pudiera entrar en la RAE.
Es como si en el siglo XIX se quisiera adormecer a la sociedad y a la mujer para que olvidaran que en siglos precedentes había ejemplos de mujeres libres. El propio Cervantes nos presenta a una de estas mujeres en su Quijote: la pastora Marcela[15], creadora de su propio destino. Su alegato de autodefensa contra las acusaciones que sobre ella vertieron sus compañeros pastores por haber rechazado a Crisóstomo, quien acabó quitándose la vida, no ha perdido fuerza aún hoy. Los razonamientos de esta pastora dan fe de lo que Cervantes consideró justo para la condición femenina. No se aprecia en la Bovary, ni en Karenina, tampoco en Ana Ozores, ni en Fortunata la determinación que alumbra las palabras de la pastora Marcela, y que la convierte en pionera de una liberación femenina que tardaría todavía algún siglo en llegar:
“Hízome el cielo, según vosotros decís, hermosa, y de tal manera que sin ser poderos a otra cosa, a que me améis os mueve mi hermosura; y, por el amor que mes mostráis, decís, y aún queréis, que esté yo obligada a amaros. Si como el cielo me hizo hermosa, me hiciera fea, ¿fuera justo que me quejara de vosotros porque no me amábades?” . Con estos y otros razonamientos Marcela siente las bases de su autonomía personal. Ella es mujer con conciencia de su valía: “yo, como sabéis, tengo riquezas propias y no codicio las ajenas; tengo libre condición y no gusto de sujetarme”.
Llama la atención que tan solo dos años después de la publicación de Fortunata y Jacinta, en 1889, alumbre Emilia Pardo Bazán una novela en la que la mujer ya es capaz de tomar las riendas de su vida sin fatalismos de ningún tipo. Su personaje: la Marquesa viuda de Andrade, Francisca Asís Taboada es ya capaz de asumir su derecho al deseo, en la novela “La Insolación”[16]. Su atracción por Diego Pacheco, un señorito andaluz que la inflama, terminará en boda tras la consumación de su pasión, pero solo por exigencias de la moral de la época, según confesó la autora, a la que hubiera gustado que el “affair” hubiera quedado en mero escarceo.
La propia Pardo Bazán hizo de su vida amorosa un canto a la libertad. Nunca separada de su marido, enlazó varios amantes, algunos escritores, como Galdós. Su propia biógrafa Carmen Bravo Villasante admira y elogia esa liberalidad de doña Emilia a la que nunca se le puso nada por delante, a pesar de los frenos de su siglo al placer femenino.
En sus propias memorias: “Invención de la vida”[17], dice Carmen Bravo Villasante, de su biografiada Emilia Pardo Bazán: “Doña Emilia me sobrepasaba en todo, en inteligencia, en audacia, en capacidad de trabajo, en visión del mundo, en energía, y hoy todavía tengo que reconocer, después de publicar sus cartas amorosas a Galdós, que también en valor para amar. Nacida un siglo antes que yo, era mujer del siglo XXI. De un salto sobre el siglo XX, nos dejaba muy atrás”.
Individualidades del siglo XX
A principios del siglo XX, irrumpe con fuerza una figura femenina: Constanza, lady Chatterley, tan rompedora con los convencionalismos victorianos, tan natural y desinhibida en temas sexuales, que asustó a sus contemporáneos hasta el punto de que no le permitieron aparecer en Inglaterra. Su autor D.H. Lawrence, curiosamente no le da a ella el protagonismo sino a su amante, Mellor: “El amante de lady Chatterley”[18]. De este modo lo considera a él, auténtico protagonista, al menos en el nombre de la novela que consiguió publicar en Florencia, en 1928, y que no se imprimió en el Reino Unido hasta 1960, tras un controvertido juicio que finalmente gano el editor Pengüin, con una defensa que todavía se considera modélica en Oxford.
No paran de llegar personajes a las novelas, acuden a mentes masculinas y, cada vez a más número de mentes femeninas. Poco a poco la literatura va dando cabida a más mujeres. La RAE dejó entrar a la primera: Carmen Conde en 1978, y desde entonces existe un goteo de féminas, algo lento a decir verdad.
Los personajes: esas singularidades que pueblan las novelas, serían esos seres incorpóreos ávidos de vida, que pugnan por ocupar las mentes y las voluntades de los escritores. Recordemos la determinación de los 6 personajes en busca del italiano Pirandello para que los inmortalizase en una obra teatral. Cosa que finalmente consiguieron aquellos: “Seis personajes en busca de autor”[19]
A medida que avanzan los años los protagonistas van evolucionando, y los autores emplean con ellos técnicas nuevas. Freud les aportó el psicoanálisis y ellos lo utilizaron en el retrato de sus personajes, ahora desde sus profundidades mentales y sentimentales. Enfocan sobre todo su mundo interior, lo inconsciente, el ensueño, el recuerdo, la impresión, lo fugaz…
Tal vez Catherine, hija del famoso médico Dr. Sloper de Bostón, no adivinó su triste destino, cuando se empeñó en meterse en la mente de Henry James, quien la enclaustró en su histórica casa de Washington Square[20]. Cierto que al ser Henry, hermano del psicólogo y filósofo William James, le permitió a ella un privilegiado punto de vista, y la sometió a un profundo análisis psicológico. Pero no la libro de su desengaño amoroso con Townsed, un caza fortunas, con el que el puritano autor no le permitió a Carherine ni el más leve disfrute.
Gilberte, Albertine, Giselle, fueron algunas de las muchachas en flor que se arremolinaron en torno a Marcel Proust[21] para darle sombra y permitirle contemplarlas y estudiarlas a fondo. Aparecieron cuando el autor se hallaba a la búsqueda del tiempo perdido, embutido en los placeres y los días, monologando con el tiempo.
Las voces y los ecos clásicos se unen para que Leopold Bloom, Molly, y Dédalus, lleguen hasta James Joyce, y su Ulysses[22] vaya tomando forma. Inspirado en el héroe troyano que inventó Homero, Joyce hace su propia y controvertida versión, una obra maestra para muchos.
Gregorio Samsa tal vez tampoco imaginó, cuando insistió en introducirse en la mente de Frank Kafka, que acabaría convertido en insecto. Su metamorfosis[23] transformó también el modo de novelar, del que el propio Kafka no se sintió excesivamente orgulloso, por eso le dijo a su amigo Max Brod que destruyera todos sus escritos. Publicados de todas formas gracias a Brod, tras la muerte del autor, los personajes de Kafka le deben la vida a ese personaje real que intercedió por aquellos seres ficticios.
El caso de Hans Castorp fue distinto. Thomas Mann sí que quiso llevarlo a esa Montaña Mágica[24] en donde le brindó placenteras charlas con personajes como Naphta, o Settembrine. En Davos, en plenos Alpes suizos estos personajes se dedican a filosofar sobre la enfermedad, la muerte, la estética o la política. En un momento álgido de la novela se produce el “sueño de la nieve” que experimenta Hans Castorp y del que luego no se acuerda y piensa que alguien, el propio Thomas Mann, ha introducido en su mente. El personaje le recrimina al autor el haberle manipulado, tan seguro está de su propia identidad.
Menos placentera era la existencia en el campo español pasada la guerra civil. Pascual Duarte y su familia representan esa vena tremendista que Camilo José Cela captó en ese ambiente rural enrarecido que desemboca en los truculentos sucesos de su novela: La familia de Pascual Duarte[25].
En ese mismo clima de tensión posbélica, los Abel[26] inspiran a Ana María Matute una novela que recoge el tema bíblico del cainismo. Trata de la vida, odios y muerte de 7 hermanos pertenecientes al clan de los Abel. Matute soñaba con que las personas se entendieran, precisamente por eso le atormenta el tema de la incomprensión e incomunicación entre seres humanos, sufrida por esta familia.
Julia Natalia y Mercedes son tres de las mujeres que viven entre visillos, pasada también la guerra civil española, y se meten en la obra de Carmen Martín Gaite de ese nombre: “Entre visillos”[27], para liberarse de ese ambiente opresivo de la España de los años 50, llena de convencionalismos y estrecheces mentales. Natalia escribe su diario y con ello halla la liberación de la escritura como la propia autora. La necesidad de encontrar novio para casarse bien, atenaza a las jóvenes de la época. Los chicos adinerados son los más solicitados, y su alcance provoca rivalidad entre unas jóvenes abocadas a un único destino.
Según avanza el siglo XX, los personajes van renovándose al ritmo de la sociedad. Van surgiendo sobre todo autoras que quieren romper con el anterior rol femenino, e incorporan a nuevas mujeres, necesitadas de cambio.
Así irrumpe Andrea en la mente de Carmen Laforet, la autora aclara que no es un personaje autobiográfico aunque tenga coincidencias con ella misma. Laforet, de 23 años, se impone con fuerza en la literatura española ganando con “Nada[28]”,el Premio Nadal en 1945. La tía Angustias, el tío Román, el tío Juan, Gloria, su mujer, Antonia, la criada, Ena, la calle Aribau, la propia Barcelona, serán otros de los personajes que Carmen Laforet saca a la palestra metidos en una prosa intimista, fotográfica, con recursos impresionistas. Toma protagonismo lo que ella percibe y cómo lo percibe, repite mucho: tengo la impresión… tengo la sensación…El suyo es un subjetivismo fresco que se enfrenta con el concepto de la mujer solo con derecho a la maternidad. Se enfrenta a dos ambientes dispares: en la casa de la abuela percibe violencia y hambre, en la Universidad un compañerismo y un goce que reducen su angustia.
En la versión cinematográfica[29] que dirigió Edgar Neville y protagonizó Conchita Montes en el papel de Andrea, vemos a ésta a su llegada a la casa de la calle Aribau, donde le indican que no hay luz, y ha de subir por una escalera, a oscuras, con la ayuda de una vela que le entregan. La escena se recrea en el trayecto hasta un tercer piso, subiendo unos peldaños que no vislumbra. Parece la metáfora de una Carmen Laforet alumbrando con la vela de su sencilla pero luminosa prosa, la hermética y sombría sociedad de aquellos años cincuenta del siglo XX.
Penetrando ya en el siglo XXI hallamos un personaje femenino que se adentra en la mente de una jovencísima autora madrileña que reside en Sevilla: Sara Mesa[30]. Con una sencillez que derriba barreras mentales, la autora nos presenta a esta criatura suya: Natalia, (Nat) en toda su naturalidad, sin adornos ni artificios, y con una eficacia expresiva sorprendente.
Nat llega a Petacas un pueblo imaginario, de la ficticia región de la Escapa. “Si tuviera que explicar por qué está allí, le costaría encontrar una respuesta convincente. Por eso, llegado el momento, da evasivas y se limita a hablar de un cambio de aires”.[31] Nos dice el narrador cómplice de la historia de Nat, una joven libre de ataduras familiares y sociales que atenazaron a mujeres de siglos precedentes. Van apareciendo, eso sí, los personajes que conformarán su eventual circunstancia: unos gitanos, una pareja de ancianos, un hippie, un hombre al que llaman el alemán pero que no lo es. El casero viene a verla nada más llegar y le regala un perro salvaje Sieso, al que ella intenta domesticar. La historia magistralmente narrada, nos presenta a una joven traductora que de pronto se enfrenta a lo imprevisible: un amor que la desborda, alguien que enciende en ella algo grande y desconocido, laberíntico e inagotable. Es “un amor” que surge del modo más insospechado, como un tesoro que apareciera en un estercolero.
Curiosamente Sara Mesa es una de las autoras preferidas del filósofo Fernando Savater. Se comprende esa predilección del filósofo, observando cómo Nat busca siempre las últimas causas y los primeros principios de cada una de las situaciones por las que atraviesa. Su personaje Nat, vive un amor en el que dice haber tocado a Dios, piensa que un solo instante basta para justificar una vida completa. Pero como ella reconoce: “la felicidad lleva en sí misma la semilla de la propia destrucción”. Vive los celos y el desamor con gran intensidad, piensa que el lenguaje comunica pero también distancia, y finalmente, que las reliquias sentimentales no merecen la eternidad.
Otro de los personajes: Piter, el hippy, defiende la austeridad como modo de vida. Sus lemas coinciden con la concepción ecológica del siglo XXI: no tirar nada, sacar provecho de todo, respetar la tierra, consumir lo mínimo, ahondar lo máximo…
A diferencia de esas heroínas novelescas decimonónicas que por amor, se quitaban la vida, Nat transciende el desamor y tras experimentar un profundo sufrimiento en su fracasada historia amorosa, siente finalmente una especie de revelación por la que le encuentra sentido a su vida, a episodios que le ocurrieron en el pasado, ve que todo conducía a ese momento final, incluso lo que parecía no conducir a ninguna parte.
La novela de Mesa: “Un amor”, no es una historia epidérmica, por eso la tecnología no tiene sitio en este relato que va a lo profundo, hasta rozar lo metafísico. Lo que sí demuestra es que ese cazador solitario[32] que es el corazón humano, no ha cambiado a pesar del paso de los siglos, que sigue con las mismas apetencias intemporales de amor y de comunicación.
También resulta reiterativo en esa Historia Universal, cuya materia prima son los acontecimientos, su tic por los conflictos bélicos, del que no ha conseguido librarse desde el comienzo de los siglos. Los indómitos hechos bien demuestran que las guerras están lejos de alejarse de nuestras sociedades.
Se suceden los años y los siglos y, regresando a la ficción, a las novelas les siguen llegando personas de toda condición, hijas de su tiempo, individualidades que las pueblan y a las que se denomina personajes, quienes permanecerán para siempre encerrados en las novelas como condenados a contarse, a desembocar persistentemente en la mente de los lectores: sus últimos depositarios. Podría decirse que los personajes y la trama, son el instrumento del que se vale el creador literario para comunicarse con el lector. Cierto que son mentiras (invenciones) pero sirven para comunicar verdades, como apunta Mario Vargas Llosa en su ensayo: La verdad de las mentiras[33].
Las novelas, y sus ficticios habitantes: los personajes, serían mentiras blancas, comadronas, que ayudan al, nunca consumado, parto de la verdad.
©Hortensia Búa Martín. Junio 2022
NOTAS
[1] Novela e historias de vida. Isabel Cerdeira. Sapere Aude 2017
[2] Don Quijote de la Mancha. Miguel de Cervantes Saavedra. Primera edición 1605
[3] Romeo y Julieta. William Shakespeare. Primera edición 1597
[4] Las aventuras de Sherlock Holmes. Sir Arthur Conan Doyle. Primera edición 1887
[5] El misterioso caso de Styles. Agatha Christie. Primera edición 1916
[6][6] Moby Dyck. Herman Melville. 1851
[7] Robinson Crusoe. Daniel Defoe. 1719
[8] Anna Karenina. León Tolstoi. Primera edición 1878
[9] Madamme bovary. Gustave Flaubert. Primera edición 1856
[10] La Regenta. Leopoldo Alas, Clarín. Primera edición 1884
[11] Fortunata y Jacinta. Benito Pérez Galdós. Primera edición 1887
[12] Novelas amorosas y ejemplares. María de Zayas y Sotomayor. Primera publicación 1736
[13] El conde Pantinuples. María Caro Mallen. Obra teatral estrenada en 1653
[14] Los empeños de una casa. Sor Juana Inés de la Cruz. Obra teatral publicada en 1683
[15] La pastora Marcela aparece en los capítulos XI,XII,XIII y XIV de la primer parte de “Don Quijote de la Mancha. Primera publicación 1.605
[16] La insolación. Emilia Pardo Bazán. Primera publicación 1889
[17] Invención de la vida. Memorias. Carmen Bravo Villasante. Ediciones San Pablo 2022 (pag.144)
[18] El amante de lady Chatterley. D.H. Lawrence. Fecha de publicación original 1928
[19] Seis personajes en busca de autor. Luigi Pirandello. Publicación original 1921
[20] Washington Square. Henry James. Publicación original 1880
[21] A la sombra de las muchachas en flor. Marcel Proust. Publicación original 1928
[22] Ulisses. James Joyce. Publicación original 1922
[23] La metamorfosis. Fran Kafka. Publicación original 1915
[24] La montaña mágica. Thomas Mann. Publicación original 1924
[25] La familia de Pascual Duarte. Camilo José Cela. Ediciones Aldecoa. 1942
[26] Los Abel. Ana María Matute. Austral. 1948
[27] Entre visillos. Carmen Martín Gaite. Editorial Destino. 1957
[28] Nada. Carmen Laforet. Destino. 1945
[29] Película Nada. Director: Edgard Neville. Productora Cifesa. Año 1947. Protagonista: Conchita Montes
[30] Un amor. Sara Mesa. Anagrama. 2020
[31] Página 13 de la novela: Un amor. Sara Mesa.2020
[32] El corazón es un cazador solitario. Carson Macculler. Seix Barral.
[33] La verdad de las mentiras. Mario Vargas Llosa. Seix Barral. 1990.