Este nuevo poemario conjuntamente con el poemario de un servidor -Por ángelas y suertes- constituyen un homenaje a la memoria del poeta impresor Francisco Peralto. Un poemario que sigue articulándose a modo de tríada, Estaciones (20 poemas), Terapia (10 poemas), Andanzas (15 poemas) y que dispone en balanza, toda vez que por un lado discurren la fragilidad y por tanto la inevitable sensación de pérdida, derrota, tristeza, incluso un cierto dominio de desolación marcado por el vencimiento cuando no la vejez. y, por otro se nos mostrará un abanico de esperanza, entusiasmo y la fuerza tan vital e imprevisible del amor. Por tanto, una voluntad arquitectónica que acude a los valores simbólicos de la tradición y a la vez permanece atenta a la contemporaneidad, contexto al que añade una suerte de revuelta individual (el autor escribirá que “escribir se convierte en pura resistencia o fugaz rebeldía), pasión por la libertad, cierta incompatibilidad con las exigencias del mundo que se refuerza con la soledad del alma, pero conlleva una inteligencia ecléctica que marca el ritmo a las sombras y crepúsculos. El poema “Al filo de la duda” nos ilustra a la perfección dicha idea: “Porque al cabo del tiempo/anegaron mi pecho/unas pocas certezas,/pero sé que el camino/llegará con su ímpetu/quizá a deshacerlas/como ola que barre/un castillo de arena,/porque siempre he dudado/y elegí, hace mucho, el dilema/como estado de ánimo...porque vivo en lo humano,/en la duda perenne/que produce desvelos”. El poema “Miscelánea” sugiere que el tiempo, protagonista indiscutible del poemario, cuenta con cómplices. A pesar de todo, debemos tener como referencia la balanza para medir la paradoja, la contradicción, la vida: “La vida es esta mezcla/de amargos sinsabores/y de dulces encuentros/revestidos de luz”. Por consiguiente, el afán por conceptualizar la emoción es latente tanto como la búsqueda de la belleza, todo lo cual se hará con la precisión y la seducción del lenguaje poético que le caracteriza, casi podríamos reafirmar la vigencia del rimbaudiano lema de “cambiar la vida” que percibimos en cada palabra de este bellísimo poemario, donde por fortuna, el recuerdo tiene alma, los conflictos conciencia y el sentido de la renuncia termina por acercar el mundo a la escritura. No en vano, fue el padre espiritual del romanticismo francés el que suscribió: “Les mots sont les passants mystérieux de l´âme”.
Señalábamos que era igualmente un libro de homenajes. En efecto, celebra la amistad con varios poemas dedicados a Antonio Quesada, Belén Nadales, Toñi López, celebra la música en la figura del guitarrista José Luis Lastre, celebra el amor maternal y filial, celebra que es tanto como agradece el espacio de la lectura que se concreta en homenajes a Gil de Biedma, Vicente Aleixandre. También la figura del alumnado ocupa unas delimitaciones fundamentales. Todo ello, en el último capítulo “Andanzas” que bien podría erguirse como el espejo del amor que cuenta paralelamente con las rutas de la incertidumbre. La clepsidra que apareció en el poemario anterior deviene aquí reloj de arena, en todo caso, el deseo de un concierto universal con la infancia como analógica recurrencia metafórica, pues el germen creador se arraiga en el mundo real para transformarlo espiritual y poéticamente, de hecho, “el poema es faro/que me alumbra preciso/por dentro sin tapujos”, leemos en el poema “Rozar el secreto”. Por otro lado, la quintaesencia fundamentalmente heptasílaba magnetiza los latidos que recorren distintas épocas, entrecruzando la luz y un fulgor de tinieblas, desplegando un inventario o balance para que su propia indagación lírica conserve una inequívoca resonancia trascendente o no. Ese ejercicio de introspección interior se resuelve en el poema “Ventanas”: “Ahora ya no miro fuera./Sólo me interesa una ventana./La que me deja observarme por dentro”. Autenticidad en grado suprema que impregna el poemario. Siendo cierto que no escapa a los fundamentos del Humanismo Solidario (pues es miembro fundador del movimiento) atiende a lo post scriptum del romanticismo, encontrando imágenes y ritmos que le permiten deambular por jardines otoñales, nombres verdaderos, velos de sombras, luces silenciosas, cómplices meditaciones, recuerdos entramados que le llevan a ser otra memoria, probablemente porque vida y poesía sean entidades comunicables.
La obra poética de Rafael Ávila encierra todos los ingredientes de calidad que hemos de exigirle a la buena literatura. A todas luces, estamos ante una voz poética reconocible, tan honda como consistente que se vertebra sobre una poética nítida, refinada y sensual sin desatender un sugerente conceptualismo y una voluntad universalizadora que siempre nos empuja a otear horizontes y reflexionar así como identificarnos con su escritura. Por usar inclusive una imagen del propio poeta, nos encontramos con “el más bello escenario de la desesperanza”.
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