El protagonista de "El cocinero" es Alvar Mondragón Cepeda, quedó huérfano con tan solo cinco años. A pesar de su corta experiencia vital, se ve obligado a echarse a los caminos en busca de alimento y compañía. No lo tendrá fácil, no se lo pondrán fácil. Con un estilo propio, y perfectamente documentado, esta novela nos transporta al corazón de Valladolid en pleno siglo XVI: descubrimientos, corrupción, intrigas, florecimiento cultural y ambiciones quijotescas. El protagonista de tu novela El cocinero es Alvar de Mondragón Cepeda, un huérfano con un trastorno muy particular: hipermnesia (una mente que recuerda absolutamente todo). ¿Cómo conociste este trastorno y cómo afecta a Alvar en ésta, la historia de su vida? Descubrí ese particular trastorno por casualidad. De hecho, la propia hipermnesia también se descubrió de forma inesperada. Me llegó el estudio sobre el síndrome de dos neurocientíficos de California, y recordé el relato de Borges sobre Funes el memorioso y me pregunté: ¿es bueno eso de tener una especie de Google en la cabeza? Ayuda a Álvar, pero también le atormenta. Lo recuerdas todo, pero se evapora la capacidad de atención. No puedes automatizar tareas porque te viene a la mente cada detalle irrelevante y mi conclusión es que olvidar es necesario. Sirve para abstraer aquello que importa y desechar lo accesorio. Alvar posee, además, un gran talento como cocinero, ¿es más fácil ganarse el beneplácito ajeno con platos exquisitos que con cualquier otra habilidad? Almacenamos en nuestra memoria anímica lo que comemos, bebemos y olemos. El olor y el sabor están estrechamente vinculados con lo que llamamos alma. Recordamos los sabores de nuestra infancia y de nuestros encuentros favoritos. La elaboración de una exquisitez, por supuesto, puede ejercer más influencia de lo que pensamos en cualquiera, porque la experiencia supera muchas barreras que van más allá de la superficie. "Mis personajes nacen fuera de control, cuando y donde les da la gana"Y tú, ¿eres “cocinillas”? Todas las novelas que escribo son planteadas como un juego, una especie de tobogán que te lleva al mismo sitio: los grandes temas. ¿De dónde vengo? ¿Dónde estoy? ¿Hacia dónde voy? Estigia es una alegoría de humor kafkiano sobre el mundo contemporáneo, un aviso ni más ni menos, que parece una broma aunque no lo sea. Ese salto histórico es porque en el Renacimiento era diferente. No había una diferencia clara entre lo real y la fantasía. Algo difícil de comprender en el presente, pero que para mí cada vez tiene más sentido: Si ignoras la verdad que hay tras los cuentos y la posibilidad de la existencia de monstruos, serás incapaz de reconocerlos para enfrentarte a ellos aunque los tengas delante. Antes la gente tenía la mente más protegida, menos vulnerable a golpes que no resistiríamos, como por ejemplo, una plaga zombi causada por nanochips que controlan el cerebro de esos que tanto hablan los aprendices de brujo de hoy día. En cualquier caso, mi escritura la dictan los personajes, y mis personajes nacen fuera de control, cuando y donde les da la gana.
¿Cómo ha sido el proceso de documentación? ¿Has encontrado algún obstáculo durante el proceso? Llena de sorpresas. La novela tiene que transportarte a otro mundo, pero al mismo tiempo mostrar hechos que a veces sorprenden más que cualquier invención. El secreto de un trabajo tan intenso es que hay que esforzarse en mantener la frescura. No hundirte en ese pozo. A veces el conocimiento es enemigo de la intuición. Para verificar mis indagaciones (no soy un erudito, sino más bien un creativo olvidadizo con tendencia a chocar con las farolas), solicité la generosa colaboración de Julián Clemente, catedrático de historia medieval, Alfonso Rodríguez, catedrático de historia moderna, y el gastrónomo experto en cocina medieval Antonio Gázquez. También me inspiré en la recuperación de la antigua herboristería, con Josep Pàmies, un controvertido horticultor que proporcionaba flores comestibles a Ferrán Adrià. Juan Mari Arzak, un gran y generosísimo maestro de cocina, revisó el libro y fue mi cocinero de referencia. Otra persona que me cautivó a la hora de encontrar los límites de la gula fue el amigo Jorge González "Joe". Todo un personaje que abandonó su puesto como inspector de policía en la unidad contra la droga y el crimen organizado para convertirse en un glotón profesional. Ha tragado devorado platos que podrían matar a una persona normal. ¿Cómo imaginas a un Alvar de Mondragón en el siglo XXI? ¿Participaría en Masterchef? ¿Se convertiría quizá en un Chicote o en un Ferrán Adrià? Aquel que se pone de los nervios porque se le quema el pastel sorpresa, el pianista jugándosela con una pieza, un piloto que busca su límite al fin de la vuelta. Cualquiera que busque, tenga curiosidad, y se vea obligado a arriesgar para seguir adelante tiene un poco de Alvar. Como ser humano sensible, y al igual que en su época, se sorprendería de las maravillas combinadas con la abyección que nos rodea. Sobreviviría, sin duda, pero los talentos especiales suelen permanecer en la sombra y al menos no tratarían de asarlo vivo. Puedes comprar el libro en:
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