Estamos ante uno de los volúmenes literarios sobre la vida y la obra del Hijo de Dios, Jesucristo, más interesantes y más rigurosos que existen; y aunque provenga del año-1987 no ha perdida nada de su calidad o de su vigencia. La realidad es que me ha entusiasmado. Solo un pero histórico sensu stricto, y es que el título político de Lucio Poncio Pilato es el de prefecto del pretorio y no el de procurator augusti, ya que este último se comenzó a utilizar por orden, y desde el gobierno del emperador de Roma llamado Tiberio Claudio César Augusto Germánico-Tiberius Claudius Caesar Augustus Germanicus (Lugdunum/Lyon, 1 de agosto del año 10 a.C.-Roma, 13 de octubre del año 54 d. C.), el cual gobernó en Roma desde el 24 de enero del año-41 d.C. Aunque al principio estuvo apartado del poder por su cojera y su tartamudez. La narración de la vida del Hijo de Dios tiene ya acercamientos arqueológicos como análisis, pero su raigambre histórica se fundamenta en todos los textos incluidos en el Nuevo Testamento, que aportan infinidad de datos sociológicos y políticos, y en algunos autores de la Antigüedad. Los Evangelios son unas joyas literarias de primera magnitud, para podernos acercar a Jesucristo. «Esta ‘Vida de Cristo’ está considerada una de las más completas y atrayentes biografías sobre Jesucristo. Publicada por primera vez en 1941 y en nuestra colección Patmos desde 1987, no ha dejado de reeditarse también en otros formatos y mantiene su vigencia por la autenticidad del relato, su rica claridad expositiva, el conocimiento del marco histórico y, ante todo, la emoción con que recrea personajes y situaciones. El autor tiene en cuenta las obras de los mejores especialistas, pero solo ha querido incluir las citas del texto sagrado, “para que el lector pueda percibir el paralelismo de los cuatro Evangelios, y se mueva a buscar la Verdad y el Amor en sus fuentes más puras”». Fray Justo Pérez de Urbel (1895-1979) ingresó muy joven en el monasterio de Santo Domingo de Silos y fue ordenado sacerdote en 1918. Doctorado en Filosofía e Historia, poco después obtuvo la cátedra de Historia de España medieval. Fue el primer abad de la abadía del Valle de los Caídos, y escribió más de setenta libros. Existen historiadores de la Edad Antigua donde se cita a Cristo, desde Flavio Josefo hasta Tácito, Suetonio o Plinio “el Joven”, aunque, curiosamente, uno de sus contemporáneos, como fue Tito Livio, no lo menciona en absoluto. No obstante, sí es verdad que muchos de los personajes que aparecen en el relato evangélico, se encuentran en muchos de los documentos contemporáneos existentes. Desde Lucio Poncio Pilato hasta el tetrarca Herodes “el Grande”, pasando por Herodes Filipo, los Sumos Sacerdotes de Israel Anás y José ben Caifás, Juan “el Bautista”, el gran profeta antecesor de Cristo, que siempre impresionó a Flavio Josefo, y llegando hasta los emperadores Augusto y Tiberio. A finales del siglo I d.C., el historiador Gayo Suetonio (c. 69/70 d. C.-126/140 d.C.) en su obra ‘Vidas de los doce Césares’ escribe que durante el gobierno del emperador Claudio se expulsó a los judíos de Roma/Ciudad Eterna porque: ‘eran agitados por un tal Crestos’, aunque no aporta ningún tipo de información, al relatar el reinado del emperador Tiberio, durante cuyo mandato se condenó a muerte en cruz al Hijo de Dios. Tiene mejor información Publio Cornelio Tácito (c. 55-c. 120), que escribe su obra ‘Anales’, que se comenzó a escribir después del año 114 d.C., tras la conquista de Mesopotamia por el emperador Marco Ulpio Trajano-Marcus Ulpius Traianus (Itálica, 18 de septiembre de 53-Selinunte, agosto de 117), ya que al referirse al incendio de Roma, durante el gobierno del emperador Nerón Claudio César Augusto Germánico-Nero Claudius Caesar Augustus Germanicus (Anzio, 15 de diciembre de 37 d.C.-Roma, 9 de junio de 68 d .C.), escribe claramente: “Para desviar esta corriente hostil, echó él la culpa sobre unos hombres detestados por sus infamias, a quienes el pueblo llamaba cristianos, mandando que se les castigase con exquisitas torturas. Ese nombre de cristianos les venía de Cristo, un judío que, bajo el reinado de Tiberio, fue condenado al suplicio por el procurador Poncio Pilato. Esta secta, reprimida al comienzo, se extendió luego no solamente por Judea, donde tuvo su origen, sino hasta en la misma Roma”. También es necesario citar la epístola que el Procurator Augusti Plinio “el Joven” envió, desde Bitinia, al emperador Trajano, en el año 111. “Administrador minucioso y concienzudo, este gobernador, que era a la vez un hombre muy culto y un escritor notable, se dirige a su jefe para consultarle qué debía hacer con los miembros de la nueva secta de los cristianos, denunciados en gran número ante su tribunal. Todo aquello fue para él una sorpresa. Quiso conocer la verdad, detuvo a muchos de ellos, interrogó, torturó, atormentó particularmente a dos diaconisas, pero nada culpable pudo encontrar. Sólo que se reunían de cuando en cuando, que cantaban un himno a Cristo y se comprometían con juramento a no ser ladrones, adúlteros ni mentirosos. Pero, por otro lado, los sacerdotes de los ídolos se quejaban de que sus templos estaban desiertos y de que los vendedores de carne para los sacrificios iban perdiendo de manera alarmante sus ganancias”. Está claro que todos estos textos nos demuestran, fehacientemente, sobre la real existencia del Cristo histórico. Inclusive los impugnadores del cristianismo, como fue el filósofo del siglo II llamado Celso, a quien refutó el gran exégeta Orígenes, en ninguna ocasión estableció la más mínima diatriba sobre dicha existencia física. Los cronistas israelitas de la época le consideran un traidor y un renegado, por lo que le castigan con la hostilidad y el silencio. Inclusive era necesario loar a los amos de Roma, y los cristianos, además, eran enemigos irredentos de la ortodoxia judía; por todo lo que antecede lo mejor era la DAMNATIO MEMORIAE. Conforme uno va avanzando en la lectura de esta extraordinaria obra, le resulta más admirable y en sazón. Independiente de su genialidad historiográfica, que llena toda la vida religiosa de Cristo, con los necesarios y prolijos datos históricos que aclaran, con toda amplitud, todas las situaciones narradas, y ya de forma pormenorizada. Aunque sí existe una alusión, aceptada por unos y rechazada por otros, verbigracia Eusebio de Cesarea, del siglo IV, estaba a favor, mientras que Orígenes lo ignoraba; pero en el que el converso a la romanidad, léase Flavio Josefo, escribía: “…a no ser que aceptemos aquel pasaje del libro XVIII, en que relata brevemente la predicación, los milagros, la muerte y la resurrección del ‘hombre sabio de Galilea, si es que podemos llamarle hombre”. El filósofo y teólogo católico Blaise Pascal (1623-1662) escribía, sin ambages, que: “Josefo oculta la vergüenza de su nación”. ¡Extraordinaria obra! «Patrem familias ventacem non emacem esse oportet». Puedes comprar el libro en:
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