Como visionario se podría definir el nuevo libro de Antonio Enrique, "Los cementerios flotantes", publicado en Ediciones Carena. Y digo visionario porque en este conjunto de 33 poemas, el poeta se siente impelido a revestirse con el ropaje de hypofetai-poeta persuadido del vínculo indefectible entre el destino del ser humano y el cosmos; interpretando el universo y su misterio desde una perspectiva en que lo ultraterreno se enrama con lo terreno. Y el ser humano toma conciencia de su pequeñez o poquedad, aunque por insignificante que ésta presencia sea, forma parte nuclear del puzle-enigma que es la creación. Una creación capaz de emanar belleza pero abocada a la destrucción cíclica, e irremediablemente signada por el caos, la desolación y la muerte. Antonio Enrique escoge para dar verosimilitud a su propósito, un lenguaje poético en clave escatológica, rico en imágenes de gran potencia plástica y simbológica, que ha de conducir a una parusía fallida y el retorno al ciclo inicial marcado por el cataclismo, la hecatombe y el desmoronamiento. Así el poeta siente y nos participa de su visión dramática del cosmos y del hombre. Y a éste, como solitario viador en la encrucijada, incapaz de saber adónde o para qué. Antonio cuida de distanciarse del profetismo veterotestamentario y neotestamentario; pues si bien se duele de los males y la injusticia del mundo actual, no espera la redención, sino que ahonda en su escepticismo, aun cuando anhela y desea fervientemente una armonía que sabe imposible. Poemas impregnados de nihilismo donde el silencio y la soledad son el único refugio que nos queda. Muerte y vida ambas separadas por finísimos cendales de seda, que permite a los muertos, a quienes en puridad amamos, estar tan cerca nuestra como para oír su silencio, aún a pesar de que no puedan vernos, vueltos los ojos hacia dentro. Un cementerio germinal compuesto de huesos fosforescentes que deambula sin norte por los altísimos espacios. Ellos quizá transfundidos en polvo de estrellas, lleguen como chispas crepitantes al corazón y alivien nuestra tiniebla. Experiencia lírica que remite a la belleza, al amor y la ternura de un universo creado por la locura de un Dios omnisciente, que se sitúa en el cénit de la bóveda primordial para contemplar su magna obra, sin comprender su dimensión, ni el fin de lo creado. El silencio de Dios desde el convencimiento, no obstante, de que en su mudez, nos habla. Poemas en los que también que se afirma la pulsión del ser humano hacia el mal y la ausencia de salvación o amparo posible. La soledad cósmica y personal es lo único que se verifica como cierto. La búsqueda de sentido ante el misterio de la vida terrena y extraterrena, un misterio inalcanzable y por lo tanto imposible de conocer, inasible, del que sólo atisbamos el umbral y la atracción desmedida que impele a seguir buscando. Antonio Enrique, se vale de imágenes que golpean al lector en lo hondo, abocándolo a mirar al firmamento y a preguntarse por su sentido último. A conmoverse ante la maravilla, el extrañamiento, a meditar sobre la inevitabilidad del dolor y el sufrimiento, ya determinados desde los orígenes primigenios. Alegorías que son palabra viva de su percepción elegíaca de la existencia. Poemario único y sincrético donde el poeta integra en su propia voz, el tono apocalíptico, reminiscencias blakerianas y ciertos influjos nihilistas como ya se ha dicho, que impresionan por su reciedumbre, contundencia, desesperanza radical, clarividencia y lucidez. Por su decepción íntima. Y ello con el nervio poético, hondura y experiencia a los que el maestro Antonio E. nos tiene acostumbrados. Versos de turbulenta belleza en arrebato figurativo, pleno de sobrecogedoras visiones, pobladas de estrellas y mundos ignotos. Fulguración de cementerios suspendidos en los mudos desiertos eternales. Un camposanto de extensión indefinida, que flamea en el húmido océano de los astros. Reinos incógnitos girando enloquecidos entorno al eje central, que nos sitúan en un tiempo concreto, en un espacio personal, a estos, nosotros, mujeres y hombres, moradores de un planeta mínimo de singularidad excepcional, misterioso y único que es la tierra. Antonio es capaz de ver donde no vemos, percibir otra realidad que está oculta pero no menos cierta, que en este poemario iniciático nos invita a desvelar. Poeta cabal, Antonio, libre como el viento, escribe como le viene dado el pálpito. En esta ocasión deja aflorar su cepa saturnina, sin atender a correcciones o modas y lo hace desde el compromiso último con la palabra. Libro que os animo a leer porque sobrecoge, porque nos pone delante de los interrogantes esenciales, porque posee infinitud de miradas, susurro, asombro y verdad. Puedes comprar el poemario en:
Noticias relacionadas+ 0 comentarios
|
|
|